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Nacional Sociedad

¿Un mundo feliz?

ANF L2780 15:59:48 03-09-1999 VAR GRIMALT-COMENTARIO ¿Un mundo feliz? HISTORIAS DE ABUELAS Ramón Grimalt i Oblitas Y se me ocurrió volver a visitar a las abuelitas, sí hombre, las viudas de beneméritos de la Guerra del Chaco, que por cierto nunca sabré si perdimos o ganamos, en fin. Después de tres meses, o quizá más, constaté que sus condiciones de vida siguen siendo precarias; que de no ser por dos jóvenes universitarias que las atienden y les preparan la comida, esa casa destartalada sería un improvisado cementerio sin nichos ni lápidas, ni flores, ni nada. Las abuelitas, que ya no me recordaban, volvieron a contarme lo dramático que resulta llegar a los setenta y pico después de tanto esfuerzo, para que los hijos te den una patada en el trasero y ni siquiera te dejen ver a tus nietos, simplemente porque eres un viejo estorbo. Encima, respeto lo que se dice respeto, ya ni existe. Fíjese usted, que los policías de tránsito, cuyo cuartel colinda con la casa de las ancianas, se dedican a amedrentarlas e insultarlas; a uno de ellos, dicen, lo sorprendieron encaramado en la tapia meándoles encima, el muy guarro. ¿A quién quejarse? ¿Tal vez a la prensa? No nos engañemos, por favor. De los ancianos nos acordamos cada 26 de agosto, su día, porque, por lo general, suelen salir notas de interés humano destinadas a tocar las fibras más sensibles; pero el resto del año, bien gracias. En honor a la verdad, debo admitir que yo también iba en busca de un reportaje, y es muy probable que una vez conseguido mi objetivo, no regrese a aquella casa ubicada en la paceña calle Sagárnaga, por lo menos durante un buen tiempo. Sin embargo, las escuché. Usted no se imagina siquiera, lo mucho que necesitan que alguien les preste atención. Cada una de ellas, es un mundo en sí, repleto de vivencias, anécdotas e historias tan ricas que no resistí la tentación de empezar a escribir en mi block de notas. Escribí, por ejemplo, la historia de una anciana que hace poco más de un mes, un miércoles por la tarde, tomó té con las viudas y luego regresó a su casa en el barrio de San Pedro. Allí la esperaba su sobrino, un teniente de la policía, a quien no veía desde navidad. La anciana estaba enferma; recién se recuperaba de una gripe acompañada de una persistente tos seca, y necesitaba un jarabe que no podía pagar. Su sobrino se ofreció a comprarle la medicina, incluso a administrársela de acuerdo a la receta. Por eso, Martina, viuda de Delfín Osorio, veterano de guerra, fallecido en 1995, sintió cómo se le humedecían los ojos. Pasó una semana y otra; y a las viudas les llamó la atención que Martina no hubiese ido a visitarlas dos miércoles consecutivos. Luego, porque se lo contó una vecina, se enteraron que había fallecido. El certificado médico, emitido un días después, decía "muerte natural", pero las ancianas desconfían y con razón. Resulta que el sobrino, el policía, se dio de baja de la institución y hoy su paradero es desconocido. Dionisia Gálvez, una de las viudas, me contó que Martina tenía ahorrados unos doce mil bolivianos, además de varias alhajas de oro y plata, las cuales habían desaparecido; Dionisia se dio cuenta de ello, cuando comprobó que un viejo escapulario de plata heredado de su madre, que, por cierto, pendía de la pared, sobre la cama de matrimonio, ya no estaba en aquel sitio. Las viudas de beneméritos, me entregaron la copia de una carta dirigida al ministro de Gobierno, Walter Guiteras, para que su autoridad ordene la investigación del caso. No sé, ojalá me equivoque, pero soy escéptico; personalmente no creo que Guiteras les dé pelota, pero queda la esperanza y mientras ésta exista, todavía se podrá saber de qué murió Martina viuda de Osorio. Aunque quizá, es muy probable que lo haga, le comente el caso a mi jefe de prensa para empezar a atar cabos sueltos. Quién sabe, a lo mejor les deberé a las abuelitas el tema de una novela, quién sabe. CARACTERES:3134
3 de septiembre, 1999 - 17:02
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ANF L2780 15:59:48 03-09-1999VAR GRIMALT-COMENTARIO¿Un mundo feliz?HISTORIAS DE ABUELAS Ramón Grimalt i Oblitas Y se me ocurrió volver a visitar a las abuelitas, sí hombre, las viudas de beneméritos de la Guerra del Chaco, que por cierto nunca sabré si perdimos o ganamos, en fin. Después de tres meses, o quizá más, constaté que sus condiciones de vida siguen siendo precarias; que de no ser por dos jóvenes universitarias que las atienden y les preparan la comida, esa casa destartalada sería un improvisado cementerio sin nichos ni lápidas, ni flores, ni nada. Las abuelitas, que ya no me recordaban, volvieron a contarme lo dramático que resulta llegar a los setenta y pico después de tanto esfuerzo, para que los hijos te den una patada en el trasero y ni siquiera te dejen ver a tus nietos, simplemente porque eres un viejo estorbo. Encima, respeto lo que se dice respeto, ya ni existe. Fíjese usted, que los policías de tránsito, cuyo cuartel colinda con la casa de las ancianas, se dedican a amedrentarlas e insultarlas; a uno de ellos, dicen, lo sorprendieron encaramado en la tapia meándoles encima, el muy guarro. ¿A quién quejarse? ¿Tal vez a la prensa? No nos engañemos, por favor. De los ancianos nos acordamos cada 26 de agosto, su día, porque, por lo general, suelen salir notas de interés humano destinadas a tocar las fibras más sensibles; pero el resto del año, bien gracias. En honor a la verdad, debo admitir que yo también iba en busca de un reportaje, y es muy probable que una vez conseguido mi objetivo, no regrese a aquella casa ubicada en la paceña calle Sagárnaga, por lo menos durante un buen tiempo. Sin embargo, las escuché. Usted no se imagina siquiera, lo mucho que necesitan que alguien les preste atención. Cada una de ellas, es un mundo en sí, repleto de vivencias, anécdotas e historias tan ricas que no resistí la tentación de empezar a escribir en mi block de notas. Escribí, por ejemplo, la historia de una anciana que hace poco más de un mes, un miércoles por la tarde, tomó té con las viudas y luego regresó a su casa en el barrio de San Pedro. Allí la esperaba su sobrino, un teniente de la policía, a quien no veía desde navidad. La anciana estaba enferma; recién se recuperaba de una gripe acompañada de una persistente tos seca, y necesitaba un jarabe que no podía pagar. Su sobrino se ofreció a comprarle la medicina, incluso a administrársela de acuerdo a la receta. Por eso, Martina, viuda de Delfín Osorio, veterano de guerra, fallecido en 1995, sintió cómo se le humedecían los ojos. Pasó una semana y otra; y a las viudas les llamó la atención que Martina no hubiese ido a visitarlas dos miércoles consecutivos. Luego, porque se lo contó una vecina, se enteraron que había fallecido. El certificado médico, emitido un días después, decía "muerte natural", pero las ancianas desconfían y con razón. Resulta que el sobrino, el policía, se dio de baja de la institución y hoy su paradero es desconocido. Dionisia Gálvez, una de las viudas, me contó que Martina tenía ahorrados unos doce mil bolivianos, además de varias alhajas de oro y plata, las cuales habían desaparecido; Dionisia se dio cuenta de ello, cuando comprobó que un viejo escapulario de plata heredado de su madre, que, por cierto, pendía de la pared, sobre la cama de matrimonio, ya no estaba en aquel sitio. Las viudas de beneméritos, me entregaron la copia de una carta dirigida al ministro de Gobierno, Walter Guiteras, para que su autoridad ordene la investigación del caso. No sé, ojalá me equivoque, pero soy escéptico; personalmente no creo que Guiteras les dé pelota, pero queda la esperanza y mientras ésta exista, todavía se podrá saber de qué murió Martina viuda de Osorio. Aunque quizá, es muy probable que lo haga, le comente el caso a mi jefe de prensa para empezar a atar cabos sueltos. Quién sabe, a lo mejor les deberé a las abuelitas el tema de una novela, quién sabe.CARACTERES:3134
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