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Opinión

Suicidios y machicidios en la Biblia

5 de Mayo, 2019
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FRANCESCO ZARATTI

El reciente suicidio del ex-Presidente aprista Alan García Pérez ha vuelto a traer al debate público la temática de ese gesto, sus causas y el juicio moral que implica.

En ese contexto me he preguntado si en la Biblia se narran suicidios y si existe un juicio moral en torno a los suicidas. Revisando los libros históricos del Antiguo Testamento encuentro cuatro episodios que merecen ser comentados.

El primero es narrado en el libro de Jueces (9,54) y tiene como protagonista a Abimélek, violento hijo del “juez” Gedeón. Durante el sitio de Tebes, una mujer le arrojó desde una torre una piedra de molino que le partió el cráneo. Moribundo, Abimélek pidió a su escudero que lo rematara para no pasar la vergüenza de haber muerto en batalla por mano de una mujer. Aunque es posible clasificar este suicidio como un “machicidio”, no se encuentra, sin embargo, en el texto un juicio moral; tan solo se ve esa muerte como un justo castigo por las fechorías de Abimélek.

Luego tenemos el célebre episodio de Sansón que se deja morir al perpetrar un “atentado terrorista” contra los filisteos (Jc  16,30) con un saldo de más de tres mil víctimas.  En realidad se trata, en este caso, de martirio y redención religiosa más que de suicidio en batalla. De hecho, Israel rindió a Sansón una digna y honrosa sepultura.

El suicidio del rey Saúl en batalla (1Sam 31,3-4) tiene su origen en una mezcla de derrota militar y enfermedad: en efecto la vida del  fracasado primer rey de Israel se vio afectada por males del alma (depresión y bipolaridad). En vano buscaríamos un juicio moral en torno al rey suicida;  al contrario, su cuerpo mereció ser rescatado.

Otro suicidio sonado fue el de Ajitófel (2Sam 17,23), quien, siendo un apreciado consejero político del rey David, a raíz del “golpe de estado” de Absalón, el tercer hijo del rey, se pasó al bando de los insurrectos. Sucedió que su consejo de perseguir al fugitivo David no fue tomado en cuenta y el narciso Ajitófel se quitó la vida ahorcándose. ¡De proliferar hoy este ejemplo de “narcicidio”, no quedarían consejeros ni asesores políticos!

En resumen, en el Antiguo Testamento el suicidio por motivos de “honor” es admitido, sin que medie un juicio moral, como una opción para evitar un escarnio mayor.

Pasando al Nuevo Testamento, viene a la mente el suicidio de Judas Iscariote, narrado por el evangelista Mateo (Mt 27, 3-5). Según esa tradición, Judas se ahorcó agobiado por el remordimiento de haber traicionado a Jesús. No es difícil reconocer un estrecho paralelo entre Judas y Ajitófel: ambos traicionan a su rey/maestro; ambos quedan decepcionados y, por orgullo o por desesperación, ambos se quitan la vida ahorcándose. Por tanto, es innegable la intención de Mateo de inculcar en sus lectores de origen judío la imagen de Jesús-nuevo David, el verdadero Rey que, como su antepasado, fue víctima de una traición que cobró la vida del traidor.

Además, Mateo explota otro paralelismo: entre Judas y Pedro. Pedro, después de haber negado a Jesús, se arrepiente y llora amargamente, confiando en la misericordia de Dios. Judas, al contrario, opta por el camino de la desesperación, rechazando la posibilidad de ser perdonado.

Tradicionalmente, la Iglesia ha condenado el suicidio, llegando incluso a negar el funeral religioso, no solo por ser un acto en contra de la vida, sino por ser un “pecado contra el Espíritu Santo”, en la medida en que el suicida, al rechazar la posibilidad de ser perdonado, asume que Dios no es Dios, o sea, no es Misericordia Infinita.

Sin embargo, hoy la Iglesia, aun cuando sigue condenando el suicidio en sí, respeta al suicida, a sabiendas de que la misericordia de Dios actúa hasta el último instante de vida.

Francesco Zaratti es físico

Twitter: @fzaratti

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