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Nacional Sociedad

¿Un mundo feliz?

ANF L0562 16:11:28 10-08-1999 VAR GRIMALT-COMENTARIO ¿Un mundo feliz? BERNABE Y MARTINA Ramón Grimalt i Oblitas El viejo tocaba la corneta, tararí, tararí. Llevaba una cabra atada a una soga y cada día, a la misma hora, sobre las cuatro de la tarde, ofrecía su espectáculo. "¡Vean señores, a la gran Martina, la única cabra en el mundo que baila sobre dos patas!" La verdad que aquello no era ni mucho menos una hazaña. Las cabras, debidamente adiestradas, bailaban sobre dos patas desde los griegos, y cuenta Petronio que una de las diversiones de Nerón, consistía en contemplar ensimismado a siete cabras de Capua moverse al ritmo de la flauta de pan. Así que poco podía impresionar aquella presentación a los apurados transeúntes. Sin embargo, sacando el poco aire que quedaba en sus enfermos pulmones, tocó algo que pretendía ser "La donna é mobile". La cabra, interesante bicho éste, dotado de una estupenda capacidad devoradora, escuchó el sonido de la corneta y sola solita se paró sobre las patas traseras mientras movía nerviosa, las delanteras. Entonces, empezó a bailar. Sí, la cabra bailaba, ceremoniosa, seria, digna, con la barba y todo, como si estuviera sobre un escenario y ella fuese la primera bailarina del Bolshoi. ¡Habráse visto! La actuación de Martina duró un par de minutos. Luego, su amo, o sea el viejo de la corneta, se descubrió y pasó el sombrero. Alguien le dio un peso, el resto lo ignoró para variar. Aunque con la verdad por delante, como debe ser, un tipo embutido en un costoso abrigo de piel, seguramente de marta siberiana, se acercó al anciano que decepcionado, arrojó su sombrero de fieltro. "Mire usted, sé que la necesidad es grande y que no le vendría mal un poco de dinero. Así que no lo piense dos veces y véndame la cabra." "¿Para qué mierda quería comprarse la cabra aquel caballero?", se preguntó el viejo a quien la oferta le abrió los ojos de incredulidad. "Sí, sí, me oyó usted muy bien. Póngale precio." ¿Cuánto podía valer Martina? ¿Acaso cien o doscientos pesos? Varias cifras se atropellaron en su cabeza. No pudo evitar recordar el día en que vino al mundo, allí en el pueblo; era un ovillo de lana, tan graciosa y zalamera. ¡Cómo corría por el prado! Eran buenos tiempos. La hacienda era próspera y no faltaba dinero para gastar en la pulpería de Rosendo. Pero llegó la revolución y con ella, la tierra para los campesinos. Aquello se fue al carajo y Bernabé cogió su corneta, la misma que ordenó la carga del Cuarto de Infantería en el fortín Vanguardia, y con Martina bajo el brazo, se fue a recorrer el mundo. Buenos Aires, Santiago, Lima, Bogotá. Pasó largas temporadas haciendo bailar a la cabra, sin tener tiempo para darse cuenta de que se hacía viejo, que no tenía familia, ni siquiera un perro que le ladrara. ¿Cómo? ¿Que no tenía familia? Un momento ¿Y qué era pues Martina? Martina, era la esposa, la hija, lo único que tenía. "Ya pues, apúrese que no tengo todo el día. ¿Cuánto quiere por su condenada cabra?" Bernabé, el viejo corneta, harapiento, sucio, apestando a tirillo y tabaco negro, buscó su dignidad allá, en el fondo de los fondos de su corazón, y sin alzar la voz dijo "Patrón, la Martina no tiene precio y va usted a disculpar, no se la vendería así me estuviese muriendo de hambre". "Qué lástima. Hubiera sido la estrella de mi show. Pero bueno, allá usted. Buenas tardes". Bernabé siguió con la vista al tipo del abrigo de piel, hasta que se perdió calle abajo. Martina lo miraba fijamente; es más, hasta creo que derramó una lágrima. Sin duda, agradecida, debió decir "Gracias viejo, de verdad. No hubiese durado un día lejos de ti, tu corneta, y tu calor, que el invierno viene frío.". Tararí, tararí. La corneta de Bernabé, sonó afinada por primera vez desde lo del fortín Vanguardia. Y es que de una forma u otra, entre el viejo y su cabra, mediaba algo que muy pocos entenderían; algo tan sencillo y sin precio de venta al público, como el amor. CARACTERES:3184
10 de agosto, 1999 - 17:14
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ANF L0562 16:11:28 10-08-1999VAR GRIMALT-COMENTARIO¿Un mundo feliz?BERNABE Y MARTINA Ramón Grimalt i Oblitas El viejo tocaba la corneta, tararí, tararí. Llevaba una cabra atada a una soga y cada día, a la misma hora, sobre las cuatro de la tarde, ofrecía su espectáculo. "¡Vean señores, a la gran Martina, la única cabra en el mundo que baila sobre dos patas!" La verdad que aquello no era ni mucho menos una hazaña. Las cabras, debidamente adiestradas, bailaban sobre dos patas desde los griegos, y cuenta Petronio que una de las diversiones de Nerón, consistía en contemplar ensimismado a siete cabras de Capua moverse al ritmo de la flauta de pan. Así que poco podía impresionar aquella presentación a los apurados transeúntes. Sin embargo, sacando el poco aire que quedaba en sus enfermos pulmones, tocó algo que pretendía ser "La donna é mobile". La cabra, interesante bicho éste, dotado de una estupenda capacidad devoradora, escuchó el sonido de la corneta y sola solita se paró sobre las patas traseras mientras movía nerviosa, las delanteras. Entonces, empezó a bailar. Sí, la cabra bailaba, ceremoniosa, seria, digna, con la barba y todo, como si estuviera sobre un escenario y ella fuese la primera bailarina del Bolshoi. ¡Habráse visto! La actuación de Martina duró un par de minutos. Luego, su amo, o sea el viejo de la corneta, se descubrió y pasó el sombrero. Alguien le dio un peso, el resto lo ignoró para variar. Aunque con la verdad por delante, como debe ser, un tipo embutido en un costoso abrigo de piel, seguramente de marta siberiana, se acercó al anciano que decepcionado, arrojó su sombrero de fieltro. "Mire usted, sé que la necesidad es grande y que no le vendría mal un poco de dinero. Así que no lo piense dos veces y véndame la cabra." "¿Para qué mierda quería comprarse la cabra aquel caballero?", se preguntó el viejo a quien la oferta le abrió los ojos de incredulidad. "Sí, sí, me oyó usted muy bien. Póngale precio." ¿Cuánto podía valer Martina? ¿Acaso cien o doscientos pesos? Varias cifras se atropellaron en su cabeza. No pudo evitar recordar el día en que vino al mundo, allí en el pueblo; era un ovillo de lana, tan graciosa y zalamera. ¡Cómo corría por el prado! Eran buenos tiempos. La hacienda era próspera y no faltaba dinero para gastar en la pulpería de Rosendo. Pero llegó la revolución y con ella, la tierra para los campesinos. Aquello se fue al carajo y Bernabé cogió su corneta, la misma que ordenó la carga del Cuarto de Infantería en el fortín Vanguardia, y con Martina bajo el brazo, se fue a recorrer el mundo. Buenos Aires, Santiago, Lima, Bogotá. Pasó largas temporadas haciendo bailar a la cabra, sin tener tiempo para darse cuenta de que se hacía viejo, que no tenía familia, ni siquiera un perro que le ladrara. ¿Cómo? ¿Que no tenía familia? Un momento ¿Y qué era pues Martina? Martina, era la esposa, la hija, lo único que tenía. "Ya pues, apúrese que no tengo todo el día. ¿Cuánto quiere por su condenada cabra?" Bernabé, el viejo corneta, harapiento, sucio, apestando a tirillo y tabaco negro, buscó su dignidad allá, en el fondo de los fondos de su corazón, y sin alzar la voz dijo "Patrón, la Martina no tiene precio y va usted a disculpar, no se la vendería así me estuviese muriendo de hambre". "Qué lástima. Hubiera sido la estrella de mi show. Pero bueno, allá usted. Buenas tardes". Bernabé siguió con la vista al tipo del abrigo de piel, hasta que se perdió calle abajo. Martina lo miraba fijamente; es más, hasta creo que derramó una lágrima. Sin duda, agradecida, debió decir "Gracias viejo, de verdad. No hubiese durado un día lejos de ti, tu corneta, y tu calor, que el invierno viene frío.". Tararí, tararí. La corneta de Bernabé, sonó afinada por primera vez desde lo del fortín Vanguardia. Y es que de una forma u otra, entre el viejo y su cabra, mediaba algo que muy pocos entenderían; algo tan sencillo y sin precio de venta al público, como el amor. CARACTERES:3184
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