FRANCESCO ZARATTI
En los últimos días han coincidido dos noticias aparentemente remotas entre sí y, sin embargo, muy cercanas en símbolos y realidades.
El pozo Boyuy hizo noticia por la enésima “inspección” que realizaron las autoridades al lugar, para re-anunciar que se trata del pozo más profundo de la historia, que por primera vez se llegó a 8 km de profundidad, que se aprendió mucho de la geología y que se quemó algo de gas. Lo que no se dijo es que la certeza de recuperar el prometido mar de hidrocarburos se esfumó con ese gas quemado. En lugar del anunciado mar de gas, nos quedamos con un mar de decepción, un charco de aprendizaje sobre cómo funciona la geología a esas profundidades y un río de esperanza de que ese aprendizaje le sirva a YPFB en las próximas lides con el subsuelo chaqueño.
Asimismo, una vez conocida la inviabilidad del pozo, salieron voces, que antes no se habían pronunciado al respecto, a aclarar por qué se fracasó y a pedir cuentas del costo de ese pozo, unos 140 M$; monto que, aparentemente, será asumido por YPFB vía costos recuperables.
Vale preguntar si, con esos costos y los riesgos técnicos asociados, alguna otra empresa se animará a repetir esa hazaña e, incluso, a superar el récord de profundidad petrolera, buscando revertir la “sentencia” de la Pachamama. Por su lado, YPFB está sumido en la desesperación, máxime en un año electoral, razón por la cual ya está tratando de confundir a la opinión pública a punta de estériles “cartas de intenciones”.
Paralelamente, el tema de la demanda en La Haya ha revivido gracias a la conmemoración, más amarga que nunca, del Día del Mar y a la revelación de los gastos únicamente del equipo del vocero Carlos Mesa; información entregada por la Cancillería para dañar al ahora candidato Mesa. Curiosamente, ante el pedido de otro diputado opositor, esa misma información fue ocultada por la inefable ex Presidenta de Diputados, por considerarla “confidencial”. ¡Qué va, así es el MAS!
Como en Boyuy, también a La Haya fuimos confiados, en alas del triunfalismo del equipo jurídico, de hallar nuevas certezas para salir al mar; pero la sentencia de la Corte Internacional de Justicia nos fue desfavorable.
También en este tema se quiso convertir una derrota huérfana en una victoria de muchos padres, debido a la expectativa de capitalizar en la actual campaña electoral el esperado éxito. Como en Boyuy, nos quedamos sin el anhelado mar y, sin embargo, nos aferramos al mar de la retórica, de las falsas expectativas, de las mentiras y de la falta de transparencia.
No obstante, en ambos temas hay lecciones que deberíamos aprender y aprovechar.
La decepción de Boyuy nos ha enseñado a ser más cautos y transparentes cuando se enfrenta un riesgo exploratorio: la desesperación de querer hacer a último momento las tareas relegadas es mala consejera. Sin embargo, no hay que bajar los brazos, sino seguir explorando en condiciones menos azarosas y dando mayor responsabilidad (o sea, riesgo y beneficios) a las empresas especializadas.
A su vez, la lección del fiasco de La Haya es que en las cenizas de la derrota está la llama de los futuros éxitos. La historia no se acaba, hay mucho camino que recorrer, pero los pasos ahora deben ser pequeños, cuidadosos e inteligentes. Es tal vez el tiempo de reconstruir con todos nuestros vecinos –sobre todo con Chile- tratos amistosos, empezando por los ámbitos académico y comercial, menos contaminados que los campos ideológico y político, y de recrear, sin complejos ni resentimientos, relaciones de confianza en torno a intereses comunes, en un marco de moderación verbal y de apertura sincera.
En ese contexto, ayudaría mucho al país un cambio de interlocutores, en ambos temas.
Francesco Zaratti es físico