
En Bolivia existe una realidad que lastimosamente se ha normalizado, 392 mil niños, niñas y adolescentes son trabajadores (ENNA, 2016). Este dato es bastante cuestionable, pues en contexto parecen ser otros los resultados. El grueso de esta población lo hace para ayudar a sustentar a sus familias. La historia de Ernesto revela la vida de un niño que a pesar de las adversidades sobresalió y se dirigió por un camino lleno de aprendizaje.
Ernesto es parte de una familia migrante del área rural, penúltimo de 12 hermanos, de los cuales ocho sobrevivieron. Su padre fue minero, quien después de la caída del precio de los minerales tuvo que buscar otras alternativas. Por necesidad este niño salió a las calles a trabajar y así poder continuar con sus estudios y ayudar económicamente a su familia. Cada miembro debía aportar de alguna forma a su hogar para subsistir.
Empezó a trabajar a los ocho años, regando tubos de cemento y anunciando en los minibuses. A los diez vendía bocadillos preparados por su madre, es a esta edad que le pasó algo terrible. Cuando se dirigía a cobrar a sus clientes, tuvo un accidente en bicicleta que lo inmovilizó casi un año. Sus padres hicieron todo para cubrir con los gastos, por lo que él sentía mucha culpa, pues era difícil conseguir dinero.
Este accidente no lo detuvo, renació con más fuerza y comenzó a lustrar zapatos. Solía levantarse a las seis de la mañana, desayunaba té con un pan, salía a trabajar a las siete por el mercado Chuquimia (Ciudad de Potosí). Cerca a las 11, con sus compañeros de trabajo tomaban un descanso y jugaban fútbol o en los futbolines que estaban cerca. Los niños lustrabotas crearon confianza y complicidad que no dudaban en unirse y defenderse de abusos que solían cometer las personas, por lo que siempre estaban alerta a cualquier problema. Llegaba el medio día, se dirigía a su casa para almorzar y se alistaba para ir a su escuela en el horario de la tarde. Es ahí donde vio la discriminación encarnada en profesores y compañeros por pertenecer a una familia migrante y ser un niño trabajador.
Una de las grandes anécdotas es el apodo por el que lo conocen “Huayñito” pues cerca de su trabajo vendían discos y la música sonaba todo el día. Se sabía las canciones y lustraba calzados cantando, y sus amigos lo bautizaron como tal, él recuerda con mucho cariño este episodio.
Hizo realidad el sueño de concluir una carrera y enorgullecer a sus padres, porque sentía que su familia era discriminada y deseaba romper con esos esquemas sociales. Para él, trabajar desde pequeño fue una oportunidad de la vida que lo llenó de aprendizaje, además de conocer muchos amigos.
Perteneció a CONNATSOP, una fundación que le dio capacitaciones sobre el manejo de recursos, empoderamiento de derechos y lo incentivó en los estudios. Ahora es coordinador de AJOENATS, que tiene como fin apoyar a esta población trabajadora. Gracias al apoyo de UNATSBO, pudo representar a este sector a nivel nacional e internacional.
Esta historia nos muestra un escenario que es parte de la realidad nacional llena de desigualdades en cuestión de accesibilidad. Se debe destacar el trabajo de organizaciones no gubernamentales que apoyan a poblaciones vulnerables. Lastimosamente no todas las historias tienen desenlaces positivos y esperanzadores, muchas veces el ritmo de la calle direcciona a otros caminos con crudos entornos, pocas oportunidades y los obliga a afrontar situaciones que no van acorde a su edad, convirtiéndolos en pequeños gigantes.
Evelyn Callapino es politóloga, docente universitaria y coordinadora de Mujer de Plata
Twitter: @EvelynCallapino