
Es curioso que, entre los principales idiomas occidentales, solo el portugués y el español mantengan la asonancia entre “la espera” y “la esperanza”, a tal punto que nos inducen a confundirlas. El acto de espera de algo que va a suceder o de alguien que va a llegar tiene diferentes connotaciones: puede ser bueno o malo, alegre o triste, atento o aburrido. La “dulce espera” de una mamá no se compara con la tensa espera en un consultorio dental ni con la dolorosa espera de la “partida” de un ser querido, aunque de esperar siempre se trata.
A este respecto, no puedo dejar de mencionar la alegría de mi mamá cuando le anunciaba, con bastante tiempo de antelación, una visita; o su enojo cuando ese anuncio lo hacía con pocos días de adelanto. Para ella la espera, la preparación, la participación de su alegría con sus amigas, la lista de lo que me cocinaría, de lo que visitaríamos y charlaríamos durante mi estadía, eran tan importantes como mi llegada.
En general no nos gusta, pero diariamente nos toca esperar: en la cola del tráfico o del banco, en el consultorio médico, en aeropuertos y terminales de buses que solemos frecuentar los “vagos” que no disponemos de helicópteros para ir a “trabajar”, en la cuenta de los días que nos separan de las vacaciones, en los últimos días del mes cuando el sueldo se va esfumando. Sin embargo, la espera reclama una actitud personal: se puede esperar de brazos cruzados o esperar preparándose para el evento que se aguarda.
El Adviento, ese tiempo litúrgico que abarca los cuatro domingos anteriores a la Navidad, es un período de espera; espera de la fiesta con todo lo que implica, pero también espera de un evento final que es la Segunda Venida del Cristo. De hecho, en origen ese tiempo litúrgico recordaba la Venida de hace 2000 años y anticipaba la futura.
El Adviento nos invita a esperar vigilantes y preparados para recibir el que viene, poniendo orden en la casa, sacando el polvo, cuidando hasta el último detalle para que el huésped se sienta cómodo y bien atendido. Las genuinas tradiciones que acompañan ese tiempo (el pesebre, la corona, el árbol, los villancicos, los adornos, los alimentos, los sentimientos de solidaridad y paz) son caminos de preparación para recibir la fuente de todo eso.
Sin embargo, en el Adviento la espera no lo es todo. La espera se alimenta y cobra sentido por la esperanza de recibir lo que necesitamos por sobre todas las cosas: la salvación. ¡Navidad es esa esperanza!
Pero, dirán algunos, ¿acaso el hombre moderno necesita ser salvado? ¿De qué o de quién? Parecería que la tecnología puede solucionar todos los problemas de la existencia humana. ¡Nada más falso!
En efecto, ¡cuánta angustia existe todavía en el corazón humano! ¡Cuánta hambre y sed de paz, de justicia, de igualdad, de libertad y, sobre todo, de amor sufren personas y pueblos enteros!
¡Cuán actual sigue resonando el grito del profeta, (Is 64,1): “¡Oh, si Tú rompieses los cielos y descendieras!”.
Francesco Zaratti es físico
Twitter: @fzaratti