
Si en el 2020 queremos cambiar la política en Bolivia hay tres males contra los que debemos luchar: el corporativismo, el patrimonialismo y el clientelismo. Hablaré ahora, específicamente, del corporativismo. Como candidata ficticia de estas elecciones les digo: es hora de transformar el modelo corporativista de nuestra política. Les había dicho que el corporativismo es como si, al ir al hacer mercado, todos nuestros vecinos nos quitaran nuestro dinero y decidieran juntos hacer mercado para todo el barrio. Es importante aclarar, que este modelo no es necesariamente malo. Si un barrio se organiza, identifica cuáles son los productos que más necesitan, se reúnen con las caseras del mercado, les hacen conocer estas demandas y las caseras se esfuerzan por ofrecerles a los vecinos lo que ellos desean, sería en verdad, algo genial.
Este tipo de corporativismo también existe y debe ser protegido y alentado. Si las personas se juntaran en sus barrios, colegios, universidades, fuentes de trabajo o ciudades; si se reunieran para reflexionar sobre problemas relacionados a su edad, a su género, a su situación económica o a su situación laboral; si después de reunirse llegaran a unas conclusiones generales y les harían llegar esas conclusiones a su diputado uninominal, a su concejal, a su alcalde, al ministro o al presidente, y estos, usarían esta información para diseñar mejor sus políticas públicas entonces seríamos una democracia ejemplar. El 2019 nos ha dejado claro que esto no es así.
Si bien existen circunstancias en las que las negociaciones grupales, las organizaciones ciudadanas y el fortalecimiento de la participación política de los ciudadanos ha traído buenos resultados en Bolivia, el mercado electoral y el Estado central han ido endureciéndose hasta el punto de aislarse casi por completo de la realidad social. ¿Cuáles son estos impermeabilizadores sociales? ¿Qué mecanismos alejan al político del ciudadano común? A mí entender son los siguientes: el voto obligatorio, el voto nulo sin efecto electoral, la existencia de diputados plurinominales y nuestro sistema electoral. Iré punto por punto.
¿Sabía Ud. que de 203 países que existen en el mundo, sólo 27 tienen aún voto obligatorio, es decir, el 13%? De estos países, muchos tienen voto obligatorio pero no controlan su cumplimiento, Bolivia es uno de los pocos que aún lo hace. Quienes lo defienden suelen argüir que cuando todos votan, las autoridades electas gozan de mayor legitimidad y representan mejor a la población en general, mientras que quienes lo critican denuncian que el voto obligatorio lleva a la gente a votar casi al azar o a votar como votan los de su círculo social más cercano, lanzando una imagen falsa de representatividad y legitimidad. Considero que en Bolivia, el voto obligatorio es particularmente peligroso precisamente porque somos un país corporativista.
Volviendo al ejemplo del mercado, si yo quiero ir al mercado y todos mis vecinos me interceptan, me piden mi dinero y lo usan para comprar lo que ellos quieren, yo podría, simplemente, no darles mi dinero e ir a comprar a otro mercado, ir a comprar otro día o negarme a comprar y cultivar mi propia comida. Sin embargo, al tener voto obligatorio, estamos todos obligados a comprar siempre en el mismo mercado. Esto hace que los políticos hagan el mínimo esfuerzo en su campaña electoral: no debaten, no van a tocar puerta por puerta pidiendo el voto, no se rompen la cabeza intentando entender qué necesita la gente. Lo único que tienen que hacer es entender qué quiere el dirigente. Si el dirigente es bueno, abogará por las necesidades de su gente; si el dirigente es malo, buscará su beneficio propio.
En Bolivia hay dirigentes buenos y malos, pero la verdad, es que hay muchos más incentivos para los malos. El verdadero esfuerzo que hacen los candidatos y sus partidos es el de buscar pactos corporativos que les aseguren votos masivos de sectores organizados. Como votantes estamos secuestrados. No podemos decir no: no quiero esa manzana, no estoy de acuerdo con esa decisión, no me gusta ningún candidato. Y en Bolivia, al tener voto obligatorio y un voto nulo sin efecto electoral, el Estado básicamente nos obliga a votar aunque ninguna de las opciones nos guste. Puedes no votar por ninguno, pero entonces tu voto no cuenta y todos los demás escogerán por ti. Si se debe forzar el ejercicio de un derecho, entonces ¿es un derecho?. Todos tenemos derecho a la libre expresión, pero no estoy obligada a expresarme. Tenemos derecho a transitar por las calles, pero si no quiero salir de mi casa no me pueden obligar a salir. ¿Por qué nos obligan, entonces, a votar? Porque el voto obligatorio es el sostén del corporativismo. No es nuestro derecho el que están protegiendo, es su beneficio.
Muchos encuentran que su grupo de vecinos toma excelentes decisiones, hace grandes negociaciones con las caseras y consiguen los mejores productos; pero eso nunca sucede para todos. Normalmente si el barrio A consiguió el mejor acuerdo, lo hace a expensas del barrio B. Si un grupo se beneficia, digamos, de una reducción de impuestos, lo más seguro es que el Estado no perderá ese dinero, sólo se lo cargará a otro sector. Seamos honestos con nosotros mismos: si sientes que vives bien y con todas tus necesidades satisfechas probablemente perteneces al barrio A; si sientes que vivir en Bolivia es una lucha constante, probablemente vives en el barrio B.
Esta es la razón, también por la cual nuestro sistema electoral es como es. En Bolivia tenemos un sistema de representación proporcional que en español significa que cuando votamos por presidente no votamos por presidente, sino por él y todos sus amigos. La mitad de los diputados y todos los senadores se eligen automáticamente según la cantidad de votos que reciba el candidato a presidente. Si yo voto por Juan, escojo a Juan, Jorge, Pedro y Daniel. Si solamente me convence Juan pero no me gustan para nada Jorge o Pedro, ni modo. Si Voto por Juan pero no tengo idea quienes son Pedro o Daniel, ni modo. Esto es así porque los candidatos pactan con los líderes de diferentes sectores para conseguir sus votos a cambios de algún regalo. Este regalo tiene, muchas veces, la forma de cargos políticos. Como todo buen regalo, este debe ser sorpresa. Obviamente, Jorge, Pedro y Daniel son amigos que salieron de los pactos corporativos realizados en tiempos pre-electorales. Son nuestro regalo sorpresa cada vez que votamos por alguien. La Asamblea Legislativa está compuesta por 175 personas (36 senadores, 60 diputados plurinominales, 63 uninominales, 7 diputados indígenas y 9 supraestatales). Más de la mitad, se escogen así.
Es así que mis primeras promesas electorales son: a) eliminar el voto obligatorio; b) dar status de voto válido al voto nulo; c) Realizar elecciones parlamentarias independientes de las elecciones del poder Ejecutivo, en la que todos los candidatos a diputados y senadores serían uninominales; d) hacer pública, desde el inicio de mi campaña, la lista de mi gabinete ministerial quienes deberán hacer campaña conmigo.
Ana Lucía Velasco es politóloga