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Otros ataúdes: la huella de la muerte en la pandemia en las Américas

A cuatro meses del primer muerto por covid-19 en el continente, son muchas las cicatrices que el virus va dejando. Un conteo diario que oculta cientos de miles de dramas de una tragedia que no parece tener fin.
21 de Julio, 2020
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Crédito: Juan García
Crédito: Juan García
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Las cifras por el coronavirus son abrumadoras, como lo son las crecientes dudas de un masivo subregistro, y su impacto avasallador en la cotidianidad. Los intentos de algunos gobiernos por acallar el bullicio del conteo y las estadísticas mortuorias desnudan sistemas de salud frágiles por todo el continente y legitimidades políticas inciertas. 

De Canadá a Argentina, según los datos proporcionados por los gobiernos locales, ya hay más de 300 mil muertes por covid-19. Solo los Estados Unidos, ya supera la cifra de muertos en combate o por infecciones durante los cuatro años que duró la Primera Guerra Mundial hace un siglo. Al momento de comenzar la publicación de esta serie (al 21 de julio), eran más de siete millones los contagiados en el continente, una cifra mayor a toda la población de un país como Panamá, El Salvador, Nicaragua, Paraguay o Puerto Rico.

Pero esa cifra se queda corta. Como presenta la primera entrega del especial #HuellasDeLaPandemia realizado de manera colectiva por periodistas Miembros de CONNECTAS, los sistemas de salud de toda la región, rebasados en su capacidad para llevar el registro del avance del nuevo coronavirus, han reconocido que sus naciones tienen más enfermos y fallecidos de los que han sido capaces de identificar. Las calles, los cementerios improvisados y las salas de urgencias de los hospitales son una muestra de ello.

Entre mayo, varios medios coincidieron al publicar diferentes investigaciones en las que, a través de distintas metodologías, detectaron que solo en la Ciudad de México, foco de la epidemia en la nación, habría hasta tres veces más muertes de las oficialmente registradas. Algo similar sucede con mayor o menor medida en prácticamente todos los países de la región.
 
La manera relajada como algunos gobernantes han actuado frente a la pandemia. Esto ha impulsado cierta incredulidad entre la población que, como en el caso mexicano, tiene enfermedades adicionales que aumentan las probabilidades de morir por el virus. 

Esta manera negacionista, dubitativa y oscilante se replica en el sur del continente. Brasil es el segundo país con más casos y muertes por la covid-19 en el mundo. Su presidente, Jair Bolsonaro, a quien hace un par de semanas le confirmaron que tenía coronavirus, ha negado en diferentes ocasiones la existencia del mismo. Hasta el 21 de julio, esa nación reportaba dos millones de casos positivos y 79.488 fallecidos, con un crecimiento que rápidamente está desbancando las cifras de horror que tuvieron los países europeos.

Una de las consecuencias directas de las cifras no reveladas es el mensaje para millones de habitantes que minimizan la gravedad de la epidemia. En una de las historias de la serie se muestra la forma como se está subestimando por mucho la magnitud de la epidemia. Vea acá la nota

Además del caos detrás del subregistro de infectados y muertos, el otro gran drama es el de la muerte en soledad. Al continente le ha tocado enfrentarse a una homogeneización de los funerales poco habitual en una región de memoria y rituales. Ahora los velorios de las víctimas del virus son iguales y cubiertos bajo un paradigma sanitario. La muerte parece ser estándar en las Américas: silenciosa, sin nombre y sin compañía. Vea acá la nota.

Para la antropóloga mexicana Ericka Álvarez Juárez, la relación con la muerte es un símbolo que nos da identidad y va más allá del folklore, “es esta trascendencia del ser humano, por eso acompañamos al muerto, por eso le hacemos esta procesión, esta fiesta, este colorido. Y queda ahí, en la sociedad, en el contexto social”. Con la pandemia, estos rituales han sufrido transformaciones forzosas en una región abigarrada con varias culturas pero al unísono de un lazo en común, el abrazo con la muerte.

Sin embargo, hay lugares en los que ni las medidas de control más severas han limitado a los familiares en su intento por acompañar a sus seres queridos hasta su última morada. Es el caso de Nicaragua, donde se acuñó la expresión de “entierro express” para denominar la cada vez más extendida práctica de hacer los entierros en la noche, huyendo de los controles del régimen de Daniel Ortega. En tumbas improvisadas, la ausencia de rituales y ornamento contrasta con la devoción de los pocos familiares que se han visto obligados a hacer estas prácticas.

Así pues, el dolor, al igual que las cifras de muertos y contagiados, parece ser lo único que aumenta en el marco de la pandemia en las Américas. Para conocer más sobre #HuellasDeLaPandemia, el especial periodístico de CONNECTAS, ingrese aquí

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