FRANCESCO ZARATTI
Un columnista científico no puede eximirse de comentar el tema del título, pero esta vez, por flojera vacacional y por lo difícil que resulta decir algo nuevo al respecto, me limitaré a actualizar lo que escribí hace cuatro años, pensando particularmente en mis nuevos lectores.
Este año 2020 es el quinto bisiesto del primer siglo del tercer milenio, lo que significa que el próximo mes de febrero tendrá 29 días. Doy por descontado que todos conocen la razón de introducir un día extra cada cuatro años (calendario juliano) con excepción de los fines de siglo que no son divisibles por 400, como 1900 y 2100 (calendario gregoriano), de modo que en esta columna me concentraré en la etimología del término “bisiesto” y sus vínculos con la política y la superstición.
Al final de la República Romana (siglo I aC) el calendario civil (basado en la luna) tenía 12 meses y un total de 354 días. La diferencia con los 365 días del calendario solar se arreglaba cada dos años añadiendo después del 23 de febrero un mes corto de 22 o 23 días (mes “mercedonius”). El cambio estaba a cargo del Sumo Pontífice, quien vio rápidamente el negocio en la medida en que podía aumentar días al mandato de sus amigos políticos (cónsules y pretores) para prorrogarlos en el poder. ¡Qué diferencia con la Bolivia que dejamos atrás, donde para prorrogarse en el cargo bastaba realizar un descarado fraude electoral, sin tener que manipular el calendario! Obviamente, existían, también en Roma, intereses económicos: aumentar un mes o un día al calendario afectaba a los vencimientos de las deudas, de las cuales casi ningún romano se libraba.
El retraso de casi tres meses del calendario civil respecto del solar generó una confusión en los dominios romanos que fue resuelta científicamente por el astrónomo egipcio Sosígenes y administrativamente por Julio César el año 46 aC cuando se fijó el año solar de 365 días y un día extra cada cuatro años. Febrero era el último mes del año y estaba dedicado a los muertos. Julio César, supersticioso como buen romano y fiel a la tradición del mes mercedonius, añadió el día faltante entre el 23 y el 24 de febrero, duplicando el 24 (conocido como “sexto día antes de las calendas de marzo”). Desde entonces ese año fue llamado “bisextus” (bisiesto).
Julio César también fijó el número de días de cada mes, pero, atendiendo a los “llunkus” que nunca faltan en cualquier gobierno, renombró “quintilius” - el mes quinto contando desde marzo- con su nombre (julio), mes que, por tener un número impar de días, era considerado “fausto”.
Su sucesor, César Augusto, quiso imitarlo y rebautizó el sexto mes del año (“sextilius”) como “agosto”. Sin embargo, ese mes era considerado infausto por tener un número par de días (30), de modo que Augusto le aumentó un día quitándolo a febrero que desde entonces quedó con 28 días sin mayor oposición.
Los que sí se resistieron fueron los londinenses el año 1752 cuando el gobierno inglés puso en vigencia, con casi dos siglos de retraso, la reforma “papista” del calendario gregoriano. De hecho, ya por el año 1600 el astrónomo Johannes Kepler había comentado sarcásticamente que los protestantes preferían estar en desacuerdo con el sol a estar de acuerdo con el Papa. Sin embargo, la razón del motín de Londres fue el rumor que los 11 días eliminados para ajustar el calendario no iban a ser remunerados.
Finalmente, si bien los romanos consideraban infaustos los años bisiestos por tener un número par de días, me atrevo a vaticinar que el 2020 será para Bolivia un año fausto, en el cual se consolidará la democracia en el país mediante elecciones libres y limpias.
Así que ¡a gozar, sin temor, del día extra que nos regala este año bisiesto!
Francesco Zaratti es físico
Twitter: @fzaratti