
Mi amigo Mariano Baptista Gumucio llamó por teléfono para invitarme, y traer a mis cuates, a su presentación de un Museo de la Cochabambinidad, así lo llamo, en la Casona de Mayorazgo. Me flanquearon dos personajes, uno de los cuales presumía de haberlo tenido en su casa en Washington D.C., donde residía en tiempos que el Mago era embajador de Bolivia, detalle que anoto porque el sabio era más apegado a la Biblioteca del Congreso. Apenas degusta el vino de honor de ocasiones como la de la otra noche.
Soy un admirador de la profusa producción intelectual de mi amigo. En su presentación, el culto del que una vez comenté que es un “boliviano sin hado propicio”, aclaró que su especialidad es el siglo XIX. Habló de dos figuras históricas de la Llajta, Nataniel Aguirre y Mariano Melgarejo, quizá porque alguna documentación, fotos y cartas del paso por la historia de ellos adornaban el inicio del Museo, iniciativa merecedora de permanente apoyo.
Confieso tener una visión escéptica del devenir boliviano, una anti-historia de nuestra patria, que escribiré aunque sea con semillas humildes por aquí y por allá, tal vez porque percibo que la historia ensalza a los que no lo merecen, en desmedro de héroes con méritos reales. Dicen que no hay novia fea ni muerto malo, pero prefiero a Néstor Galindo en vez de a Mariano Melgarejo, prototipo de logros que deberían desmerecerse, no ensalzarse. El tirano fusiló al letrado poeta cochabambino luego de tomarle preso después de la batalla de La Cantería.
Tarateño de innegables botas audaces, Melgarejo fue también el que concertó la medianería de un paralelo imaginario, abriendo la puerta al despojo chileno del litoral marítimo que tanto lloramos. Andinocéntrico el país, en tiempos de la quebrada de cola a Chile con el Tratado de 1904, ya se había firmado el Tratado de Petrópolis, vendiendo el Acre como antes el Litoral, cosa que hoy los chilenos restriegan al negar la cesión de un pedacito de mar. El Acre no fue otra cosa que terminar de regalar el pedazote de selva que en 1868 Melgarejo traspasó, dicen que a cambio de un caballo y otro grado de General (el primero fue adulonería chilena). Quizá por ignorancia de la geografía amazónica, ni se insistió en un pedacito de ribera norte del río Madera, que daría acceso al gran Amazonas y al Océano Atlántico sin el obstáculo de las cachuelas.
Por eso fue como una uña raspando vidrio que Mariano Baptista Gumucio enalteciera a Cobija, capital de Pando. Su nombre es recordatorio de la vergüenza de nuestro puerto en el Pacífico. Era la barraca Bahía, que como todas entonces tenía techo de palmas secas y estaba llena de bolachas de goma, ambos materiales fáciles de prender fuego una vez que el mestizo camba Bruno Racua lanzara su saeta flamígera. Fue en la batalla de Bahía, en que los siringueros, residentes riberalteños de raíz cruceña la mayoría, equipados por Nicolás Suárez en la llamada Columna Porvenir, batieron a unos quizá despavoridos brasileños. Fue antes de que a punta de talón y batelón llegaran las tropas militares bolivianas de José Manuel Pando.
La capital del entonces Territorio de Colonias era Riberalta, centro además de la explotación de la siringa, esa que atizara separatismos acreanos dirigidos desde Manaos, siguiendo el modelo de Texas en beneficio de EE.UU y desmedro de México. Fue antes de que los ingleses escamotearan plantines de Hevea y los sembraran en plantaciones en su entonces colonia malaya; finalmente mató el negocio amazónico que un estadounidense inventara el caucho sintético. Después, dicen que fue la colusión de congresales paceños y cruceños, y la aquiescencia de Nicolás Suárez cuya Cachuela Esperanza ponía al Estado demasiado cerca de sus archivos, que se optó por un nuevo departamento con capital en Cobija.
El 3 de Febrero es el cumpleaños del mariscal Antonio José de Sucre, real padre de Bolivia, de quien el Libertador Bolívar escribiera que “usted está llamado a los más altos destinos, y yo preveo que usted es el rival de mi Gloria”. Sucre retornaba a su patria chica con el brazo liberador tullido en una asonada de ingratos botudos, que tal vez limitaron su defensa en la emboscada de Berruecos donde murió. Para mis adentros, pienso que ahí empezó la yeta boliviana, mala suerte que también atribuyo al ensalzamiento de anti-héroes.