IGNACIO VERA
Poco ha leí un artículo de un periódico europeo en el que se decía que el apego de los jóvenes del viejo mundo hacia la religión está yendo en declive, o se está debilitando, por uno u otro motivo, y que cada vez hay menos convicción y menos práctica en los que aún tienen o profesan un culto sagrado.
Resulta interesante analizar este fenómeno, tanto para creyentes cuanto para ateos, dado que sus repercusiones tienen que ver con la economía, con la política e incluso con cosas eminentemente sociológicas como son las estadísticas de las personas que se quitan la vida todos los días en el mundo. El hecho se presenta curioso desde el primer momento, dado que es Europa el medio en el que la religión ha tenido, en toda la historia, mayor fuerza y mayor poder de irradiación hacia las periferias receptoras. El ejemplo más ilustrativo que se me viene a la cabeza es el de la catequización masiva de América por parte de los europeos cuando la conquista.
Al hablar de Europa como centro de potencia religiosa, lo hago en un sentido de difusión de ideas concernientes al cristianismo, al judaísmo y al islam, ya que si bien en la historia de la humanidad el viejo continente también ha sido foco de cultos y creencias tan fuertes como grandes cual fueron Egipto (tómese Alejandría como europea y no como africana), por ejemplo, o la antigua Grecia, nunca se registró influencia tal en el mundo como la que partió del seno de las religiones que profesan la existencia de Dios, de Jehová o de Alá. Y así como Europa fue decisiva para que el mundo tornase al deísmo, ¿podría ahora persuadir a las naciones para que virasen hacia la incredulidad, o cuando menos hacia la indiferencia?
En ese sentido, puede uno preguntarse: ¿Cómo las nuevas generaciones que nacieron en el suelo de Lutero, de Knox, de Calvino, de Hooker, de Cranmer, de Teófilo de Alejandría, de Santo Tomás, de Kempis, cómo esos jóvenes, digo, cuyos ancestros vieron el amanecer de la Reforma, pisaron la tierra de la Gran Bretaña ortodoxa y de la España archicristiana y sintieron la dimensión mística del Renacimiento pueden estar tornando hoy al ateísmo? Ahora bien; ¿es la indiferencia hacia la religión sinónimo de ateísmo? Porque una cosa es cierta, y es que algo es la religión y otra cosa Dios. (No están indisolublemente unidos, al menos no hay por qué tangan que estarlo para el que escribe esto). Entonces quizá lo que ocurre sea escepticismo más que indiferencia.
Visto el fenómeno desde la perspectiva del creyente, podría ser un asunto digno un providencialismo apocalíptico; visto, en cambio, desde el ángulo del materialista, la explicación se centraría en el movimiento económico, más que en cualquier otro. No sé a ciencia cierta si –teniendo en cuenta las densidades demográficas del mundo- las iglesias se están empequeñeciendo, pero lo que sí puedo decir, porque lo veo día a día, es que los jóvenes que creen y dicen profesar una religión, ora no saben lo que creen, ora no practican lo que les obliga practicar su religión. Éste, para mí, es un fenómeno que tiene origen en el cambio de la educación y la pedagogía (ayer vinculado más a la escolástica), y que, en términos muy generales, hoy es más liberal que ayer; pero lo malo es que la educación de hoy no está formando personas críticas con el misticismo, para que decidan si está bien o no creer, sino que las deja en la más obscura ignorancia respecto a estos asuntos; entonces la respuesta lógica es la indiferencia.
Lo que en realidad ocurre, a mi modo de ver las cosas, es que este cambio es tremendamente explicable desde la Sociología, más que desde otro campo, y tiene que ver con los usos y costumbres de, primero, los padres que inculcan ideas a sus hijos, pues andan más perdidos en cosas como son el vértigo consumista y la propaganda, y de, segundo, los políticos y la laicización de los Estados, cada vez más abiertos nominalmente aunque no menos conservadores y tradicionalistas que ayer.
Los hechos no debieran desmoralizar a los catequistas y mucho menos a los catecúmenos, ya que la búsqueda de Dios es algo, más allá de todo, personal y que tiene que ver con la conciencia y las obras. Nunca perdería vigencia.
Ignacio Vera de Rada es estudiante de latín en la Universidad de Salamanca
Twitter: @ignaciov941