
Por MARGARITA PALACIOS
Charazani (La Paz), 12 May.
(ANF) - “Estoy viniendo a pedir licencia para empezar esta ceremonia”.
Feliciano Patty, kallawaya de Niño Corin, traduce susurrando los rezos en
quechua a los “poderosos cerros”, al empezar la ceremonia dirigida por el
“yachajs” en la apacheta de Niño Corin, a una hora de Charazani.
Los
kallawayas celebraron el 2 de mayo pasado la fiesta de la “Cruz del Sur”, una
conmemoración con fecha movible entre abril y mayo, para rendir culto a la luna
llena “más poderosa del año”, afirma Patty, uno de los 16 “yachajs” –sabio, en
quechua- asistentes al ritual de la comunidad, quienes invitaron al evento
sagrado a los kallawayas de Charazani, Curva, Chari, Caalaya y Canlaya.
Todos ellos participaron del rito en la apacheta o
montículo artificial de piedras sagradas a manera de altar en honor a la madre
tierra del cerro de “Kalla Kalla”, lugar reconocido como Patrimonio Intangible
de la Humanidadpor la UNESCO.
Los kallawayas, quienes habitan al noroeste del
departamento de La Paz, entre los municipios de Curva y Charazani de la
provincia Bautista Saavedra, sintetizan el conocimiento
médico-farmacológico ancestral de la región, la medicina natural kallawaya, a
través del manejo de más de 600 variedades de plantas, y comparten creencias,
mitos y valores propios de la cosmología indígena.
Tras pedir perdón por sus pecados, los kallawayas
challan a la pachamama y a los cerros, toman un sorbo de “alcoholito” puro para
preparar su mente y conectarse con los espíritus. La mesa que ofrecen a
los dioses contiene hojas de coca, planta de algodón, claveles, lopal,
pan de oro, pan de plata hecho de trigo y nueces, elementos que son quemados,
mientras los “yachajs” se concentran en personificar o hacer
aparecer la visión del cerro en su mente.
“Se tiene
que visualizar al cerro Kalla Kalla y a la Pachamama Kalla
Kalla, la madre tierra del cerro”, explica Patty.
Los
comunarios afirman que el cerro Kalla Kalla se representa mentalmente
mediante una imagen interna, como un abuelo, en sus facciones y vestimenta.
Feliciano sonríe al afirmar que pudo verlo. “Con confianza le hablamos,
como si estuviera escuchando”, cuenta el Kallawaya. Según se dice, si el
abuelo del cerro tiene la cara alegre, significa un buen presagio, pero si está
enojado significa que no está recibiendo bien la mesa.
La comunidad
que acompaña en el rito se encuentra en silencio, esperando que la ceniza sea
de color blanco. “Cuando es negro no está recibiendo bien, hay que volver a
hacer el rito, darle yapita en la mesa, pero si es blanco la gente complace al
yachaj, se ponen alegres y hacen fiesta”, explica el kallawaya.
Al concluir el ritual el yachaj encargado del rito se
despide de los dioses .Una vez terminado, los kallawayas empiezan a
felicitarse entre ellos. Bombos, sikus y zampoñas marcan el ritmo de los
kantus, música esencialmente ceremonial, originaria de Charazani, señal que da
inicio a la fiesta.
Se debe
seguir paso a paso este procedimiento, de lo contrario el kallawaya corre
riesgos de traer desgracias a su familia o a la comunidad. “Yo he visto a un
viejito, José Carmen Quispe, en un ritual para la comunidad. De alguna manera
se equivocó y al día siguiente estaba mudo, no tenía voz. Era el principal
hombre y era el evento más importante de la comunidad. Entonces otros hermanos
“yachaj” hicieron otro rito para él, y recién recobró su voz”, cuenta Patty.
Antiguamente, utilizaban el cactus San Pedro, más conocido en la región como achuma o pojro, y también tomaban infusión de la flor del floripondio.
Hoy en día, el floripondio se utiliza para obtener mayor confianza en los rituales y entablar relación con el personaje del cerro. Sin embargo, se debe tener cuidado. “si tomas mucha cantidad es peligroso, una flor es demasiado, la cuarta parte de la flor apeenas, poco nomás hay que consumir para ver la imagen más clara en tu mente”, cerciora Patty.
Muy pocos
conocen el procedimiento del ritual con el cactus. “Ya no están preparando
porque se ha perdido la tradición. Los anteriores yachajs han muerto
manteniendo el secreto y se ha quedado en el olvido”, dice Patty cabizbajo.
Feliciano Patty continúa el linaje kallawaya de
su abuelo materno. “Se encuentra también a un sabio mediante señales divinas”,
afirma, mientras muestra un relieve en su oreja derecha. El hijo, Kanauki
Patty, de seis años, levanta su polera y orgullosamente muestra un lunar en el
corazón, lo que significa que Feliciano debe preparar a su hijo para que sea un
futuro kallawaya. Un sabio debe tener un maestro, “entre yachaj ven la
coca y deciden: “No es para mí, tal persona es para vos”. El maestro
asignado a Feliciano Patty es Constantino Guzmán, quien se encuentra en una comunidad
cercana.
Los músicos giran en círculo lentamente al son de la música, mientras que las mujeres desatan su atado para degustar de un aptapi, habas cocidas, carne asada, chuño, gran variedad de especies de papa, ají amarillo molido con trozos de colas verdes de cebolla, son alguno de los alimentos que se ofrecen sobre aguayos en el suelo del cerro, los mismo que son parte de sus cosechas.
/mp/sa//