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Opinión

Coronación de la Virgen María

27 de Agosto, 2018
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MIGUEL MANZANERA, S.J.
En el actual calendario litúrgico la Iglesia Católica celebra el 15 de agosto la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Fue el Papa Pío XII quien en 1950 proclamó el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. En muchas iglesias locales esta fiesta ha adquirido una gran fastuosidad al venerar a la Virgen como la primicia de los miembros de la Iglesia llevados al cielo al final de los tiempos.

Una semana después, el 22 de agosto, la Iglesia Católica celebra la memoria de María Reina, aunque, a diferencia de la anterior solemnidad, es una simple conmemoración que para muchos fieles pasa desapercibida. Por ello creemos que se debe rescatar la importancia de la Coronación, unida a la Asunción de la Virgen, ya que ambas celebraciones se complementan y revelan con mayor precisión el plan divino de salvación.

Aunque el título mariano de “Reina” directamente aplicado a la Virgen María no se encuentra en la Biblia, ya en el Antiguo Testamento aparecen mujeres liberadoras del pueblo de Israel, tales como la heroína Judit, el gran orgullo de Israel (Jdt 15, 9) y la Reina Ester (Est 2, 17), que pueden ser consideradas como precursoras de María Reina.

La Iglesia Católica desde tiempos antiguos ha venerado a la Virgen María como Auxiliadora y como Reina en varias oraciones como “Salve Regina”, el canto pascual “Regina coeli laetare” (Reina del cielo, alégrate), el Santo Rosario en el quinto misterio glorioso y en las letanías lauretanas donde se la invoca como Reina de los ángeles, de los profetas, de los apóstoles, de los mártires, de las vírgenes y de todos los santos y Reina de la Paz.

El título de Reina no es simplemente honorífico, sino que remite a la gran colaboración activa de la Virgen María en el plan divino de salvación. Ella fue designada por Jesús en la cruz como “Mujer”. Por eso también la Iglesia la reconoce como la “Nueva Eva” (Cfr. Vaticano II, LG 56) con la misión de ser la Corredentora, unida con el Redentor, quien al momento de morir derramó sobre ella el agua y la sangre de su costado convirtiéndola en su Esposa.

A los cincuenta días, en la fiesta de Pentecostés, María recibió la plenitud de la “Rúaj Divina” (Espíritu Santo) quien la constituyó en su imagen viva. Por ello muchos creyentes reconocen a María como Madre de la Iglesia, Corredentora, Auxiliadora y Mediadora de todas las gracias concedidas al pueblo de Dios en su peregrinación terrena.

Algunos Papas en los dos últimos siglos han reconocido a María como Reina. En 1854 el Papa Pío IX definió el dogma de la Inmaculada Concepción y declaró: “Ella (la Virgen María) se preocupa de todo el género humano, pues está constituida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra y está exaltada sobre todos los coros de los Ángeles y los grados de los Santos en el cielo. Estando a la diestra de su unigénito Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, con sus maternales súplicas pide eficacísimamente, obtiene cuanto pide, y no puede no ser escuchada”.

En el Año Santo de 1950 el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María. Poco después en 1954 publicó una Carta Encíclica sobre la Realeza de María ya que Ella “reina en todo el mundo con maternal corazón y está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial”.

Cabe, pues, concluir indicando que el título mariano de Reina tiene una larga tradición en la Iglesia Católica. En primer lugar por ser María la Madre de Jesús, el Hijo de Dios encarnado, llamado a ser el Rey del Universo. Este modelo, muy del agrado de la devoción popular, se muestra en las imágenes donde María tiene en brazos a Jesús, ambos con sus respectivas coronas. Tales son, por ejemplo, la Virgen del Carmen, la Virgen del Rosario, María Auxiliadora y Copacabana, esta última proclamada Reina de Bolivia en 1925.

En segundo lugar por haber sido María, al pie de la cruz, proclamada Esposa por Jesús al referirse a Ella como Mujer y designarla como Madre de Juan, el discípulo al que Jesús amaba como hijo. Es cierto que Jesús rehusó ser proclamado Rey terrenal durante su vida mortal. Poco antes de morir declaró ante Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36). Efectivamente su Reino se establecerá al final de los tiempos cuando vendrá como Rey universal y Juez Supremo de vivos y muertos (Mt 25, 30-41; 1 Co 15, 24).

Los últimos capítulos del Apocalipsis describen con fulgurantes metáforas la apoteosis del Reinado de Cristo con la victoria final sobre el Dragón y sobre la muerte (Ap 20-22). Como brillante colofón de la historia, Dios Padre presidirá la unión nupcial de su Hijo Jesucristo, el Cordero, con su Iglesia, personificada en María, coronada como Reina juntamente por Cristo Rey y por Dios Padre.

Por eso en este tiempo previo la Divina Rúaj (Espíritu) con María, Esposa de Jesús y Madre de la Iglesia, claman ardientemente “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 17. 20). De esta manera la fiesta de la Coronación de María Asunta a los cielos complementa la Coronación de Cristo Rey al final de los tiempos según el plan salvífico del Padre celestial. Esta última fiesta se celebra el último domingo del año litúrgico. Muy bien podrían unirse ambas coronaciones como la apoteosis nupcial en la historia de la salvación.

Miguel Manzanera, S.J.

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