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Opinión

Racismo y cosas peores

18 de Marzo, 2018
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AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ

Negar el racismo en Bolivia o en cualquier parte del mundo, es querer tapar el sol con un dedo. Argumentar que hay “racismo de los dos lados”, es no entender esa lacra de la humanidad, decir que “yo antes no era racista, pero ahora me he vuelto racista, es algo así como decir: “yo antes no era un estúpido y ahora me he vuelto un estúpido”.  En Bolivia como en todo el mundo, el racismo se confunde con el clasismo, y lo ejercen quienes están arriba, socioeconómicamente hablando, contra quienes están abajo, y por eso, las victimas de racismo, que son pobres, son también indígenas.

El tweeter de la Presidencia ha publicado que ese mal es una herencia de la colonia, está equivocado, racismo hubo en estas tierras antes de la llegada de los españoles, aunque indudablemente es posible que este hubiera sido más notorio a partir de la conquista. Bolivia tiene también una larga historia de lucha por la igualdad y contra las discriminaciones raciales, aunque esa guerra no está, ni de lejos, ganada.

¿Es la Bolivia de Evo menos racista que la de fines del siglo pasado? Posiblemente si, porque hay un empoderamiento mayor de las clases menos favorecidas, y posiblemente no lo sea mucho menos, porque ciertas actitudes gubernamentales o han exacerbado el racismo, o ha sido racistas, aún sin querer.

El martes pasado tuvo lugar un episodio extremadamente desagradable, una mujer de rasgos mestizos o “blancona”, y con vestimenta, digamos occidental, no permitió que una mujer de rasgos más andinos y con un traje de cholita cochabambina se sentara a su lado en un transporte público en la ciudad de Santa Cruz, la escena fue grabada y era tan grotesca, que daba para sospechar que se trataba de un mal montaje hecho para ilustrar el racismo cotidiano, o en su defecto para dar soporte al discurso de odio del vicepresidente García.

En los siguientes días, todo se aclaró, no fue un montaje, la mujer de pollera evidentemente fue maltratada por la otra de una manera brusca y grosera. Y solo se puede sentir profunda empatía por la agredida, y gran desprecio por la agresora, matizado por la (no muy )avanzada edad de la mujer, y por algún rasgo psicopatológico que ella pudiera tener, y que su abogado defensor ha esgrimido.

Este episodio debe llamarnos a varias reflexiones, una de ellas es el reconocimiento de que el problema persiste, que además en realidad solo será amainado con más educación y con leyes adecuadas que impidan la expresión pública del racismo, aclaremos que no se puede legislar sobre lo que la gente piensa o siente.

La ley contra el racismo ha demostrado precisamente en este caso flagrante, sus debilidades, nadie en su sano juicio, y por más que sienta un profundo desprecio por el comportamiento de esa grotesca mujer, puede creer que debe ser llevada a la cárcel por…. entre 3 y 7 años.  Ella merece sin duda una fuerte sanción, esta no debería ser solo pecuniaria. Pensemos en voz alta, unos diez fines de semana en detención, o un par de meses limpiando los baños de hospitales o mercados, serían un castigo suficiente y ejemplificador.

La ley contra todo tipo de racismo y discriminación fue diseñada con fines non sanctos, y es absolutamente inaplicable en un caso como este de comportamiento racista claro y cotidiano. Las sanciones excesivas convierten a los infractores en víctimas y pueden llegar inclusive a ser contraproducentes, más allá de lo que se puede cuestionar sobre la (in)justicia que puede encerrar una norma con esas características.

No deja de llamar la atención, el hecho de que esta escena hubiera sido grabada, para bien o para mal, los controles hoy en día son mayores, y hasta más democráticos.

Agustín Echalar es operador de turismo.


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