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Opinión

El retorno de lo arcaico

18 de Noviembre, 2018
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AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ

La noticia de que un niño hubiera sido ofrendado-sacrificado-asesinado en algún rincón de los Andes paceños no puede sino estremecer. Cabe por supuesto el beneficio de la duda, en primer lugar porque el sentido común debería hacernos dudar de un extremo tan espantoso, los niños a fin de cuentas inspiran ternura, y deseos de protegerlos, y es casi inimaginable que pudiera darse un caso tan ajeno a lo que podría decirse, es un mecanismo de la naturaleza para la perpetuación de la especie. Los niños en general inspiran compasión y deseos de abrigarlos, de cuidarlos, aún al más fiero.

Es por ese motivo que uno difícilmente puede imaginarse lo que denunciaron los padres del niño, y no habiendo aparecido el cuerpo, siempre está el beneficio de la duda para los dueños y trabajadores de la mina donde hubiera tenido lugar el atroz acto.

Y sin embargo, el niño no está, ha desaparecido, y existen los indicios de que hubiera tenido un destino que solo puede partir el corazón, y causar mucha rabia y desazón no solo a los padres, sino a todos.

Aunque parece ser que hay muchísimos casos de niños desaparecidos, y se sospecha de la existencia de trata y tráfico de personas, tanto para fines de servidumbre, (inclusive sexual), como para tráfico de órganos, este nuevo caso tiene una arista que merece ser tomada en cuenta con enorme seriedad, y con cautela, sin extrapolar situaciones, y mucho menos sin minimizar las implicaciones, me refiero al retorno a sistemas arcaicos de creencias.

Poner velas a los santos, o ponerle coquita y un cigarrillo a una figura ancestral como el llamado “tío de la mina” puede resultar inofensivo, de hecho implica un llamado de protección al hado, a la suerte, algo que es inherente a la existencia del ser humano. Hacer ofrendas con fetos de llama, para la buena suerte es un resabio de formas arcaicas, que puede ser inofensivo. Hace unos treinta años presencié el sacrificio de una llamita blanca que fue degollada, sin más, para la inauguración de un edificio a orillas del lago Titicaca, y ya me pareció un exceso, aunque el sacrificio fue hecho de una manera que el pequeño animal, casi no se dio cuenta de su final. Con el tiempo fui viendo ofrendas en el mes de agosto que se tornaban cada vez más sofisticadas, no con un feto de llama, sino a veces con docenas, y hace unos 15 años tuve noticia, porque eso se filmó y publicó en la prensa, del enterramiento de llamas vivas en ofrenda a la Pachamama, en el mes de agosto, y que tuvieron lugar a solo 40 km del Km 0 de La Paz.

En ese momento me estremecí no solo por la brutal crueldad del sacrificio, sino porque intuí que ese podía ser un paso hacía retornos más aterradores de esas formas arcaicas que dominaban el espacio andino antes de la conquista española. ¿Cuanto tiempo tardaría hasta tener noticias del sacrificio de un niño?, pensé y me negué a articular ese pensamiento por las implicaciones que podría tener. Pues si la desaparición del niño del que tanto se habla tiene que ver con un sacrificio humano, estamos de vuelta en ese mundo que con tanto romanticismo ha sido pintado por fines políticos en los últimos tiempos.

De ser cierta la versión de que el niño fue sacrificado a una deidad de interior mina, la sociedad boliviana se enfrenta a una situación tremendamente complicada, puesto que una buena parte de los fantasmas del pasado habrían vuelto, y se tendría que agarrar el toro por las astas. No se trata de un caso más de tráfico de personas y de abuso de menores llevado al extremo, se trata de un enfrentamiento entre cosmovisiones, que ponen al desnudo, la ligereza con la que se toma la valorización de usos y costumbres y la recuperación de un pasado que no tuvo nada de amable, precisamente porque conservaba formas arcaicas de fe. Formas que el judeocristianismo había ido superando hasta llegar a la vela y la hostia,  el donativo pecuniario y los rezos.

Agustín Echalar es operador de turismo

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