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Opinión

ASUNCIÓN Y CORONACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

24 de Agosto, 2015
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MIGUEL MANZANERA, S.J.

En el actual calendario litúrgico la Iglesia Católica celebra el 15 de agosto la solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Fue el Papa Pío XII quien en 1950 declaró el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos. En muchas iglesias locales esta fiesta ha adquirido una gran fastuosidad al venerar a la Virgen como la primicia de los miembros de la Iglesia llevados al cielo al final de los tiempos.

Una semana después, el 22 de agosto, se celebra la memoria de María Reina, pero, a diferencia de la anterior fiesta, es una simple conmemoración que para muchos fieles pasa desapercibida. Por ello creemos que se debe rescatar su importancia como complementación de la Asunción de la Virgen, ya que ambas celebraciones se complementan y revelan con mayor precisión el plan divino de salvación.

Aunque el título mariano de “Reina” directamente aplicado a la Virgen María no se encuentra en la Biblia, aparecen algunas mujeres liberadoras del pueblo de Israel, tales como la Reina Ester (Est 2, 17) o la heroína Judit, el gran orgullo de Israel (Jdt 15, 9), que son precursoras de la realeza de María. Ya desde tiempos antiguos la Iglesia ha venerado a la Virgen María como Auxiliadora y como Reina, por ejemplo en la oración “Salve Regina”, el canto “Regina coeli laetare”, el quinto misterio glorioso del Santo Rosario y las letanías lauretanas.

Aquí se revela el plan divino de salvación. La Virgen María fue designada por Jesús en la cruz como la “Mujer”, la “Nueva Eva” con la misión de ser la Corredentora. En la cruz antes de morir derramó sobre ella el agua y la sangre de su costado y en Pentecostés recibirá la plenitud de la “Rúaj Divina” (Espíritu Santo), quedando plenamente integrada en la Iglesia como Madre. Ella es la Corredentora, la Mediadora ante Jesús de todas las gracias y la Auxiliadora poderosa del pueblo de Dios en su peregrinación terrena.

Expresamente el magisterio pontificio de los dos últimos siglos ha reconocido a María como Reina. En 1854 el Papa Pío IX define el dogma de la Inmaculada Concepción y declara: “Ella (la Virgen María) se preocupa de todo el género humano, pues está constituida por el Señor como Reina del cielo y de la tierra y está exaltada sobre todos los coros de los Ángeles y los grados de los Santos en el cielo. Estando a la diestra de su unigénito Hijo, Jesucristo, Señor nuestro, con sus maternales súplicas impetra eficacísimamente, obtiene cuanto pide, y no puede no ser escuchada”.

En el Año Santo de 1950 el Papa Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María. Poco después en 1954 publicó la Encíclica sobre la Realeza de María “que reina en todo el mundo con maternal corazón y está coronada con la gloria de la realeza en la bienaventuranza celestial”. En esa misma encíclica instituyó la fiesta de María Reina el 31 de mayo. Posteriormente en el Misal Romano esa fiesta fue trasladada con la categoría de “memoria” al 22 de agosto, una semana después de la fiesta de la Asunción que lógicamente la antecede.

Podemos concluir que el título mariano de Reina tiene una larga tradición en la Iglesia Católica. Ahora bien, cabe hacer una distinción entre dos modelos de entender la realeza de María. El primer modelo, muy extendido en la religiosidad popular, vincula el título de María Reina a su maternidad divina. Se trata de un privilegio, otorgado por Dios a María por ser la Madre de su Hijo encarnado, Rey del Universo. Este modelo se muestra plásticamente en las imágenes donde María tiene en brazos a Jesús, ambos con sus respectivas coronas. Tales son, por ejemplo, la Virgen del Carmen, la Virgen del Rosario, María Auxiliadora y Copacabana, esta última proclamada Reina de Bolivia en 1925.

Pero hay, además, una manera complementaria de comprender la realeza de María y su papel en la historia de la salvación. Jesús durante su vida mortal rehusó ser proclamado Rey terrenal, tal como Él mismo lo declaró ante Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36). Será al final de los tiempos cuando vendrá como Rey universal y Juez Supremo de vivos y muertos (Mt 25, 30-41; 1 Co 15, 24).

Los últimos capítulos del Apocalipsis describen con fulgurantes metáforas la apoteosis del Reinado de Cristo con la victoria final sobre el Dragón y la muerte (Ap 20-22). Como brillante colofón de la historia, Dios Padre presidirá la unión nupcial de su Hijo Jesucristo, el Cordero, con su Iglesia, personificada en María, coronada como Reina por Cristo Rey juntamente con el Padre.
Por eso la fiesta de la Coronación de María Asunta a los cielos complementa la Coronación de Cristo Rey al final de los tiempos según el plan salvífico del Padre celestial. Mientras tanto la Rúaj Divina y María, la Esposa de Jesús y Madre de la Iglesia, claman ardientemente “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 17. 20).

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