GONZALO MENDIETA
En un librito me topé con una macanuda caracterización, de boca de Víctor Paz. En los años 40, él decía que el MNR era la facción “un poco loca” del gabinete de Villarroel. El objetivo de esa facción era, según Paz, refrenar a las otras: “la medio loca” y “la desquiciada”. En esta última fija estaban los que ordenaron los fusilamientos de 1944. El fin trágico de Villarroel nos hizo olvidar esas historias del desvarío.
Esas frases de Paz Estenssoro no son de las que se cuentan para convertir cada expresión suya -hasta las burlescas, de maligno humor chapaco- en el Sumun de la política. No, Paz era también campechano, plástico y silvestre, sin complejos. En este caso cuando, al describir las facciones del gabinete de Villarroel, parece decir que el país no es para escribir un Elogio de la razón pura.
Por el contrario, Paz coincidía con el ácido epigramista francés, François de la Rouchefoucauld. Para éste, “hay ocasiones en las que para salir airoso hace falta estar un poco loco”. A lo mejor por eso el MNR salió airoso varias veces, cuando la racionalidad se asfixiaba por pedir auxilio y el lunatismo duro garantizaba la catástrofe.
Da pues para pensar esa gracia de Paz, su taxonomía de la locura, en tiempos en que Foucault era aún adolescente y la legión de snobs que lo citan no había colonizado el mundo. De ahí que me pregunto si es mejor no despreciar tanto al hombre común, que distingue sin esfuerzo a un chiflado, de uno en sus cabales.
En lugar de categorizaciones políticas por escuelas de pensamiento, por sus intereses, por su aprecio de las libertades, por si adoran a los pajaritos y abedules, o por si exigen traducir Heidegger al puquina o al arameo, habría que ordenar la política en grupos más elementales: cuerdos, fronterizos y chalados. De algún modo el electorado enfadado actuó así en los años 2000, favoreciendo a Evo sobre Felipe Quispe. Felipe es más letrado y profundo que el Presidente, pero su proceder y su verbo eran algo zafados, incluso para el indulgente promedio.
El otro día leí una entrevista al excanciller, en la que presagia una matanza si se impidiera candidatear ad nauseam al Presidente, pero omite profetizar qué ocurrirá si persiste en ese afán. Allí sospeché por qué la gente se inclina por líderes aunque sea malvados, pero casi sanitos. La imaginación será la loca de la casa y gran cosa en el arte, pero en política es preferible ser más terrenales.
Para quienes todo lo relativizan, la locura depende de cuál es la alucinación mayoritaria. El que no la comparte es, entonces, un perturbado. O también depende de los esquemas de poder, cuya genealogía desentrañan abstrusos libros de la izquierda francesa. Mientras -en el terráqueo reino de la experiencia-, en Estados Unidos llevan casi dos meses con un presidente tronado, y comienzan a sopesarlo.
Es que diferenciar a los desquiciados de los “un poco locos” es más fácil respecto al pasado, palpándolo, juzgando con esa ventaja. Mandar al ejército a El Alto en octubre de 2003 fue el cénit de la sinrazón, porque además vimos sus consecuencias. También al Vice le suena -ahora- a un despropósito que sus cumpas de CONALCAM porfiaran en el referendo que perdieron.
La oposición también debería someterse a un test como el que sugiere el esquema de Víctor Paz, para diferenciar a los orates de los sensatos. Urge catalogar a quienes hacen de su destino personal el leitmotiv del país; a los que viven airados como sus amiguitos, evadiendo otras causas de irritación como el racismo latente; y a la exdiputada Sandoval, que recluta niños a falta de adultos que sigan sus desequilibrios.
Si la oposición no lo hace, fomentará la eficacia maquiavélica de las explosivas y ominosas consignas de ese oxímoron que será el evismo-postevista. Ya las esbozó el viceministro Félix Cárdenas, que no es de los “un poco locos” del MAS: “Ésta es una revolución democrática cultural, pero también puede ser por la fuerza. Evo sólo es el principio, no es el objetivo. Cuando la gente dice ‘no al Evo’, está diciendo ‘no a los indios’.”
Por Gonzalo Mendieta Romero