
Nuestro nieto de tres años y tres meses, todavía sin uso de razón, ha heredado la bonhomía de sus abuelos, espero. Por agradarnos quizá, canta el himno nacional y el de Cochabamba con cambios de su cosecha. Luego de preguntar el significado de ‘hado’ –que no es masculino de ‘hada’, por si acaso- su “Bolivianos, el hado propicio” fue trocado por la versión de “Bolivianos, helado chupete” entonada por escolares quizá insolados y deseosos de algo frío que se vuelva líquido en sus sedientas bocas. El otro día alegró el almuerzo familiar con su versión de un hit de quien hoy es alcalde de la ciudad: “Si algún orgullo yo tengo, es de ser cacachón”. Agradecidos de la amable tierra valluna que nos acoge, espero no atraer el encono de algún prejuicioso al ser riberalteños mi esposa y yo.
Mi sardonia, como en máscara teatral, exhibe una cara risueña y otra tristona. Mostré la sonriente que regaló mi precoz nieto; la otra la puso el atropello a un conocido que ahora será mi amigo, si me deja presumir de ello. Hablo de Mario Orellana, que es una persona, un ser humano con esposa, hijos, suegros, toda la catástrofe como dijera Zorba el Griego, antes de ser político de línea que mi incredulidad antipatiza (igual que con otras corrientes oficialistas y opositoras, aclaro). Verle ‘pelado’ recordó a tiempos en que tusaban a revendedores de entradas, río, y documentales de judíos en campos de muerte nazis cuyos cabellos llenaban almohadas, lloro.
Así ya estuviera libre, su vejamen marca un hito más de lo común que se ha vuelto el atropello de los derechos humanos en Bolivia, más aún exacerbado por las malas pasiones electoralistas, aparte del penoso ejemplo de servidumbre del Poder Judicial a órdenes emanadas del Ejecutivo, departamental o nacional, que al cabo esos estamentos son la misma chola con otra pollera so pretexto del “proceso de cambio”, que para mí es un relevo de rateros.
La visión del mundo y de nuestro país contrasta en caras risueñas y tristonas, con noticias de la farándula en la escena mundial y de la feria de vanidades que es el período preelectoral en Bolivia. Digan si no mueve a risa una que ensalza sus atributos en “Booty”, canción de su último álbum; pondrá de moda el “Twerking”, pose casi agachada que mueve el trasero frenéticamente de arriba hacia abajo, de izquierda a derecha. Vaticino que será publicidad indirecta para cirujanos plásticos que tendrán filas de clientas en pos de bolas de fulbito, balompié o básquetbol (las más osadas), de implantes de silicona en sus nalgas. Si de propaganda indirecta se trata, ¿no incitan semblante tristón cínicos argumentos de la lluvia de publicidad del supuesto buen gobierno del candidato prorroguista? Dejan chiquita a la guerra sucia de grabaciones de uno alardeando de propaganda a su favor que fuera el malgasto de dinero de todos en el fracaso del G77 más China en Tiquipaya; y otro, opositor, que mostró hilacha de mandamás autoritario que al socapar a un agresor marital resbaló a extorsionador.
No sé usted, apreciado lector, pero yo río del apoyo de los cinco presidenciables a la unión gay. Quizá aplaude un candidato oficialista a senador que condonó acosos, violaciones y asesinatos a féminas que visten ‘provocativamente’; a mí me entristece la sequía de ideas para contener la inundación de casos reales de violencia contra las mujeres. Tal vez lamento fútil es pensar que se granjean el mismo desprecio los policías ultrajadores de una damita minusválida, que los militares que violaron a una joven premilitar; mi otro yo se ríe porque los delincuentes culpables quizá serán tapujados por sus respectivos “camaradas”.
¿Qué nos pasa? Puede que los enconos y prejuicios no llegan a los crímenes soviéticos de 22 mil polacos en Katyn, a matanzas de miles de Tutsis a machetazos en Ruanda, a que acribillen a veintenas de cristianos en Siria. Pero ya ocasionaron muertes en celadas chapareñas, ríos pandinos y hotel cruceño; ¿no está colgada en el Palacio Quemado la foto del verdugo sangriento que fue el Ché Guevara, que mataba de un tiro a sus adversarios? Así suene a lamento de vejete nostálgico de lo vivido, tal vez la raíz yace en la devaluación de valores, más que en haber transitado de lampiones a focos ahorradores, de radio de onda corta a Internet de vertiginosa velocidad, de pluma y tintero a procesador digital de textos.
Lo que ha cambiado, diría algún pesimista reacio a sopesar lo bueno y lo malo, es la escala de valores que prioriza el éxito sobre la sabiduría, lo joven quizá podrido a lo viejo enriquecido de vivencias. Al fondo yace la esperanza, dicen, pero la historia del hombre puede resumirse en el forcejeo de siempre entre el bien y el mal. Está presente en la sardonia de risa y llanto desde que el género humano se irguió sobre sus pies, hasta que un hombre caminara en la luna, que ayer estaba llena de fiesta septembrina.
El mal parece prevalecer, porque si hay un fenómeno generalizado en el mundo, es la corrupción. Se exhibe en el ‘paquito’ que se hace de unos pesos permitiendo infracciones en las calles, hasta en el ministro que recibe ‘coimisiones’ por carreteras sobrevaluadas. Se pavonea en mentirosas promesas electorales, que cerradas las urnas terminarán basureando conciencias, como ensuciarán las calles los volantes y afiches de ganadores o perdedores. Miro un jacarandá vecino al que agrede una siempre verde planta parasitaria y río porque la hiedra de la corrupción en Bolivia ahoga pero no mata, que si lo hiciera, moriría también.