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Opinión

Doce + cuarenta y cuatro

23 de Marzo, 2024
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ALFONSO GUMUCIO DAGRON

Hace más de cuatro décadas que escribo cada año sobre Luis Espinal. Desde su violento asesinato en 1980, he reiterado en diferentes textos y medios, lo que Lucho significó para los bolivianos y para mí en particular. Uno cuenta las cosas como las vivió, yo puedo contarlas desde mi perspectiva y mi memoria. Como dijo el filósofo, historiador y político italiano Benedetto Croce: “la historia es siempre contemporánea”. 

A los primeros artículos de prensa que publiqué en 1980 se sumaron muy temprano dos libros. 

El primero, Luis Espinal, el grito de un pueblo, que coordiné a pedido de Gregorio Iriarte y de Julio Tumiri, curas amigos y directivos de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, no pudo publicarse en Bolivia debido al golpe militar del general de caballería Luis García Meza, pero se publicó en Lima el año 1980 o 1981 (la edición carece de pie de imprenta), omitiendo los nombres de los autores. Una nueva edición, igualmente sin nombres, se publicó en 1982 en Barcelona. Finalmente, 37 años más tarde (en 2017) pudimos publicar en Bolivia la tercera edición con el apoyo de la Fundación Xavier Albó y de Plural Editores, con los nombres de todos los autores: Xavier Albó, Antonio Peredo, Gregorio Iriarte y el mío propio. Ni Gregorio ni Antonio pudieron conocer la edición boliviana.

El segundo libro, Luis Espinal y el cine fue un desprendimiento del primero. Se publicó inicialmente en La Paz en 1986, en las prensas de la UMSA, con el apoyo incondicional de ese imprentero amoroso que fue Pepe Ballón (las palabras de uso apropiado son “imprimidor” o “impresor”, pero me parecen insuficientes).  Recién 28 años más tarde lo volvió a publicar Plural, en 2014. 

En mi Historia del cine boliviano, tanto en la edición boliviana como la mexicana, de 1982 y 1983 respectivamente, le dediqué varios párrafos a Lucho Espinal, y no fue sin tener un impasse con don Werner Guttentag, quien a través de su diligente colaborador, el señor Flores, me envió a la embajada de México donde yo estaba asilado después del golpe de García Meza, un mensaje pidiéndome que suprimiera los textos relacionados con Luis Espinal y con Marcelo Quiroga Santa Cruz. Me negué, de ahí que el libro se imprimió recién en 1982, cuando cayó la dictadura. 

¿Por qué vuelvo a contar esto que otras veces he contado? Porque, muy lamentablemente, las nuevas generaciones tienen poca idea de quién fue Luis Espinal y poca curiosidad por nuestra historia. Cada vez que tengo al frente a un grupo de estudiantes de comunicación o de cine menores 30 años, enfrento una situación muy similar: en el mejor de los casos Luis Espinal evoca elementos de información fragmentados y dispersos (una manera sobria de decir que no tienen la menor idea de quien se trata). 

Entonces tengo que contarles todo desde el principio, como un cuento que se cuenta de nuevo muchas veces. ¿Quieres que te lo cuente otra vez? 

Entonces les cuento que Lucho Espinal llegó a Bolivia en 1968, y que tenía desde que llegó, la certeza de que quería ser boliviano, por eso inició cuanto antes sus trámites de ciudadanía. Lo conocí pocos meses más tarde, fui de sus primeros estudiantes en dos seminarios que ofreció en el Sindicato de Trabajadores de la Prensa de La Paz: “Grandes directores de cine” y “Crítica cinematográfica”. Una cosa llevó a otra y pronto estábamos ambos escribiendo crítica cinematográfica, él en Presencia y yo en El Nacional, él con mucho recorrido y yo un novato atrevido. Para mi gusto, Lucho era demasiado generoso en sus opiniones sobre las películas, y a su parecer yo era demasiado inflexible. 

Mi interés por estudiar cine se avivó gracias a Lucho, con quien sosteníamos largas conversaciones. Cuando en tiempos de la dictadura de Banzer salí a Francia impedido de regresar a Bolivia, estudié cine allí y mantuvimos viva nuestra correspondencia. Él me pedía que lo suscriba a revistas de cine francesas, que eran las mejores. El correo funcionaba mejor que ahora… A mi regreso a fines de 1977, cuando se conquistó la primera amnistía política, lo encontré en el grupo de huelga de hambre instalado en Presencia y tomé una serie de fotos que han sido reproducidas muchísimas veces. No era el único amigo mío en ese grupo, también estaba Xavier Albó, Domitila de Chungara y Nano Calla. 

El renacimiento de la democracia a tropezones, con golpes y contragolpes militares, fue una reedición de lo que había sucedido entre 1969 y 1970, pero a mis estudiantes ya no les hablo de Pereda, Padilla, Guevara, Natusch o Lydia Gueiler porque sería mucho pedirles que retengan esa información. Pero bueno, el caso es que en esa época de periodos breves de democracia, tuvimos otras oportunidades de trabajar con Lucho Espinal. De esa época conservo una foto que le tomé en medio de la multitud desde el balcón de la COB, durante una manifestación en la Plaza Venezuela.

Ambos dimos clases en el Taller de Cine de la UMSA, que coordinó Paolo Agazzi, y ahí es donde Lucho me hacía quedar muy mal porque él era un excelente maestro, y a mí me tocaba la clase inmediatamente después, con lo que la diferencia era aún más notoria. Un día una estudiante y amiga, Mónica Crespo, me dijo casi con compasión que yo era un pésimo profesor… Espero haber aprendido algo desde entonces. También habíamos colaborado ambos con Antonio Eguino en los guiones preliminares de Chuquiago (1977), y Lucho fue parte de la filmación ejerciendo diferentes roles. 

Cuando en marzo de 1979 se creó el emblemático semanario Aquí y Lucho fue invitado (o conminado) a ejercer como director, me pidió que colaborara con él en ese arriesgado proyecto que, al final del camino, fue la principal causa de su cruel asesinato. Quienes fuimos parte del semanario aprendimos mucho de la ética del periodismo bajo su conducción, y escribíamos con una libertad de pensamiento y de expresión como no habíamos conocido antes. Aprendimos también de su sencillez y de su humildad, al igual que la de Eric de Waseige, el “pilar invisible” de Aquí (como le decía Xavier Albó), que evitaba toda figuración pública porque de esa manera contribuía mejor en la sostenibilidad del semanario. Las consecuencias de nuestro atrevimiento fueron violentamente proporcionales cuando los golpistas decidieron acallarnos. Después de su asesinato continué apoyando a René Bascopé y a Antonio Peredo que ocuparon la dirección. 

De todo el trayecto que hicimos juntos a lo largo de su vida en Bolivia, me quedan muchas memorias de Lucho que he ido compartiendo (y repitiendo) para los más jóvenes a lo largo de estas décadas. Han pasado 44 años desde la muerte de Espinal, sumados a los 12 años de su intensa vida en Bolivia. En total, 56 años que compartimos -con el paréntesis obligado que nos impuso la dictadura de Banzer. 

Duele hacer esa sencilla operación aritmética que lleva a la conclusión de que hemos estado sin Lucho casi cuatro veces más tiempo de lo que estuvimos con él. 

El autor es escritor y cineasta 

@AlfonsoGumucio

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