
La similitud se me ocurrió asistiendo al Cabildo del Campo Ferial, mientras compartía con miles de jóvenes, pintados de tricolor, canciones, estribillos y sueños de liberación.
A mis nueve años, un 23 de octubre, explotó en Budapest una revolución alentada por las tímidas reformas de Khrushchev a la muerte de Stalin. Esa insurrección fue reprimida violentamente por los tanques soviéticos con un saldo de tres mil muertos y 200 mil exilados, ante la indiferencia del mundo occidental. La represión ganó, pero Hungría ya no fue la misma.
Luego, ya estudiante universitario, me reconocí en los miles de jóvenes que, gracias a las reformas liberales de Alexander Dubchek, hicieron florecer la “Primavera de Praga”. La gente gozaba de vivir en libertad y sin censura, ante un “socialismo con rostro humano” que principalmente buscaba revertir la grave crisis económica producto del “socialismo real”.
La Primavera de Praga murió en el verano del mismo año, cuando las tropas del Pacto de Varsovia acabaron con la resistencia pacífica de todo el país, dejando atrás un centenar de muertos y 300 mil exilados. El mundo entero, incluso la China de Mao Tze Dong, condenó la invasión con tonos críticos, pero fueron tan solo voces. De hecho, el régimen enfermo mantuvo su camino suicida por 20 años más.
Vino luego la “Primavera Árabe”, revelando aspectos comunes a esos movimientos: por un lado, un régimen inepto y totalitario, enemigo de las libertades y la democracia, y, al frente, una juventud que no renuncia a sus sueños, junto a políticos e intelectuales que intentan encausar racionalmente las broncas populares, acosados por los infaltables maximalistas del “todo (para ellos) o nada (para el pueblo)”. Detrás de esos regímenes, hordas paramilitares al servicio de una privilegiada “nomenklatura” anclada en el pasado; al frente, los que creen, al igual que el papa Francisco, que “el tiempo es superior al espacio”, viviendo con coherencia sus ideales y soñando con un futuro mejor para su país y su gente.
Este año 2019 acaba de explotar la “Primavera Boliviana” en las urnas, en las calles, en los Cabildos, en los cacerolazos, en la resistencia pacífica y creativa a un poder que, sin ser aún dictatorial, todo lo contamina y lo manipula, desde el voto a la verdad. Es una Primavera con sol y flores de nuevas esperanzas que se enfrenta a un régimen adicto al poder con todos las lacras de un drogadicto. La principal: no conoce límites para satisfacer su adicción.
Al igual que un drogadicto, ese régimen es capaz de robar y herir a su propia madre para conseguir su estupefaciente. Lo ha hecho con la Pachamama y lo volverá a hacer con las Reservas Naturales.
Al igual que un drogadicto, el régimen se sirve de la mentira y el engaño para alcanzar sus fines. Lo ha hecho con El Porvenir, el Hotel Las Américas, la Zapata, y lo volverá a hacer. Tampoco tiene palabra, pero sí un ejército de tinterillos, colegas de adicción y la voluble OEA que le arreglan errores y delitos. De sus nombres, consignados en el Libro de la Infamia, “¿Quién se olvida? ¡Nadie se olvida!”.
¿Acaso no estuvo la burla “legal” del 21F - burla al pueblo y a la democracia- al origen de ese perverso “Mecanismo” que ha desvirtuado la democracia y el voto y ha generado la polarización actual, las víctimas fatales de esta Primavera y el probable cuestionamiento al nuevo gobierno?
No excluyo que también la Primavera Boliviana termine aplastada en el verano. El régimen sigue de pie, pero con miedo porque sabe que vive su etapa terminal; sabe que no podrá substraerse al juicio de la Historia; sabe que llegarán nuevas primaveras, y, sobre todo, sabe que “nunca encontrará la manera correcta de hacer algo incorrecto”.
Francesco Zaratti es físico
Twitter: @fzaratti