
Un amigo mío, a quien quiero y respeto profundamente, ha dicho que quien se alegra por la sentencia de la Haya, ha perdido los papeles, y es un ser despreciable, tengo que confesar que estoy entre los que se ha alegrado, por lo menos un poco.
Me he alegrado, porque si la sentencia hubiera sido favorable a Bolivia, a mi país le hubiera ido mucho peor, el triunfalismo de Evo Morales y el mal manejo de la información respecto a los alcances de ese resultado, hubieran sido desastrosos, porque hubieran sido utilizados en forma inescrupulosa para consolidar la perpetuación de Evo en el poder, con todas las nefastas consecuencias que esto implica y eso no es poca cosa.
Por lo demás, un veredicto positivo, no habría significado que Bolivia accedería a una salida soberana al mar, porque simplemente eso no era lo que nuestro país había pedido en su sui géneris demanda.
También he tenido un cierto alivio, porque durante todos estos años, yo me sentí, no solo ajeno al entusiasmo de mis compatriotas, sino que empecé a dudar de mi capacidad de razonar. No entiendo el asunto de los “derechos expectaticios” en general, y menos lo entiendo en nuestro centenario y traumático conflicto con Chile. Ante el entusiasmo generalizado, y la muy leve crítica, pensé, a lo largo de estos años, que posiblemente mis percepciones eran equivocadas, que yo me había calcificado, y que no tenía la maleabilidad que requieren los nuevos tiempos para entender nuevas formas. Es por eso que ya desde un punto de vista, digamos, egoísta, también me alivié con la sentencia. Contrariamente a lo que algunos cercanos creen, no me gusta llevar la contra por puro deporte.
Pero hay algo que vale la pena recalcar en esta negra semana boliviana, y es que si en algún momento la demanda boliviana tuvo alguna oportunidad, esta fue rifada por actitudes grotescas de la gente del gobierno. El viaje a Antofagasta, y la entonación del himno de marras nada menos que por el Presidente del Senado, tiene que haber restado mucho a la credibilidad de Bolivia. Toda la parafernalia expuesta ante todo en edificios militares bolivianos o en el Ministerio de Defensa, desdecía el espíritu mismo de la demanda, y es que era reivindicacionista, y pedía a gritos una revisión del tratado de 1904, algo que obviamente la Corte Internacional no solo no podía tratar, sino permitir.
El revés sufrido en la Haya el lunes pasado debe abochornar ante todo a nuestros juristas y a nuestros diplomáticas, que tenían la obligación de verla venir. Por lo demás, si los abogados extranjeros, ese conjunto de los cinco chiflados, (u oportunistas), tuvieran un poquito de dignidad, deberían devolver los honorarios que han chupado de un país tan pobre como el nuestro. Lo que ha sucedido, es una vergüenza para mucha gente, incluyendo, por supuesto, al Presidente del Estado Plurinacional.
En lo que no estoy de acuerdo, es en que hoy estemos más lejos del mar que nunca, la distancia, en kilómetros, sigue siendo exactamente la misma, antes o después de La Haya, y eso es lo que cuenta. Este baldazo de agua fría, podría devolvernos cierta cordura, y hacer que se trabaje en políticas para acercarnos al mar en los temas que verdaderamente interesan, vale decir, puertos eficientes, vías de comunicación rápidas y modernas, sistemas de control no engorrosos, y obviamente, no concentrando nuestra carga solo a través de un país, o un solo puerto.
Sueño con un país racional, que asuma su realidad histórica y geográfica, que no se maree cosiendo una bandera que de tan ridículamente larga no se puede hacer que flamee, y que no se sabe dónde ha ido a parar. Ese país se puede construir, y estoy seguro que será un hogar mejor para las próximas generaciones. Ahí está el desafío post La Haya, ahí está el verdadero patriotismo.
Este otoño holandés de nuestra amargura, podría volverse una primavera si nos liberamos de nuestros traumas, y asumimos las responsabilidades y las realidades, y nos ponemos a la altura de los desafíos.
Agustín Echalar es operador de turismo