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Opinión

Cosas que desaparecerán

5 de Enero, 2018
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WINSTON ESTREMADOIRO
Otra vez fueron las sandeces de Evo Morales las que distrajeron mi atención. Digo, ¿qué sentido tenían sus chismes de cocinera sobre un par de periodistas respondones en sus “tuits” omnipresentes? Ni que el pan o el palo, la ‘matanga o burundanga’ o lo que se llame ahora no fueran recurso de poderosos desde tiempos inmemoriales. ¿Sabrá tan poco de la democrática separación de poderes, al perorar en la posesión de nuevos magistrados, quizá ilegítimos pero obsecuentes? ¿Se vendrá una diplomacia de pajaritos?, digo, aludiendo a uno que simboliza a mensajitos, no al pajarico de Maduro.  

Recalé en un listado de cosas que desaparecerán en estos tiempos de cambio acelerado merced al avance de la tecnología, no tanto de algún “proceso de cambio” mentiroso en este país digno de mejor suerte.    El correo, como se llamaba a dicha oficina, desaparecerá por culpa de emails, FedEx, UPS y la entrega de cartas y encomiendas de buses de transporte. Chau París los aficionados de estampillas de correo, de ésos de álbum y lupa que compraban series completas apenas salían.

Dicen que los cheques están amenazados de extinción, porque cuestan mucho al sistema financiero. Las nubes de tormenta son las tarjetas plásticas de crédito y débito, al igual que las transacciones en línea mediante computadoras. Adiós grafólogos que identificaban falsificadores de firmas; de todas formas, la mía sale muy tembleque.

Tampoco será necesario el teléfono fijo, a menos que la familia tenga púberes que hacen muchas llamadas. No sé qué haré con un aparato negro y pesado, de ésos con huecos en números y letras, regalo de un amigo que lo birló de apartamento vacío en Estados Unidos; fantaseaba que se volvería rareza, hasta que los chinos sacaron una versión aún más antigua que adorna vestíbulos.

Preocupa la desaparición de periódicos y libros. Los unos me dan un magro ingreso como para no pedir “recreo” a mi esposa, como antes con las mamás. Los otros condenan a la chimenea los que colecciono desde que preferí traer libros en vez de un auto del vientre de la bestia, Martí dixit. Los diarios con olor a tinta vendrán en versión digital. ¿Para qué acomodar libros en estantes caros, si hay adminículos de lectura con toda una biblioteca digital?

Duele mucho lo de la música. Dicen que todo vendrá de la “nube”, que por si las moscas no son las de aguaceros objeto de rogativas durante sequías. Pobrecitos los que deambulan bares y restaurantes vendiendo cumbias y boleros. Tendré que pedir a mi nieto de seis años que me enseñe a bajar música: me aterra mi gusto ecléctico: clásica, jazz, blues, “soul”, “country”, rock, cumbias colombianas, valsecitos peruanos, boleros cubanos, salsa caribeña, amén de bailecitos vallunos y taquiraris cambas. ¿Qué haré con Sinatra, Winehouse, Alborán, Piazzola y Sabina?
   
¿Morirá la privacidad, para solaz de algún prorroguista con aspiraciones de Gran Hermano (o Gran Jefazo)? Ni los que pueden pagar villas en recóndito suburbio se salvan, porque no faltará algún “paparazzi” gubernamental que saque fotos de su esposa en el retrete, ojalá que sin pantallas que graben sonidos. La clave está en la tecnología, que preocupa hasta al ciudadano común nervioso de los ladrones. Las cámaras instaladas para facilitar la identificación de los delincuentes podrían ponerse al servicio de algún sórdido en el Ministerio de Gobierno y apuntar a las casas sospechosas. Goebbels no tenía semejantes avances tecnológicos a su servicio y miren lo que logró como ministro hitleriano… ¿Será el fin de la democracia?

Tal vez soy obsoleto. No obstante, irme a la nube a tocar arpa depende de Dios y aún parece que no estoy en pre-embarque como alguno. Pero en Nochebuena una hija me regaló una calza de mezclilla, bluyín las llaman, tan legítima (o anticuada) que en la bragueta tiene botones en vez de cierre; torpes están mis dedos y es hazaña llegar al urinario, desabotonarlos y no gotear en mi pantalón. Bueno, cuando así ocurre recuerdo a un amigo, que iba al baño en viernes de cerveza en el local del Negro en El Prado y volvía a la mesa con la entrepierna mojadita: “¿qué pasó, Pablito?”, burlones preguntábamos: “parece que saqué un huevo a orinar”, respondía en grueso acento teutón.   

Aun así y todo, consuela que los amigos son lo mejor que trajo el viejito pascuero en esa antesala del nuevo año que es la Navidad. ¡Deseo que tengan un gran año 2018, empezando por un apoteósico Día de Reyes!

Winston Estremadoiro

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