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Opinión

Recetita para la hiperinflación

26 de Mayo, 2025
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“Mami, ¿por fa me pasa tu recetita para la hiperinflación? Como ya viviste una, seguro que la sabes”. Y mi mamá, querendona de su hijita, me la dio. Esta es:

Ingredientes: Incremento mensual de los precios en un 50 %. Un gobierno que experimenta un auge transitorio en materias primas y se endeuda en los mercados internacionales para fomentar el gasto y la inversión pública en sectores afines al partido.

Crédito internacional que deja de fluir e inexistente voluntad política para ajustar las finanzas públicas. Marchas y bloqueos. 

Grupos sociales que representan intereses específicos: avasalladores, narcotraficantes, mineros cooperativistas, gremiales y transporte pesado.

Subvención de combustibles. Empresas públicas deficitarias e inflexibilidad del mercado laboral e informalidad, y escasa seguridad jurídica.

Preparación: Invente un discurso a favor de los pobres y desfavorecidos. Hágase “al víctima” y diga que representa a esos sectores. Forme un aparato político al que le deberá tantos favores que terminará por crear disparates como el Viceministerio de descolonización, para meter allí al sobrino de su compadre que no hace nada más que rascarse las bolas, mientras que por su nariz entra la “harina blanca”.

Emita leyes educativas, ineficientes y en lugar de educar a la gente, adoctrínela, porque mientras más bobo sea el pueblo, será más fácil de manipular. Agregue una pizca de convulsión social. Luego añada 20 toneladas de ayuda a los campesinos, pero quédese con la mitad, que servirá para mimar a su “cara conocida”, mientras ésta le sea útil.

Incendie las selvas y bosques protegidos, porque allí podrá poner a sus avasalladores, en tierras ulteriormente saneadas, por autoridades que viven de la coima.

Así a título de que están “colonizando”, tendrán nuevos espacios para el cultivo de la hoja sagrada, materia prima indispensable para la fabricación de la harina blanca.

Invente huevadas como la bolivianización de la economía, impida la libre flotación cambiaria, saquee las Reservas Internacionales Netas y deje las arcas del Banco Central vacías.

Ponga a hervir en olla de presión fiscal para los pocos que tributan. Al resto dele bonos y “ayuditas” del partido. Espere un poco a que todo hierva y estalle. ¡Listo, ya tiene la hiperinflación servida!

Como mi mamá ya vivió la hiperinflación de los ’80 del siglo pasado y no quiere vivir otra del siglo XXI, me pidió soluciones. Ella recuerda a la clase política de los Lovaina Boys, formados en Bélgica y a los Chicago Boys, que trataron, en su momento, de “hacer algo por Bolivia”. 

Ahora ve a los Harvard Boys. No sabe si traerán una recetita para detener la inflación de Plurilandia o si sólo fueron a tocar el pie de la estatua de John Harvard, porque dice que “trae buena suerte”.

Más que suerte, o muchachos entrenados en laboratorios de economía, necesitamos a los saqueadores azules fuera del sistema de gobierno.

No necesitamos otra receta improvisada cocinada entre coca, codicia y coimas. Necesitamos instituciones serias, ciudadanía crítica y una memoria activa que no se deje seducir por el discurso de la víctima profesional. Porque mientras sigamos premiando al que inventa huevadas y castiga al que produce, el país entero seguirá pagando las consecuencias, con una inflación que no solo se mide en porcentajes, sino en desesperanza acumulada.

Tal vez lo urgente sea dejar de romantizar al saqueador que se disfraza de redentor. Ya probamos con recetas populistas, tecnocráticas, e incluso con las mágicas. Ninguna funcionó. Es hora de dejar de cocinar crisis y empezar a digerir responsabilidades. 

Porque en este país ya no se gobierna: se improvisa, se roba y se disfraza el desastre de "proceso de cambio". Y mientras tanto, el pueblo —al que dicen defender— mastica inflación, desempleo e incertidumbre como si fueran parte de su dieta cultural. Ya no alcanza con hacerse el víctima; hay que ser muy caradura para seguir vendiendo humo mientras el fuego nos devora. Pero claro, cuando el poder se consigue a punta de discursos huecos y narices blancas, el resultado no puede ser otro que una olla podrida a punto de estallar.

La única receta que podría salvarnos —aunque suene antipática— es sacar a patadas a los saqueadores, prohibirles tocar una calculadora y someterlos, de una vez por todas, al juicio de un pueblo que ya no come cuentos ni soporta más huevadas. Porque si no se van ellos, lo que se va a pique es el país entero. Y esta vez, ni mi mamá tendrá cómo rescatar la olla.

La autora es periodista