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Opinión

Debatir o no debatir: el dilema de los candidatos

1 de Julio, 2019
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FRANCESCO ZARATTI
Es una costumbre universal que los candidatos a ocupar cargos públicos debatan entre sí sobre los temas relevantes de la campaña electoral. En Bolivia también el público, televisivo esencialmente, esperaba con interés la confrontación de ideas, acusaciones y, a veces, insultos entre los candidatos a la silla presidencial. Esa costumbre ha sido interrumpida por Evo Morales en la campaña del año 2005, inaugurando, de ahí en adelante, la costumbre de sus partidarios de evitar el debate y preferir dar rollos ante audiencias domésticas y domesticadas.

Generalmente, existen razones, reveladas y ocultas, para eludir un debate democrático: los que se sienten ganadores prefieren evitar riesgos inherentes a una confrontación con un adversario sediento de protagonismo y de remontar las preferencias electorales. No es el caso de Evo Morales cuya ventaja en las encuestas es por mucho inferior al porcentaje de indecisos, que esperan ser conquistados mediante el relato y la defensa de los logros del “proceso de cambio”.

Entre las razones ocultas están la inseguridad del candidato oficialista para  hacer frente al discurso y los ataques de sus adversarios. Según una norma universal, rinde más atacar y criticar que defender y justificar, con el añadido de que lo fuerte de Evo Morales no son las matemáticas ni la lógica. En suma, para el oficialismo el dilema consiste en sopesar el costo-beneficio de evadir el debate.

Por esas razones, y al margen de las bravatas del Vice, los estrategas oficialista prefieren curarse en lo sano y “debatir con el pueblo”, lo cual consiste en llegar del cielo en helicóptero, sonreír ante los  disparates de los llunkus locales, dar el rollo que se ajusta a la audiencia, empoderar a los “operadores” electorales y ascender nuevamente al cielo en el mismo medio. 

A su vez, el dilema de los opositores es más complejo. Por instinto electoral y por las razones arribas mencionadas, les convendría exigir un debate con el candidato oficialista. En particular, los candidatos más rezagados en las encuestas no tendrían nada que perder y mucho que ganar, aunque el protagonismo lo llevarían, como es obvio, las candidaturas mejor posicionadas en las encuestas.

Sin embargo la elección de este año es un tanto peculiar. La dupla oficialista es considerada espuria por la mayoría de los opositores, a raíz del Referéndum Constitucional del 21 de febrero de 2016, de modo que para ellos no sería políticamente correcto “legitimar” a candidatos que no deberían estar en la papeleta electoral, aún a costa de perder la posible ventaja que tendrían en un debate.

Ahora bien si los candidatos opositores declinaran ir a un debate estarían haciendo el juego de los masistas, que en el fondo anhelan eludirlo. Si, al contrario, los opositores decidieran desafiar a los oficialistas, recibirían las críticas de la mayoría de los ciudadanos que el 21F dijo NO a las pretensiones de perpetuación en el poder de Evo Morales.

¿Cómo salir de este entuerto? De hecho, el oficialismo no hará nada para viabilizar un debate, o dirá que estaría dispuesto, pero son los opositores quienes se rehúsan, condicionados por el 21F. 

Sin embargo, pienso que los opositores tienen dos formas de seguir exigiendo el debate entre candidatos a presidente. La primera es debatir con el Presidente en ejercicio (no con el “candidato espurio”) con el fin de cuestionar la gestión de 13 años de su gobierno.

La otra es ir al debate para “cantar las verdades” de una candidatura no sólo espuria sino contaminada por el absoluto sometimiento a ese binomio de las instituciones que deberían garantizar una elección transparente. Aún a sabiendas que un tal debate público siempre tendrá una silla vacía.

Francesco Zaratti es físico
Twitter: @fzaratti

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