MIGUEL MANZANERA, S.J.
La Iglesia Católica ha querido dar importancia a los centenarios de los fallecimientos de los pastorcitos Francisco Marto y de su hermana Jacinta, videntes de la Virgen de Fátima, acaecidos respectivamente el 4 de abril de 1919 y el 20 de febrero de 1920, siendo ambos declarados santos el 13 de mayo de 2017. La Iglesia de Fátima en Portugal ha tomado la iniciativa de celebrar este año centenario bajo la advocación “Mater Fátima para el mundo unido en oración por la paz”. Muchas iglesias locales en todo el mundo se han unido a esta bella iniciativa, aprovechando los avances técnicos de comunicación.
La Iglesia Católica intuye que las apariciones de la Virgen María en Fátima a los tres pastorcitos han adquirido una perspectiva histórica mundial. No se trata simplemente de reconocer la santidad, realmente admirable, de estos niños, sino también de desentrañar el misterio de la salvación del mundo que Dios tiene dispuesto a pesar de las catástrofes naturales y sobre todo de los peligros de confrontaciones bélicas a nivel mundial.
Dios eligió a la pastorcita Lucía, fallecida en 2005 a los 98 años de edad en olor de santidad, para mostrar a la Iglesia importantes revelaciones que ayuden a desvelar, aunque sea parcialmente, el gran misterio de Dios como una Familia Trinitaria a la que ha querido integrar a la Virgen María y con ella a San José y toda la humanidad, fiel a los mandamientos del Señor.
Lucía era la mayor de los tres pastorcitos. Dios le concedió una larga vida para recibir revelaciones y gracias extraordinarias que completan y enriquecen las verdades divinas que la Iglesia enseña. Aquí analizaremos una visión que tuvo Lucía el 13 de junio de 1929, siendo novicia religiosa en el convento de las hermanas Doroteas en Tuy, una población española, cercana a Portugal. Esta visión tiene gran importancia para comprender mejor la esencia del Dios Trinitario.
Sor Lucía había pedido permiso a la Superiora de la comunidad para tener cada jueves de horas 11 a 12 de la noche una hora santa en la capilla del convento, acompañando a Jesús, presente en el Sagrario. Pero ese jueves sucedió algo extraordinario, tal como ella misma más tarde escribió:
“De repente toda la Capilla se alumbró con una luz sobrenatural y una cruz de luz apareció sobre el altar, llegando hasta el techo. En la parte superior de la cruz se podía ver la cara y los brazos extendidos de un anciano. Sobre su pecho volaba una paloma resplandeciente. En la cruz estaba Jesús clavado. De su rostro y de la llaga de su costado derecho brotaba sangre que se escurría en una Hostia y en un cáliz, suspendidos en el aire. Más abajo se veía a la Virgen de Fátima de pie, vestida de blanco y azul y con su mano izquierda ofreciendo a Jesús su corazón inmaculado, rodeado con una corona de espinas y con una llama de fuego. Su mano derecha sostenía el santo rosario. Del extremo izquierdo de la cruz manaba una fuente de agua que descendía sobre el altar”, formando el letrero ‘Gracia y Misericordia’”.
En esta revelación Dios Trinitario quiso mostrar cómo la muerte Jesús crucificado no fue un castigo ni tampoco la condenación del mundo, sino por el contrario una muestra gráfica del perdón divino a todos los pecadores arrepentidos. Toda la escena está situada encima del altar de la capilla dando a entender que se trata del sacrificio de Jesús en la cruz que los sacerdotes celebramos cada día. El pan y el vino se han convertido en el Cuerpo y la Sangre de Jesús que se ofrece al Padre Celestial pidiendo el perdón de nuestros pecados y también ofreciéndose a los discípulos como alimento y bebida para la vida eterna.
Completando esta escena aparece el Espíritu Santo, en hebreo la Rúaj, en forma de paloma (Jn 1, 32s), situada entre el Padre y el Hijo, cuya imagen visible más perfecta es la Virgen María, la “Llena de Gracia” según la salutación del Ángel Gabriel (Lc 1, 28). Ella ha sido constituida en la cruz como la Mujer, Esposa del Salvador y Madre de la Iglesia, que con la Rúaj Snta claman: “Ven Señor Jesús” (Ap 22, 17).
Esta visión trinitaria y mariana que tuvo Sor Lucía en Tuy encierra un gran valor teológico para que comprendamos cada vez más el significado de la muerte de Jesús en la cruz y al pie de ella la Virgen María con el corazón sangrante, compartiendo y aliviando el dolor de Jesús. Él fue y sigue siendo el único Redentor, pero aceptó la colaboración de la Virgen María, a la que declaró “Mujer” (Jn 19, 26), por lo que merece el título de “Corredentora”. Ella en su mano derecha lleva el santo Rosario cuyo rezo diario pidió a los pastorcitos de Fátima y nos sigue pidiendo para que el Dios bondadoso y misericordioso nos conceda no sólo ser redimidos de nuestros pecados, sino también ser colaboradores de la redención, incorporándonos más plenamente a la Familia Trinitaria.
Miguel Manzanera, S.J.