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Nacional Sociedad

ÍCARO NOS ANIMÓ A VOLAR

Por Rabel Bertón Salinas (.)
El miércoles 9 de abril se levantaron los telones de los teatros paceños. El FITAZ (Festival Internacional de Teatro de La Paz) se vino maquillado trayendo en el equipaje sombras, muñecos, máscaras y zapatos de clown. Días antes, en un pre-estreno, tuvimos la oportunidad de asistir a la puesta en escena de la obra Ícaro, a cargo de Daniel Finzi Pasca, actor, dramaturgo y director suizo, fundador del Teatro Sunil.
14 de Abril, 2008
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Por Rabel Bertón Salinas (.)
El miércoles 9 de abril se levantaron los telones de los teatros paceños. El FITAZ (Festival Internacional de Teatro de La Paz) se vino maquillado trayendo en el equipaje sombras, muñecos, máscaras y zapatos de clown. Días antes, en un pre-estreno, tuvimos la oportunidad de asistir a la puesta en escena de la obra Ícaro, a cargo de Daniel Finzi Pasca, actor, dramaturgo y director suizo, fundador del Teatro Sunil.
Ícaro, durante esa noche, cambió su traje griego por una bata blanca, su celda por una habitación de hospital, y a su padre, por un recién llegado casi inválido. Enfermo, con cuanta enfermedad es posible, Ícaro lleva varios años, más que internado, encerrado en un recinto sin puertas ni ventanas, sin ningún contacto con la realidad, custodiado por una colección de médicos despreocupados, enfermeras armadas de jeringas y monjas carceleras que sólo aparecen en la imaginación. De pronto, sacado de las butacas del público, Luis aparece en el escenario, de espectador a actor, tendido en la otra cama de la prisión, sin poder moverse, actuar ni pensar. Ícaro, con la capacidad de pasar de la ternura del niño a la tristeza del viejo, va ganando terreno en la vida y la mente del enfermo.
De prisión a prisión ha ido transcurriendo su vida, ahora Ícaro se queja de la nueva jaula que lo encierra. Llora porque no le dejan salir, porque vive con la nostalgia de la libertad, porque no puede volar. Luis, aparentemente tranquilo, desde su lecho de inválido, contempla y escucha a su compañero, mueve la cabeza y lanza algún monosílabo para responder.
Ícaro se acuerda de un amigo, aquél con el que se escapó de una prisión infantil, recuerda cómo se encontraron en el hospital y cómo planificaron repetir la hazaña. Se hicieron trajes de plumas, aprendieron a volar, planificaron la huida, detalle a detalle; pero el amigo de la infancia cayó enfermo, se debilitó y un día dejo de estar.
Para escaparse hay que hacerlo de a dos; de a uno, no tiene sentido. Ícaro anima a Luis a acompañarlo en la aventura, se compromete a enseñarle a volar. Hay un traje de plumas disponible y listo para usar. Ícaro, encerrado en el cubo de cemento, no se ha dejado vencer, ha pintado un sol para verlo nacer y caer a su disposición; la alegría de encontrar un compañero de fuga hace que vuelva a encender ese sol. Cargado con el amigo a las espaldas comienzan las lecciones: batir los brazos, planificar, hacerse al enfermo, secuestrar a una monja, disfrazarse de ella y escapar. El plan es perfecto, pero tienen que esperar que por algún motivo la monja se aparezca por ahí. Mientras esperan, sueñan, con volar, con encontrase en una plaza, con ser confundidos con ángeles, con comer pizza, con brindar por la libertad. La monja no llega, pero, sin darse cuenta, Luis se ha empezado a mover, camina, corre, salta, patalea... Ícaro le abre las puertas del armario, ahora convertidas en portal de libertad. Luis sale, se va, Ícaro ha conseguido enseñarle a volar.
Esa noche mágica el resto del público también se dejó llevar en brazos de Ícaro hacia el sueño de la libertad. Él nos animó a volar, a soñar, a imaginar, para que cuando no haya sol lo podamos pintar, para que cuando no podamos caminar aprendamos a volar, para que cuando nos encierren y no nos dejen salir sepamos descubrir las puertas hacia la libertad.
------- (.) Rafael Bertón-Salinas [email protected]

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