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Nacional Sociedad

Reviva la llegada de Juan Pablo II a Bolivia

La ciudad rebosó de júbilo esa tarde del lunes 9 de mayo de 1988. Las casas vestidas de blanco y la mixtura y serpentina mostraron que la urbe se encontraba de fiesta, no esa donde impera la música y las bebidas, sino la fe.
3 de julio, 2015 - 15:23
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Juan Pablo II. Foto: www.citizengo.org
Juan Pablo II. Foto: www.citizengo.org

Rodolfo Huallpa

La Paz, 3 de julio (ANF).- Faltaban 12 horas para la llegada del Papa Juan Pablo II a la ciudad de La Paz y los periódicos empezaban a circular por calles y avenidas. Sus portadas mostraban la gran expectativa que se suscitó en el país que, tras haber pasado la hiperinflación, encontró en la llegada del Santo Padre un avistamiento de mejores días para Bolivia.

Era el 9 de mayo de 1988 y en la prensa predominaba la información relativa a esta fecha trascendental en la historia boliviana. Por primera vez, el Vicario de Cristo visitaba un país que todavía tenía en el rostro la sangre de 18 años de dictadura y que sobre sus espaldas cargaba el peso de la deuda interna y externa.

La puerta de ingreso a Bolivia sería la ciudad de El Alto, que lucía remozada en sus principales calles y avenidas. La extinta avenida Panamericana pasó a llamarse Juan Pablo II, ésta que hoy por hoy recibe a todo aquel visitante que quiere deslumbrarse con la gran Feria de la zona 16 de Julio.

A diferencia de la ciudad de La Paz, que tiene en la iglesia San Francisco o en el Illimani sus principales íconos, El Alto recibió ese año, justo dos días antes de las llegada del Santo Padre, la Cruz Papal instalada en la avenida Juan Pablo II, una pieza de 12 metros de alto que engalanó la joven ciudad que apenas tenía tres años de vida y estaba gobernada, en ese entonces, por el alcalde Luis Vásquez Villamor.

La expectativa era evidente. Mientras los periódicos se repartían en la ciudad, decenas de barrenderas se encargaban de limpiar la autopista La Paz – El Alto, Tras una larga mañana, se sentaron en inmediaciones de la ruta para esperar al Papa y guardar la esperanza de acercarse a él y expresarle sus necesidades y penurias.

Bolivia no estaba tranquila por esas fechas, distintos sectores agrupados en la Central Obrera Boliviana (COB) se encontraban en huelgas de hambre exigiendo solución a la crisis económica, los despidos, pero sobre todo a la falta de trabajo. El Decreto Supremo 21060, aprobado en 1985, había generado más de 20.000 despidos sólo en el sector minero, cuyos trabajadores se volcaron a actividades informales, una de ellas: el transporte. Según registros de Tránsito, la importación de minibuses a La Paz se incrementó de 480 unidades existentes entre 1958 y 1985, a 1.192 minibuses sólo en el periodo de 1985 y 1988.

Eran aproximadamente las 16.15 y la autopista ya se encontraba cerrada. El presidente Víctor Paz Estenssoro recorría las calles con dirección al aeropuerto de El Alto para recibir a su Santidad. La gente multitudinariamente salió a las calles con banderas en mano, algunos con la tricolor boliviana, otros con la bandera paceña o la bandera del Vaticano (blanca y amarilla), el resto con pañuelos blancos. La Policía y las Fuerzas Armadas se encontraban, de momento, en orden, minutos más tarde serían rebasados por la avalancha de personas.

El arribo de Juan Pablo II al aeropuerto de El Alto, que tenía en su frontis la imagen de la Puerta del Sol, estaba previsto para las 17.15 y se cumplió. En la terminal lo esperaban, además del Presidente, varias autoridades nacionales y locales. La alfombra roja y un escenario esperaban al Santo Padre. A las 17.27, según el extinto periódico Presencia, Juan Pablo II, vestido de blanco con una capa roja, salió de avión del Lloyd Aéreo Boliviano (LAB). Su primera acción, un saludo con la mano a los presentes. Posteriormente, tras bajar las gradas, un beso al suelo boliviano.

“Vuestra Santidad llega en un tiempo en el que Bolivia está sufriendo amargas pruebas que pueden templar su espíritu o, tal vez, llevarla hasta un marasmo de desesperanza”, era parte de las palabras de bienvenida que profirió Paz Estenssoro, en un discurso ataviado de esperanza y de congoja, porque no desaprovechó la ocasión para dar a conocer a su Santidad el “estrangulamiento” que sufrió Bolivia por la deuda externa, la depresión económica y el enclaustramiento marítimo.

Juan Pablo II no fue indiferente al tenor de Paz Estenssoro. Luego de expresar que su visita a Bolivia era un deseo “largamente acariciado” y luego de ser testigo aéreo del sin igual paisaje boliviano, el Vicario de Cristo manifestó su profundo respeto a la fortaleza y el esfuerzo con el que Bolivia superaba el delicado momento económico.

“Van a ser cinco días entre vosotros, compartiendo vuestras aspiraciones y viendo de cerca las dificultades de este querido país, golpeado por la pobreza, la falta de un mayor desarrollo y recursos, la insolidaridad y la injusticia”, dijo el Santo Padre que visitó un total de ocho ciudades en sus cinco días de estadía: El Alto, La Paz, Cochabamba, Oruro, Sucre, Tarija, Santa Cruz y Trinidad.

Las salvas de artillería, el sonido de las campanas, los gritos y aplausos dieron la recepción al Papa, pero la verdadera algarabía estaría a punto de comenzar una vez fuera del aeropuerto. Antes de emprender el recorrido hacia la hoyada, una niña fue la afortunada de dar y recibir un beso de su Santidad, quien se inmiscuyó entre piernas de la multitud para llegar hasta él.

“Sembrador de justicia, siémbrala en Bolivia”, decía uno de los tantos carteles que habían elaborado hombres y mujeres apostados alrededor de la autopista. Pese a los policías y militares, la fuerza de la gente obligó a estrechar los cordones de seguridad. Mientras más cerca estaba la caravana de motocicletas y Juan Pablo II en el papamóvil, más era el esfuerzo que debían realizar los efectivos del orden para guardar la compostura de la gente.

El papamóvil impedía un contacto directo entre el santísimo y la gente. Se trataba de una camioneta blanca Toyota traída desde Perú, que en la parte trasera tenía instalada una cabina forrada con vidrio blindado, en su interior estaba Juan Pablo II. Casi era similar a un cubo hermético.

La ciudad rebosó de júbilo esa tarde de lunes. Las casas vestidas de blanco y la mixtura, flores blancas y serpentina mostraron que la urbe se encontraba de fiesta, no esa donde impera la música y las bebidas, sino la fe. Sin embargo, había bandas musicales en las calles, tocaban música folklórica, pero se callaban cuando el Papa estaba próximo a ellas. Nada era importante en ese instante, toda la atención se centró en el hombre que trajo el mensaje de salvación.

Sus horas en La Paz fueron gratas y llenas de alegría. Pese a la altura, el Papa nacido en Polonia supo estar al nivel de las olas de la gente que lo esperó. Los tres mates de coca que tomó antes de salir del avión quizá lo ayudaron para aguantar la trajinada jornada que había iniciado en horas de la mañana en Montevideo, Uruguay.

En su estadía en Bolivia, el Papa tuvo reuniones de diversa índole, desde obreros, indígenas y campesinos, hasta representantes de la Iglesia en Bolivia, el cuerpo diplomático y el Presidente. Incluso, en vísperas del día del periodista (10 de mayo), Juan Pablo II se dio unos segundos, ya en la noche, para enviar un mensaje a los trabajadores de la prensa: “Os aliento a realizar siempre vuestras tareas informativas con un gran sentido de ética profesional y de constante atención a la inspiración moral que debe guiarlas”.

Fueron cinco días dedicadas a la fe y a la admiración de la gracia de Dios. Cinco días, según algunos analistas de la época, en que no importaron los millones de bolivianos que gastó el Gobierno, sino los millones de corazones y almas que encontraron regocijo y esperanza de mejores días para un país, que tres años antes estaba a punto de morirse.

/RHC/