
Completo con esta columna la trilogía de “Un GPS para…”, anticipándome a la pregunta de mis lectores: ¿para que los ciudadanos de a pie necesitan un GPS?
En realidad lo necesitan ahora y no el año 2020 cuando habrán optado ya por dejarse guiar por el sistema vigente (el GPS gringo) o uno alternativo (el Galileo, de la Unión Europa). Los ciudadanos de a pie precisan ahora de un GPS para llegar a destino y elegir en conciencia, porque el camino a recorrer es caótico por la cantidad y calidad del transporte. Hay tradicionales minibuses, modernos Pumakataris, el esperado bus único de la oposición (se dice que será de dos pisos), pocos coches eléctricos y una cadena de limusinas del oficialismo.
En ese tráfico, sazonado por bocinazos, marchas, bloqueos, baches por doquier, irrespeto a las normas, insultos y choques, nuestro ciudadano de a pie debe orientarse sin descuidar su incolumidad física, mirando a la derecha y a la izquierda, adelante y atrás, arriba y abajo, en la única ciudad donde uno comete infracción si pisa las cebras al cruzar una calle.
Por tanto, el GPS es imprescindible para evitar pedir orientación a cualquier Zapatero de la esquina; meterse en las Iglesias populistas de Pablo o desviarse de la ruta entreteniéndose con el Garzón del bar español IU. Por desorientar a los incautos y arropar a tiranos a todos ellos los premia Santa Claus del Caribe: “Estos son Petros y sobre esos petros edificarán su fortuna que las fuerzas de la derecha no les quitarán”.
Un GPS es necesario para que el ciudadano de a pie evite los usuales bloqueos callejeros realizados por la Policía que, en cumplimiento de su miliciana misión, protege a los bloqueadores afines al oficialismo y dispersa a quienes no cuentan con el patrocinio de los mariscales del Falacio. Asimismo, un buen GPS ayuda, en tiempo de lluvia, a mujeres y varones de a pie a sortear los charcos apetecidos por las llantas de los coches.
Sobre todo un GPS inteligente le señala con anticipación la presencia de calles con señales mentirosas y tramposas, como la calle Santazapata, la avenida Pachamama, el callejón Museo de Orinoca, o el parque Cocanoescocaina. Asimismo, gracias a ese GPS, no se arriesgará a cruzar la nueva avenida Constitución, en la cual las limusinas oficialistas suelen pasar como flechas sin detenerse ante semáforos en rojo, porque tienen flores de jueces (¿o jueces flores?) que legalizan cualquier violación con tal de conseguir cualquier pega en cualquier ministerio.
El GPS se vuelve imperioso cuando nuestro héroe toma un teleférico. En ese caso lo protege de la guerra aérea digital, liderada por dirigentes de un sector social que no nombro para que no se diga que tengo algo en contra de los cocaleros y troles asalariados. Si no sabes hacer nada, dice Georges Wolinsky, sé por lo menos ambicioso. Esos guerreros se proponen disparar misiles con cargas de odio en forma de bollos de coca ensalivada por Conalcohol.
Si sigue su GPS, el ciudadano de a pie podrá sortear los peligros mencionados y alcanzar su meta que es proclamar un gobierno legítimo, sin fraudes, sin candidatos truchos, acorde a la ley y la voluntad del pueblo. Por tanto, exigirá a su actual Presidente que respete la voluntad del pueblo o, en su defecto, que se presente voluntariamente ante la CIDH para pedir la correcta interpretación de su presunto derecho “humano”.
De vez en cuando, como sucedió el pasado 21F, el ciudadano de a pie se cansa; ya no aguanta las dosis diarias de cinismo, mentira, corrupción y propaganda que asfixian su vida cotidiana. Entonces, se pone de pie, arrebata la calle a los verdugos de la democracia y, obedeciendo a su GPS interior, grita ante el mundo: ¡Bolivia dijo NO!
Francesco Zaratti es físico
Twitter: @fzaratti