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Cultura y farándula

“Castillos se caen, muladares se levantan”: la vida de Quety, una mujer que venció la dictadura y la pobreza

La dictadura le impuso un exilio sin moverse del país: cada día era un riesgo, cada calle un posible escenario de desaparición. Aun así, Quety resistió. Con cada venta y cada jornada sobrevivida, tejió su propia forma de protesta.
23 de mayo, 2025 - 17:30
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Ramiro Llanos. Foto: ANF
Ramiro Llanos. Foto: ANF

La Paz, 23 de mayo de 2025 (ANF).- En una Bolivia marcada por los vaivenes de la dictadura y la pobreza, Quety, una mujer nacida en Oruro y casi analfabeta, alzó su vida como se alzan las paredes con las propias manos: sin planos, pero con coraje. Su historia, tejida con sacrificios invisibles, cobra voz en el libro “Castillos se caen, muladares se levantan”, escrito por su hijo, el abogado Ramiro Llanos, quien reconstruye la biografía de su madre como un acto de memoria y justicia.

“Es una mujer como muchas otras en Bolivia, pero que ha tenido la posibilidad de expresar su historia”, dice Llanos. Quety apenas cursó hasta segundo de primaria. Huérfana a los ocho años, fue llevada por su hermana a realizar labores domésticas y cuidar sobrinos. Su niñez transcurrió entre escobas y ollas. Y, sin embargo, nunca dejó de buscar algo mejor, empezando por su propio padre, a quien rastreó con apenas 14 años en los socavones de Colquiri, tras un viaje solitario desde Vinto.

Su juventud aconteció bajo la sombra del miedo. Se casó con un hombre que se involucró —casi por inercia generacional— en movimientos políticos durante los años más duros de la represión. 

“Los jóvenes se sumaban a esas corrientes sin entenderlas del todo, y eran inmediatamente etiquetados como enemigos del Estado”, recuerda Llanos. Así, su padre, Julio Llanos, fue detenido, exiliado, torturado. Y Quety quedó al frente de una familia rota por la persecución.

En esa soledad impuesta, la maternidad y el hambre se entrelazaron como un solo deber. Quety vendía humintas y ajíes en la avenida Buenos Aires de La Paz. Confeccionaba ropa, cocinaba, hacía lo que estuviera a su alcance para alimentar y vestir a sus hijos. 

“Mi madre asumió la economía del hogar, mientras buscaba a mi padre en hospitales, cárceles, y hasta morgues”, cuenta Llanos.

La dictadura le impuso un exilio sin moverse del país: cada día era un riesgo, cada calle un posible escenario de desaparición. Aun así, Quety resistió. Con cada venta y cada jornada sobrevivida, tejió su propia forma de protesta: la subsistencia con dignidad.

La democracia no trajo alivio inmediato, pero sí una nueva etapa. Con sus hijos ya mayores, Quety pudo por fin invertir en pequeños emprendimientos. Transformó la experiencia de la necesidad en una escuela de sabiduría práctica. “Desde lo más abajo, llegó a vivir con tranquilidad en un nivel de clase media”, dice Llanos, con una mezcla de orgullo y ternura.

A los 86 años, Quety se considera, por primera vez, una mujer libre. Su cuerpo envejecido ya no camina como antes, pero su mirada no ha perdido firmeza. “Es en la tercera edad cuando siente que puede respirar sin miedo, después de haber cargado tanto tiempo con la responsabilidad del hogar y la incertidumbre del país”, explica su hijo.

El título del libro nace de una frase suya: “Castillos se caen, muladares se levantan”. Para Llanos, esa metáfora sintetiza su vida: la caída de las estructuras del poder y la emergencia de quienes, desde la pobreza y el anonimato, construyen lo esencial con esfuerzo propio.

En las páginas finales del libro, Quety ofrece consejos. Habla de la importancia del trabajo, de la unidad familiar, de la educación —aunque ella no la tuvo— como clave para romper el ciclo de la pobreza. No con resentimiento, sino con esperanza lúcida. “Su historia es también una enseñanza para las nuevas generaciones”, afirma Llanos.

El relato de Quety es, sobre todo, un acto de visibilización. Una manera de decir que las heroínas no siempre tienen apellidos ilustres ni apariciones en los actos oficiales. A veces, son las mujeres que vendían comida en las esquinas, las que vestían a sus hijos con tela reciclada, las que nunca dejaron de buscar a sus muertos. Y que, aún desde el muladar, levantaron vida.

Publicar este testimonio no solo repara un silencio. También interpela al presente: ¿cuántas Quetys siguen en el anonimato? ¿Cuántas están hoy sobreviviendo a sus propias dictaduras —de género, de clase, de abandono— sin que nadie las escuche? Castillos se caen, muladares se levantan es la voz de una madre, pero también de una nación que todavía tiene mucho que decir desde abajo.

/ANF/

 

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