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Pueblos indígenas

EASBA: azúcar amargo e indígenas endeudados

“Hay comunidades endeudadas con más de Bs 4 millones y en cinco cosechas no se pagó ni la mitad, porque cada año va mermando la producción. Es lamentable”, afirma Jorge Canamari.
18 de diciembre, 2023 - 16:32
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La fábrica EASBA. Foto: ANF
La fábrica EASBA. Foto: ANF
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Por Sergio Mendoza (La Nube)

La Paz, 18 de diciembre de 2023 (ANF).- “El ingenio azucarero es un gran engaño”, dice un hombre que escuchó mi conversación con un funcionario de la Alcaldía de San Buenaventura, en el norte de La Paz. Es el final de la tarde de un jueves de noviembre de 2023 y estamos envueltos en una nube de humo, con un calor insoportable por los incendios que se comen la Amazonía boliviana. Esta persona oriunda del lugar me pide mantener su nombre en reserva y me cuenta que la estatal Empresa Azucarera San Buenaventura (EASBA) convenció a las comunidades para desmontar sus bosques y cultivar caña de azúcar con la promesa de desarrollo. Los indígenas aceptaron, pero como todo se hizo con equipo de la compañía “al final les pasaron la factura y los hermanos terminaron con deudas de millones de bolivianos”. 

Esta es una realidad confirmada por una decena de fuentes, entre cañeros, autoridades y funcionarios públicos con los que conversé. Indígenas que nunca habían contraído un crédito ahora están endeudados con la empresa pública por la deforestación de su territorio y el cultivo de caña. Las comunidades que aceptaron el trato reciben un 20% del valor de la producción, mientras el restante 80% se destina al pago de su deuda.

El problema es que cada año que pasa la producción es menor, por lo que hay menos valor para honrar estos compromisos. En un principio se estimaba que la deuda se pagaría en cinco años, pero en ese tiempo los cañeros deben adquirir más créditos para comprar pesticidas, semillas y otros insumos.

“Teníamos programado pagar la deuda en cinco años, pero como hay deficiencias en la producción, cuando es tiempo de cosechar entra el tema de fertilizantes y ciertas cosas y pues ya es otra adquisición de deuda”, cuenta un cañero de la comunidad Altamarani, la más próxima al ingenio, cuyo nombre se mantiene en reserva por temor a represalias. 

Jorge Canamari, presidente del Consejo Indígena del Pueblo Tacana (CIPTA), un pueblo originario de la Amazonía boliviana, va a bordo de un vehículo azul oscuro. Transita por parajes que más parecen del altiplano que de un bosque húmedo, con vegetación seca y ocre. Alrededor del camino llamas ardientes consumen la vida y columnas de humo se elevan hacia los cielos grises. Ante la desatención de las autoridades, él se mueve en este coche junto a su familia, y un lorito desplumado que se muere de sed, para ayudar a las comunidades asediadas por los incendios. En medio de estas agobiantes labores se da tiempo para conversar sobre el ingenio.

“Hay comunidades endeudadas con más de Bs 4 millones y en cinco cosechas no se pagó ni la mitad, porque cada año va mermando la producción. Es lamentable”, afirma.

Ni EASBA ni el Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural, cartera encargada del área, brindaron información solicitada para este reportaje.

Ubicación del ingenio azucarero y las comunidades cercanas en el norte de La Paz

 

Una empresa poco rentable

A las deudas de las comunidades locales se suma la que tiene la propia empresa pública con el Banco Central de Bolivia (BCB) por $us 265 millones, dinero que le fue entregado para su constitución y para la construcción del ingenio azucarero. Hasta ahora el crédito no ha sido devuelto, según informes de la entidad monetaria. Los ingresos de la compañía no cubren sus gastos por la deficiente producción de caña y azúcar, por lo que constantemente debe buscar apoyos estatales, sostiene Daniel Robison, un especialista en conservación de suelos que ha investigado a fondo este asunto.

“A mí no me lo contaron, yo mismo he intentado producir caña de azúcar y sé de las limitaciones. Tengo mi trapiche ahí pudriéndose”, dice el paceño con pinta de “gringo”, de 63 años y casi 30 viviendo en Rurrenabaque, Beni, donde decidió armar su hogar con su difunta esposa. Ahora él vive con “Jucu”, una perra cariñosa que lo sigue a todas partes por su casa, ubicada a pocas cuadras de la plaza principal, y con una gata que caza a los ratones.

Robison explica que la intención de cultivar caña en San Buenaventura es parte de la denominada «Marcha al Norte», una emulación de la «Marcha al Oriente», que entre los 40’ y 50’ se concretó con la construcción de ingenios azucareros en Santa Cruz. Hasta entonces el departamento cruceño había sido una región descuidada, que tuvo que ser conectada con carreteras a las tierras altas donde bullía la actividad económica gracias a la minería y a la burocracia gubernamental. Un destino similar se pretende para el norte boliviano; pero no se considera las diferencias entre estas regiones.

“Hay gente que más que querer a La Paz, envidia a Santa Cruz. Se desconoce la diferencia y se menosprecia lo que hay aquí. No les interesa ni un poquito los recursos en el norte de La Paz, donde se tiene un bosque amazónico hermoso. ¡Y les importa un pito!”, dice Robison, con rabia e impotencia. “El bosque, para ellos, es una cosa que hay que sacar para poner caña o palma africana. ¡Eso es una mentalidad colonizada total!”.

Hubo años en que EASBA ni siquiera pudo cubrir sus gastos corrientes. En 2018 los gastos corrientes llegaban a Bs 128 millones, pero los ingresos sólo a Bs 34 millones. Para el 2023 los ingresos se proyectaron en Bs 62 millones, aunque se desconocen los gastos programados. Hasta el cierre de esta edición, ni la empresa estatal ni el ministerio del área respondieron a las consultas sobre sus estados financieros.

Niño apaga las pequeñas llamas que todavía estaban prendidas en Buena Vista. Foto : Sergio Mendoza

Los bosques amazónicos desaparecen

Es mediados de noviembre del 2023, las comunidades alrededor del ingenio azucarero arden y se ahogan en el humo. Los indígenas están desesperados. Corren de un lado al otro con la poca agua que les queda. La sequía los ha golpeado por cuatro meses seguidos. Los incendios forestales los han puesto en un infierno.

Parado detrás de una casa en la comunidad de Buena Vista, el ingeniero agrónomo Marco Patiño mira cómo el fuego brota por debajo de cenizas esparcidas en el suelo y despotrica contra los planes del Gobierno. Ayer las llamas se tragaron una casa en este poblado y quemaron parcialmente al menos otras cuatro.

“Con el discurso de que somos productores autónomos se originan estos desastres, desmonte de bosques, y ahora estas son las consecuencias. Desde los 70’ ya se sabía que el ingenio no iba a funcionar. Si este es el modelo que nuestro Gobierno está promoviendo los indígenas van a tener que migrar a otros lugares”, dice Patiño, mientras un niño de unos 10 años corre con una mochila cargada de agua para chisguetear las llamas que parecen salir del inframundo.

Hasta el 2021 se deforestaron aproximadamente 4.500 hectáreas (ha) de monte para cultivar caña de azúcar en San Buenaventura. En realidad, se esperaba que la deforestación fuera mayor. El ingenio necesita unas 14.400 hectáreas para operar al 100 por ciento de su capacidad, actualmente funciona sólo a un 30 por ciento. El alto costo de desmontar la selva y la baja rentabilidad de la producción jugaron, de alguna manera, en favor de la conservación del bosque. Pero los planes para seguir tumbando árboles siguen en pie.

Ampliación de cultivos de caña de azúcar entre el 2010 y 2022

El ingenio azucarero es una amalgama de equipos metálicos instalados frente a un bloque de concreto donde se encuentran oficinas de EASBA: tres niveles con espacio suficiente como para 400 cubículos; pero varios de ellos lucen abandonados. Los trabajadores señalan que comúnmente hasta 60 personas trabajan en tareas de mantenimiento y en época de zafra la cantidad de obreros se triplica.

Fuentes internas informaron que uno de los principales problemas es que la tecnología del ingenio es china de tercera categoría, por lo que el desgaste es veloz y los repuestos son difíciles de conseguir.

Si bien la empresa EASBA nació en 2010, el ingenio comenzó a construirse en septiembre del 2012 por la empresa china CAMC a invitación directa del gobierno de Evo Morales, por un costo de $us 175 millones. El dinero vino del préstamo del BCB. El contrato no se hizo púbico, no figura entre los documentos del Sistema de Contrataciones Estatales (Sicoes) ni fue proporcionado por las autoridades ante el requerimiento para la elaboración de este reportaje.

Alrededor del ingenio y del edificio azul de oficinas hay extensos cultivos de azúcar divididos por árboles que dejaron a modo de cortavientos, resecos por la sequía y el sol. En unos días más este lugar que ya está lleno de humo será alcanzado por el fuego, que consumirá hasta 150 hectáreas de las plantaciones. Por ahora los trabajadores están en estado de alerta, al igual que las comunidades cercanas. La más próxima es Altamarani, una aldea al borde del río Beni a la que sólo se puede entrar en coche a través del camino abierto por EASBA.

La comunidad solía estar en medio del monte, rodeada por gigantescos árboles que fueron cortados para plantar caña. Antes solían sacar agua del río y de los arroyos cercanos, pero ahora están contaminados por los desechos del ingenio y de toda la actividad humana más al sur. Ahora dependen de un pozo con baja presión que está fallando.

“La deforestación ha sido intensa. Ha afectado la sequía. Pero también hay enfermedades raras que han aparecido. Aquí no hay médicos y nos salvamos con medicina natural y el Yatiri”, me cuenta Gilmer Cartagena Chao, corregidor de la comunidad. “El maíz se ha secado, la yuca se ha podrido, el cacao se ha malogrado, y los plátanos se están doblando delgaditos”.

Aunque el ingenio está a pocos pasos, la gente debe migrar en busca de trabajo, afirma Gilmer y con él coincide Roxana Añez, una beniana de 52 años que se instaló aquí a sus 16 por perseguir el amor. Me dice que los hombres pueden zafrear la caña, pero en el ingenio no hay espacio para ellas, sólo para profesionales.

Echa un vistazo a su alrededor, a través de las ventanas vacías de la sede social pintada de azul, y expresa: “Más ha sido el perjuicio para nosotros. Mire el desmonte que estamos sufriendo. No sabemos el fuego de dónde viene, si vendrá de los cañaverales o de otro lado, pero lo sentimos”.

Añez me dice que en el pasado la gente vivía de sus cultivos, la caza y la pesca; pero ahora sus cultivos se secan, los peces se agotan en un río cada vez más enfermo, y los animales huyen porque su hábitat ha desaparecido. “EASBA ha desmontado para hacer sus cañaverales y nosotros no tenemos monte, y con este incendio nos vamos a quedar sin nada”, suspira.

Ni la gobernación de La Paz, ni el Ministerio de Medio Ambiente, ni EASBA, respondieron a las consultas sobre los estudios de impacto ambiental, licencias y otros que se hubieran realizado para la instalación y funcionamiento del ingenio.

La fábrica de azúcar San Buenaventura. Foto: Sergio Mendoza

Azúcar amargo

“La noticia era dulce”, dice Darío Mamio, el corregidor de Bella Altura, otra pequeña comunidad de San Buenaventura, en medio de la espesa arboleda. “Cerquita de nosotros está EASBA, y con las plagas que van evolucionando por los agroquímicos que rocían se afecta a nuestros cultivos tradicionales. Contaminan nuestros arroyos y el río en el tiempo de zafra. Los peces mueren y no hay compensación”.

La producción de azúcar genera residuos contaminantes para el medio ambiente, como bagazo, cachaza, y vinaza. Fuentes cercanas a EASBA señalaron que los desechos no se tratan de forma adecuada. En pequeñas cantidades la vinaza funciona como abono, pero en grandes cantidades es un veneno para la vegetación. Ingenios mejor preparados tienen sistemas de riego para esparcir la vinaza en sus cultivos; pero EASBA deposita la mayor parte en piscinas artificiales que podrían filtrase y provocar daño al ecosistema, señalaron.

Le pregunto al experto en suelos Daniel Robison cómo ve el futuro de San Buenaventura y de la producción de azúcar. Su respuesta no anima. Cocinados por el calor inverosímil y envueltos en la humareda, el académico enamorado de la Amazonía me dice que nunca antes en la historia reciente se habían alcanzado temperaturas tan altas como ahora en esta región: encima de 40 grados por varios días continuos. Que nunca había dejado de llover por cuatro meses seguidos. Que nunca se había visto la selva arder como en los últimos años. El fuego, iniciado generalmente en las tierras de cultivo, se extinguía al llegar al bosque húmedo; pero eso ya no ocurre. El bosque está seco y el fuego lo ha penetrado, y el próximo año será más fácil que arda.

“El gobierno insiste en sacar el monte y poner caña, palma africana, o lo que sea. No han hecho ningún esfuerzo para ver cómo sacar provecho de los recursos que sí existen. Ahora que esto se ha quemado, será más fácil el desmonte», afirma Robison.

Le planteo la misma interrogante a Roxana Añez, la mujer de Altamarani que migró aquí a sus 16 años para formar una familia. Su respuesta es firme, pero a la vez poco alentadora.

“Nosotros hemos dicho que nos pueden retirar muertos, pero vivos no nos vamos a ir”.

/ANF/

 

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