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Nacional Sociedad

¿Un mundo feliz?

ANF L1641 16:02:32 23-08-1999 VAR GRIMALT-COMENTARIO ¿Un mundo feliz? LA LEYENDA DE LA ARAÑA Y EL POTENTADO Ramón Grimalt i Oblitas El ilustre potentado, dueño de la mayor compañía del país, cogió el teléfono móvil y marcó siete números. Mientras se establecía la comunicación, tuvo el tiempo suficiente para plantearse lo lucrativo que resultaría tener el monopolio de la telefonía celular en ese pequeño rincón del tercer mundo. En cuestión de segundos, alguien le contestó desde la bolsa de valores. Era Guillermo Fendwick, un joven y ambicioso corredor de bolsa, cuya misión consistía en supervisar las operaciones financieras de la Compañía. "Señor, parece que ha surgido un problema". El potentado, poco acostumbrado a aquel tipo de noticia, no daba crédito a lo que escuchaba. "¿Cómo? ¿La Compañía tiene un problema? ¡No diga estupideces Fendwick, eso es imposible!" Sin embargo, sí era posible. Las acciones de una línea aérea recién adquirida un año atrás, habían caído en picado porque en un vuelo entre Costa Bárbara y San Quintín, se sirvió un almuerzo en mal estado y un pasaje de cuarenta personas, decidió quejarse a los periódicos y demandar a la empresa. "¡Que zurzan a esos cretinos! ¡Póngase en contacto con los abogados de esa gente e intente, qué digo intente, consiga, una solución negociada! ¿Cuánto nos puede costar, Fendwick?" Pero los afectados, cinco de los cuales aún permanecían internados en un hospital aquejados de severas dolencias gástricas, no querían negociar; es más estaban dispuestos a llevar el asunto ante los tribunales. El potentado, llegó a su despacho, miró a su alrededor y se sintió más solo que nunca. Viudo, sin descendencia (ya se sabe lo que les pasa a los adictos al trabajo que no tienen tiempo para nada), se sentó en la enorme butaca. No toleraba la derrota, estaba acostumbrado a ganar a toda costa y en realidad, aquel era el signo que marcaba su trayectoria personal y empresarial. Así que apretó los dientes, prendió su ordenador y se conectó a la red. En cuestión de segundos tuvo ante sí, impresa en la pantalla de cristal líquido, toda la información de sus operaciones. Vio que la compañía pesquera y la compañía de bienes raíces se mantenían en alza; eso lo tranquilizó en un principio. Sin embargo, de pronto, asistió incrédulo a la baja de la corporación proveedora de software, la editorial y la fábrica de zapatos. Como si de una epidemia se tratase, el resto de sus empresas, comenzaron a cotizar a la baja sin que él o Guillermo Fendwick pudiesen hacer algo al respecto. Aquello podía considerarse una hecatombe financiera de consecuencias insospechadas. Presa del pánico, pulsaba las teclas de la computadora con rabia, intetando revertir su suerte. Quizá por ello, no reparó en una pequeña araña que descendía sobre su cabeza. El insecto, cuyo gran mérito residía en haber sobrevivido a fungicidas, insecticidas y ambientadores, se dejó caer sobre el teclado. Entonces, el potentado, entre ajos y cebollas, trató de atraparlo. "¿Cómo es posible un bicho aquí?" se dijo prometiéndose despedir al responsable de limpieza al día siguiente. Pero la arañita se movía rápidamente, escabulléndose entre las teclas como en un laberinto, hasta que alcanzó el extremo de su tela y presurosa inició un ascenso frenético. Estaba en la mitad de su camino, cuando le falló una de las ocho patas y cayó sobre la mesa. El potentado hizo un puño con su mano derecha y lo descargó sobre la araña, que más ágil que nunca, lo esquivó volviendo a ascender por la tela. Esta vez no le faltaba nada para alcanzar el cielo raso de la habitación, cuando por apresurarse, cayó de nuevo y vuelta a empezar. Una y otra vez, el potentado intentó aplastar a la araña, y ésta subió y bajó con igual rapidez, la tela que pendía de una esquina. Por fin, aquel invencible empresario, se dio cuenta de que jamás podría con la firme voluntad del insecto. "¡Vaya, parece que tú también estás dispuesta a fastidiarme, maldita sea!", masculló. La araña se lo quedó mirando, o algo parecido, y tras decir "¿Qué quieres que le haga, viejo?" subió la tela lenta, pero segura. El potentado dibujó una mueca en su rostro y se volvió a concentrar en la pantalla del ordenador. Las acciones seguían cayendo vertiginosamente, estaba arruinado, y una insignificante araña, le había derrotado en su propio terreno. "Nada, no me queda otra alternativa que volver a empezar, como el condenado bicho ése". La verdad, que ignoro si el potentado recuperó su fortuna, pero de lo que no me cabe la menor duda es de que a sus cincuenta y pico, quien fuera amo y señor de los capitales y las voluntades de aquel país pobre, paupérrimo, endeudado hasta la médula, aprendió una lección de humildad que no olvidaría jamás. CARACTERES: 3840
23 de Agosto, 1999
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ANF L1641 16:02:32 23-08-1999VAR GRIMALT-COMENTARIO¿Un mundo feliz?LA LEYENDA DE LA ARAÑA Y EL POTENTADO Ramón Grimalt i Oblitas El ilustre potentado, dueño de la mayor compañía del país, cogió el teléfono móvil y marcó siete números. Mientras se establecía la comunicación, tuvo el tiempo suficiente para plantearse lo lucrativo que resultaría tener el monopolio de la telefonía celular en ese pequeño rincón del tercer mundo. En cuestión de segundos, alguien le contestó desde la bolsa de valores. Era Guillermo Fendwick, un joven y ambicioso corredor de bolsa, cuya misión consistía en supervisar las operaciones financieras de la Compañía. "Señor, parece que ha surgido un problema". El potentado, poco acostumbrado a aquel tipo de noticia, no daba crédito a lo que escuchaba. "¿Cómo? ¿La Compañía tiene un problema? ¡No diga estupideces Fendwick, eso es imposible!" Sin embargo, sí era posible. Las acciones de una línea aérea recién adquirida un año atrás, habían caído en picado porque en un vuelo entre Costa Bárbara y San Quintín, se sirvió un almuerzo en mal estado y un pasaje de cuarenta personas, decidió quejarse a los periódicos y demandar a la empresa. "¡Que zurzan a esos cretinos! ¡Póngase en contacto con los abogados de esa gente e intente, qué digo intente, consiga, una solución negociada! ¿Cuánto nos puede costar, Fendwick?" Pero los afectados, cinco de los cuales aún permanecían internados en un hospital aquejados de severas dolencias gástricas, no querían negociar; es más estaban dispuestos a llevar el asunto ante los tribunales. El potentado, llegó a su despacho, miró a su alrededor y se sintió más solo que nunca. Viudo, sin descendencia (ya se sabe lo que les pasa a los adictos al trabajo que no tienen tiempo para nada), se sentó en la enorme butaca. No toleraba la derrota, estaba acostumbrado a ganar a toda costa y en realidad, aquel era el signo que marcaba su trayectoria personal y empresarial. Así que apretó los dientes, prendió su ordenador y se conectó a la red. En cuestión de segundos tuvo ante sí, impresa en la pantalla de cristal líquido, toda la información de sus operaciones. Vio que la compañía pesquera y la compañía de bienes raíces se mantenían en alza; eso lo tranquilizó en un principio. Sin embargo, de pronto, asistió incrédulo a la baja de la corporación proveedora de software, la editorial y la fábrica de zapatos. Como si de una epidemia se tratase, el resto de sus empresas, comenzaron a cotizar a la baja sin que él o Guillermo Fendwick pudiesen hacer algo al respecto. Aquello podía considerarse una hecatombe financiera de consecuencias insospechadas. Presa del pánico, pulsaba las teclas de la computadora con rabia, intetando revertir su suerte. Quizá por ello, no reparó en una pequeña araña que descendía sobre su cabeza. El insecto, cuyo gran mérito residía en haber sobrevivido a fungicidas, insecticidas y ambientadores, se dejó caer sobre el teclado. Entonces, el potentado, entre ajos y cebollas, trató de atraparlo. "¿Cómo es posible un bicho aquí?" se dijo prometiéndose despedir al responsable de limpieza al día siguiente. Pero la arañita se movía rápidamente, escabulléndose entre las teclas como en un laberinto, hasta que alcanzó el extremo de su tela y presurosa inició un ascenso frenético. Estaba en la mitad de su camino, cuando le falló una de las ocho patas y cayó sobre la mesa. El potentado hizo un puño con su mano derecha y lo descargó sobre la araña, que más ágil que nunca, lo esquivó volviendo a ascender por la tela. Esta vez no le faltaba nada para alcanzar el cielo raso de la habitación, cuando por apresurarse, cayó de nuevo y vuelta a empezar. Una y otra vez, el potentado intentó aplastar a la araña, y ésta subió y bajó con igual rapidez, la tela que pendía de una esquina. Por fin, aquel invencible empresario, se dio cuenta de que jamás podría con la firme voluntad del insecto. "¡Vaya, parece que tú también estás dispuesta a fastidiarme, maldita sea!", masculló. La araña se lo quedó mirando, o algo parecido, y tras decir "¿Qué quieres que le haga, viejo?" subió la tela lenta, pero segura. El potentado dibujó una mueca en su rostro y se volvió a concentrar en la pantalla del ordenador. Las acciones seguían cayendo vertiginosamente, estaba arruinado, y una insignificante araña, le había derrotado en su propio terreno. "Nada, no me queda otra alternativa que volver a empezar, como el condenado bicho ése". La verdad, que ignoro si el potentado recuperó su fortuna, pero de lo que no me cabe la menor duda es deque a sus cincuenta y pico, quien fuera amo y señor de los capitales y las voluntades de aquel país pobre, paupérrimo, endeudado hasta la médula, aprendió una lección de humildad que no olvidaría jamás. CARACTERES: 3840

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