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ALCALDIA LA PAZ - actualizado septiembre 1
 

Nacional Sociedad

Tsimanes, una nación que vive al desamparo del Estado Plurinacional

A las comunidades indígenas tsimanes no llega la educación, ni la salud, no tienen energía eléctrica, ni agua potable. Parece que el tiempo se hubiera detenido.
19 de Diciembre, 2020
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Niños y niñas tsimanes de la comunidad de Palmira
Niños y niñas tsimanes de la comunidad de Palmira
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Nancy Vacaflor G.

La Paz, 19 de diciembre (ANF).- Lo mejor que le pudo pasar al cacique mayor de la Central Colorado de la comunidad indígena Tsimán, Rosendo Merena, “ha sido aprender a leer y escribir”, hoy agradece a su profesor de la iglesia Metodista que le hubiera insistido a formarse para ser un líder de su comunidad. Un golpe de suerte que no tienen las 100 familias tsimanes sin tierra.

Ahora conduce el destino de 12 comunidades afiliadas a la Central, ubicada a unos 10 kilómetros de la población de El Palmar, cuya principal lucha es que siete de estas comunidades logren que el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) les otorgue títulos de dotación de tierras y reconozca sus derechos.

Rosendo sabe el valor que representa saber leer y escribir, aunque para cuando lo hizo ya existían problemas con los asentamientos de interculturales sobre las comunidades indígenas tsimanes.


En las comunidades tsimanes parece que el tiempo se hubiera detenido. De nada sirve la Constitución Política del Estado (CPE)  ni los convenios internacionales para la vida de los indígenas, porque sus derechos de acceso a la educación, salud, servicios básicos y a una vida digna son vulnerados todos los días.

Los caciques, corregidores y comunarios se lamentan por no saber leer o escribir, si alguno lo hace es con dificultad. Es como una sentencia a la postergación, a la discriminación y a ser presas fáciles del engaño.

Cuando se han visto obligados a salir del bosque han entendido que la comunicación no era solo oral; fuera del espacio donde han vivido por décadas no es suficiente hablar sino, además, tienen que hacerlo en castellano, un idioma que muchos desconocen.

Este derecho que debería estar garantizado por el Estado se ha convertido en una barrera en su vínculo con el mundo externo, en especial para exigir que se respeten sus derechos con el fin de mejorar sus condiciones de vida.

Los indígenas aseguran que no saber leer ni escribir ha tenido un costo en sus vidas. “Cuando hubo saneamiento nos han despojado (de la tierra), porque no sabíamos escribir ni hacer documentos al INRA, en ese momento se han aprovechado los que han venido del occidente al oriente, ahora nos avasallan”, afirma el corregidor Mithman Merena.


El cacique mayor secunda esta idea, cree que no defendieron sus tierras por esta causa, porque no tenían información, no sabían a dónde recurrir o qué trámites debían hacer para que sus tierras fueran saneadas y así evitar la ocupación de otras poblaciones.

Los tsimanes que vivieron como seminómadas y que hace cinco décadas, aproximadamente, se asentaron al noreste de la carretera Rurrenabaque-Yucumo, en la Amazonía beniana, no vieron necesario aprender a escribir o a leer hasta que tuvieron contacto con el mundo más allá del bosque.

Uno de los fines principales del Estado es “garantizar el acceso de las personas a la educación, a la salud y al trabajo”, según la Constitución; en un Estado Plurinacional que –además- reconoce la presencia de 36 pueblos y naciones indígenas y declara sus idiomas oficiales, entre ellos el “tsimán”.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su convención 169 sobre Pueblos Indígenas establece que los Estados deben garantizar la posibilidad de “adquirir una educación a todos los niveles, por lo menos en pie de igualdad con el resto de la comunidad nacional”.

Pero en las comunidades no hay escuela ni profesores, en un tiempo en el que el conocimiento es fundamental para que las personas se integren o queden marginadas de la sociedad. Una suerte de sentencia al aislamiento. 

Para los indígenas que ahora tienen contacto con los no indígenas, hablar solo tsimán es un problema que los aísla y les impide comunicarse, “hasta ahora no sabemos hablar castellano”, se lamenta Miguel Cayabare, corregidor de Río Grande, que solo habla su idioma.

El no hablar castellano no es un dato menor, los documentos están escritos en castellano y los funcionarios también hablan en este idioma, por lo tanto, los indígenas ven limitadas sus posibilidades para ejercer y defender sus derechos.

“Lindo fuera que nuestros abuelos y padres se (hubieran) capacitado más antes, podríamos hablar ahora y discutir con los colonizadores sobre las leyes, pero se aprovechan que no sabemos nada”, comenta Lesio Fernández comunario de Río Grande.

Los indígenas piensan en el futuro de sus hijos, porque pueden correr el mismo destino. “No hay escuela, pedimos profesor para que estudien nuestros hijos, para que sepan por lo menos leer, sepan una letra”, insistió el comunario.


Un 80 o 90% de los indígenas hablan solo tsimán, los corregidores y caciques y un par de comunarios hablan castellano pero con dificultad. Rosendo Merena es una pieza clave para la comunicación pues se ha convertido en el traductor oficial al hablar ambos idiomas.

La historia se repite en particular en las comunidades que no tienen titulada su tierra, es decir, San Julián, Jatatal, San Gabriel, Flor de Mapajo, Palmira, Río Grande y Vainilla, y en Aguas Negras aunque esta última está a punto de conseguir su título de dotación.

Los indígenas no quieren que sus hijos tengan la misma suerte, es por eso que en algunas comunidades han decidido asumir la educación bajo su responsabilidad, eligieron a una persona que será el profesor para dictar clases bilingües a los menores de edad e incluso a los adultos.

En la comunidad de Palmira eligieron a Albertina Saravia que es la única que tuvo la oportunidad de cursar hasta primero o segundo de secundaria, ella es joven y habla tsimán, será la profesora de 18 menores.de edad.


En Jatatal el corregidor Carmelo Tayo ya enseña a sus hijos, ahora también lo hará a los niños de la comunidad, la idea se reproducirá en Río Grande donde se organizaron para que los pequeños también aprendan a escribir y leer.

Las hermanas Carmelitas Misioneras, de la Iglesia Católica, que trabajan apoyando a las comunidades indígenas les han proporcionado pizarras y materiales escolares como cuadernos, lápices y otros para facilitar la enseñanza.

Las clases no son regulares, pasan después de trabajar en el chaco, a las 16.00 o 17.00, dos o tres veces a la semana y a veces el domingo. Cada comunidad se organiza como puede, Albertina –por ejemplo- va a la comunidad más o menos a esa hora y en el pahuichi -que además es la sede para las reuniones- dicta las clases.  

El pahuichi, que es de jatata y está sujetada con cuatro columnas de madera es un espacio totalmente abierto, no hay mesas, estas son reemplazadas por unas tablas apoyadas en troncos, tampoco hay sillas, los niños se sientan en esteras tejidas de jatata y motacú en el suelo.

“Quisiéramos (una) escuela” demanda al Gobierno Roberto Maito, corregidor de Palmira, quien habla un poco de castellano aunque se siente mejor cuando lo hace en su idioma.

Para que los pueblos indígenas enfrenten estas circunstancias, la OIT señala que en los Estados “Deberán tomarse medidas adecuadas para asegurar que esos pueblos tengan la oportunidad de llegar a dominar la lengua nacional o una de las lenguas oficiales del país”.

Leña para cocinar y agua de  pozo y de arroyo para beber

Las esteras de paja están en todos los ambientes, son como alfombras y reemplazan a las sillas. En la cocina están las mujeres cerca del fogón que arde con leña, generalmente cargadas de los niños más pequeños, mientras los más grandes o juegan o van al chaco con su padre.

Las cocinas no tienen paredes, solo cuatro columnas de madera y el techo de jatata, entre las columnas se cuelgan racimos de plátano, las diferentes carnes que cazan en el bosque, y unas canastas enormes de jatata y motacú donde se guardan los utensilios y sus alimentos.

A pocos pasos están sus pahuichis donde descansan que en realidad es uno para todos los miembros de la familia.


En algunas comunidades hay pozo de agua, pero con agua turbia y aún así la usan para beber y cocinar, la otra alternativa es el agua del arroyo -que tampoco es muy limpia-, pero son las únicas opciones que tienen.

Miguel Cayabare tiene un pozo en su casa, nos muestra cuando llegamos a su morada para ver sus documentos sobre los trámites de titulación de la tierra para su comunidad Río Grande.


Pero los arroyos también se secan, “hacemos pozo a veces ahí se cae la víbora, las ranas, se pudren y nosotros tomando el agua (que) no es limpia”, dice tímidamente Candelaria Cacomare de la comunidad Flor de Mapajo.

En la mayoría de las comunidades acuden al arroyo más cercano, “No tenemos agua (potable), tomamos agua sucia, quisiéramos agua potable”, dice el corregidor de Palmira, minutos antes una comunaria se fue hacia el bosque y volvió con un balde de agua que repartió a quienes estaban sedientos, pues pese a la lluvia la sensación de calor era algo mayor a los 30 grados celsius de temperatura.

Román Maito insiste “no hay agua para tomar, estamos tomando sucio de la lluvia. Tomamos agua del arroyo, pero las wawas se enferman. Queremos agua con bomba y limpia”, lanza su reclamo a las autoridades que nunca llegan a la zona.


En los arroyos los indígenas también se bañan, Candelaria comenta que esto tiene consecuencias para su piel “cuando nos bañamos se ponen como carachas”, además de provocarles problemas estomacales.

En noviembre de 2016, los medios de comunicación titulaban que 94 barrios de la ciudad de La Paz sufrían racionamiento de agua, miles de familias se quedaron sin provisión del líquido. Hubo protestas y movilizaciones. El Gobierno de entonces movilizó todo el aparato estatal para superar la crisis.

Los tsimanes no son miles, son una minoría, pero viven todos los días sin agua sin que las autoridades se movilicen para garantizar este servicio básico, aunque en la retórica es un “derecho humano”.

La medicina natural es su salvación

¿Pero qué hacen cuando se enferman? Si salir de las comunidades hasta la carretera a pie les representa por lo menos seis horas, y en moto, si es que tienen, no menos de 45 minutos a dos horas.  Román Maito de Palmira dice “sacamos remedios del monte, así nomás nos curamos”.

Candelaria es contundente, “nunca venimos a la posta (porque) no hay camino para salir”, sin medios de transporte, sin caminos vecinales -por lo menos en buen estado- llegar a un centro médico es prácticamente una misión imposible.

Entonces recurren a la riqueza de la naturaleza para transformarla en su medicina natural, menciona por ejemplo: “el chuchuwaso, uña de gato, el palo santo con hormiguitas”, algunos se sanan pero otros no tienen la misma suerte.


Para Ismael Vie de la comunidad de Jatatal “no hay respeto” del Estado cuando los indígenas tsimanes “No tenemos remedios, no tenemos salud. No tenemos mesa, no tenemos agua, seguimos como antes. No usamos papel higiénico”.

“Todas las personas tienen derecho a la salud” está escrito en la CPE y se lee muy bien, porque además el Estado garantiza la inclusión y acceso a la salud sin exclusión ni discriminación alguna; la “letra muerta” va más allá, dice que el sistema único de salud “será universal, gratuito, equitativo, intracultural, intercultural (…)”.

La OIT también sostiene que los gobiernos deberán velar para que los pueblos interesados accedan a servicios de salud adecuados o proporcionar los medios que les permitan organizar y prestar tales servicios bajo su propia responsabilidad y control, a fin de que puedan gozar del máximo nivel posible de salud física y mental.


Menos se puede pensar que en las comunidades haya energía eléctrica. La luz del fogón o de una linterna alumbra los hogares de los tsimaes. La luz tenue de la moto se abre en la oscuridad completa en el camino a la salida de las comunidades indígenas

Los pocos que tienen celular no han llegado a la modernidad, los pequeños aparatos les permiten básicamente comunicarse, aunque para cargar su batería deben salir a la Central tsimán, en particular algunos jóvenes que -cuyos padres trabajan como jornaleros- acceden a celulares un poco más modernos.

La convivencia con la naturaleza

Los pahuichis de los indígenas están rodeadas de árboles frutales, sus plantaciones de yuca, plátano o arroz están a un par de metros, otros tienen sus chacos un poco más distantes, y si de carnes se trata cazan jochi y otros animales silvestres, también pescan. La riqueza de la naturaleza les provee casi todos los alimentos, excepto algunos productos.

No faltan las sandías, los cocos, las papayas, las piñas, están tan cerca que las niñas y niños corren, por orden de sus padres, hacia los árboles a sacar unas sandías, son pequeñas pero muy jugosas, los visitantes no dudamos en degustar el delicioso postre.

Mientras Miguel Cayubare saca de su pahuichi todos sus documentos del trámite para la titulación de las tierras de Río Grande, para mostrar que se hicieron varias gestiones desde que empezaron a demandar que les doten el espacio comunitario.


Los indígenas son amables, así lo demuestran en Palmira convidando a los visitantes unos cocos recién cosechados de una palmera que está a un par de pasos de la comunidad donde está la sede, es lo más refrescante después de poco más de dos horas de viaje en moto.

Además de un plato con plátanos frescos y un trozo de carne sabrosa, es jochi, es parte de la caza en la selva. Casi todos charlan en tsimán, Rosendo sigue con las traducciones, entre tanto, llegan otras familias para la reunión.  

La producción en las comunidades indígenas es para su subsistencia, para su consumo, excepcionalmente generan algo para la venta en la población más cercana. No tienen una visión extractiva de los recursos naturales con fines de generar ganancia.

El bosque es su casa por lo tanto la cuidan, son los “guardianes”, reivindican que son los habitantes “históricos” y los “dueños” de estos territorios, aunque paradójicamente hasta ahora no tienen un título legal mediante el cual el INRA les dote esas tierras.

Esa relación estrecha se ve cuando un bebé maneche chillón está prendido del cuello y cabeza de un pequeño niño en la comunidad de Palmira; poco antes el animalito silvestre había estado arropado en los brazos de una niña que lo sujetaba como su mascota. Y unos loritos adornan la sede de la comunidad.


En Jatatal dos pequeñas que participaban en la reunión cargaban con cariño a dos bebés ejon, son animalitos del bosque y se hacen parte del entorno familiar. Esa es la relación, su contacto con la tierra, con el bosque, con los animales y con el conjunto de la biodiversidad.


El pueblo tsimán es una minoría con relación a otras poblaciones que se están asentando, porque tienen resoluciones de dotación, en los territorios donde habitan los indígenas.

El Estado debe proteger a la nación tsimán, quienes se sienten “discriminados” “desplazados”, “Ojalá viniera una evaluación del Gobierno que vea la parte vulnerable y más necesitada de los indígenas. No tienen techo, no tienen casa buena, ¿qué beneficio han recibido del Estado?, no hay nada”, reclama Mithman Merena.


Ha escuchado en las noticias que los indígenas más pobres reciben obras del Fondo Indígena, pero a las comunidades indígenas “nunca ha llegado la ayuda”, tampoco llegan los ministerios para atender –por ejemplo- sus necesidades de vivienda, “claro, seguro que llegará para los interculturales”, sostiene.

/NVG/ANF/

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