
Los ancianos merecen consideración y deben ser tratados con respeto, dignidad, y cariño, de eso no quepa la menor duda. La semana pasada, se pudo ver en las redes, gracias a una (in) oportuna filmación a una religiosa que atiende a los ancianos que viven en el hogar San Ramón, dar una palmada a uno de los abuelitos, que parece ser, se había encaprichado en no tomar su medicamento.
La escena indignó en sobremanera a muchos, pero más allá de los aspavientos, estoy seguro que es un material que podía servir muy bien para llamar la atención sobre lo que eventualmente sucede en ese tipo de instituciones. Vale decir sobres sus luces y sus sombras. Me hubiera imaginado que una reprimenda a la religiosa en cuestión y tal vez una revisión del estado de ánimo de esta, deberían haber tenido lugar. A priori uno puede suponer que tal vez la monja hubiera acumulado cansancio y estuviera fatigada y nerviosa y que realmente estaba necesitando unas vacaciones. Y es que atender a ancianos que a veces han desarrollado manías, caprichos y actitudes eventualmente agresivas, no debe ser cosa fácil.
Si, cuidar a algunos ancianos requiere de muchísima paciencia y es comprensible de que quien lo hace pueda llegar a perderla. ¿Justifica eso el lapo que la monja le propinó al viejito de marras? Posiblemente no, pero la intervención policial y el posterior desenlace judicial con la detención preventiva en la cárcel de Obrajes de la mujer de habito, es (más que) un despropósito fenomenal.
Ahora bien, lo interesante de este episodio, es que ilustra de forma casi caricaturesca, el mayor de los males que nos aqueja como sociedad, me refiero al hecho de tener una fiscalía y unos jueces tan esperpénticos, tan ridículos, y por ende tan peligrosos, que son capaces de armar una causa de violencia intrafamiliar donde no hay familia, y de mandar en prisión preventiva a quien bajo ningún punto de vista tendría el menor riesgo de fuga, o de obstruir la justicia, en un caso, que ya con los paños fríos de la sensatez bajo ningún punto de vista amerita ser manejado por la justicia.
Toca preguntarse, ¿qué llevó a la Policía a actuar de la manera en que lo hizo?, y peor aún, ¿qué es lo que llevó al fiscal y al juez a seguir ese camino? La respuesta puede ser estremecedora, porque no podemos dejar de sospechar ya sea de una pésima formación académica, o de una pésima calidad moral, o de una combinación de ambas características, y en manos de ese tipo de gente estamos todos.
Una sociedad puede tolerar a una monja impaciente en un hogar de ancianos, aunque ideal sería, que todo fuera cariño, lo que no puede tolerar es un sistema judicial tan penoso como el que hemos a tener. Este caso, hasta puede convertirse en algo anecdótico, aún para la afectada, que podrá ver en esto una prueba que le impone la providencia, pero ¿y qué de los tal vez miles de casos que son manejados de la misma manera en el día a día en fiscalías y juzgados?
Vuelvo al caso que ha ocupado reiteradamente a mi columna en los últimos meses, la atroz injusticia a la que ha sido sometido el Doctor Jehry Fernández, acusado y condenado por un delito que no sólo no cometió, sino que no tuvo lugar.
Tengo la esperanza de que con lo sucedido a la monjita, la iglesia tome cartas en el asunto, y de forma más militante si se quiere se ocupe de las víctimas de fiscales y jueces de nuestro país, tal vez a pesar del laicismo declarado a cuatro vientos, tenga más poder y éxito que la prensa y las redes sociales sensatas. Quién sabe, los caminos del señor son inescrutables.
Agustín Echalar es operador de turismo