AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ
Don Álvaro García Linera, su señora esposa y su agraciada hijita han recibido en los salones del palacio que ocupa la vicepresidencia del Estado Plurinacional a un grupo de periodistas para un desayuno navideño, la mesa, se ve en la foto, era no solo muy colorida, como la temporada lo sugiere, sino que muy bien surtida. Es difícil imaginar una escenificación más burguesa del poder. Y uno no debería dejar de ver, aunque sea con u poco de cinismo, el lado bueno de esta manera de ser y de actuar del segundo hombre del estado y de la revolución. No, Álvaro no es un revolucionario fanático, 24 horas sobre 24, de hecho se nota que su corazoncito late por las formas del “establishment”, y eso no es necesariamente malo. Si fuera distinto, vaya uno a saber dónde estaríamos hoy.
La amable escena armada esa mañana, tan primorosa, la magia de “la Navidad” fue rota por una sugerencia entre ingenua y socarrona, la de pedir al Vicepresidente, que mandase un mensaje en una lengua originaria. El Vicepresidente primero no supo que contestar, porque evidentemente no está en condiciones de decir una simple frase en uno de los 30 y tantos idiomas originarios y oficiales del país, y dio, siendo él quien es, considerando su trayectoria y el escándalo de su falsa situación académica.
La respuesta del Vicepresidente, su incapacidad de poder articular una simple frase en aymara o quechua, es una muestra más de la impostura que es la amalgama de este gobierno, dada además en un escenario que ni Buñuel hubiera imaginado mejor.
La falta de interés por aprender un idioma originario, del vicepresidente, muestra lo hueco que es el discurso llamado “descolonizador”, y de empoderamiento indígena que el MAS reivindica. Recuerdo en la primera entrevista que dio Álvaro como Vicepresidente electo, que su sueño había sido acompañar a un indio en su ascensión al poder. Haber vivido casi un cuarto de siglo con este tipo de visión, y no aprender los rudimentos de un idioma, a pesar de haber promovido una ley que obliga a todo funcionario público, a hablar un idioma originario, es más que sorprendente.
Esa mañana Don Álvaro ha puesto en evidencia dos enormes fallas de carácter, la primera, la capacidad ilimitada de decir una cosa por otra, la segunda, la incapacidad de aprender aún de los mayores bochornos. Todo lo acontecido respecto a la no existencia de su formación académica, pareciera ser que él no ha registrado en absoluto.
Ahora bien, más allá de la impostura gubernamental, el artículo 237 de la Constitución Política del Estado que exige a los funcionarios saber dos idiomas oficiales, es aparte de absurdo, antidemocrático, y debería ser denunciado ante la Convención Americana sobre derechos humanos de San José, esto porque hay una enorme cantidad de gente que simplemente no tiene la habilidad para aprender un segundo idioma, por lo demás es más fácil que los ricos, los que tuvieron una educación privilegiada, lo logren, antes que quienes provienen de estratos de menores posibilidades económicas. Vale la pena averiguar por ejemplo, cómo van los programas de aprendizaje de un idioma originario en los colegios particulares caros de La Paz, y cómo va en los colegios fiscales.
El desayuno navideño de su Excelencia ha puesto sobre el tapete, no solo el hecho de que a don Alvaro no le interesan las lenguas originarias, sino lo ridículo de un artículo de la Constitución, que parece loable a primera vista, o por lo menos inofensivo, pero que es en realidad pernicioso e injusto. Nadie debería ser obligado por ley a aprender otro idioma, uno debería hacerlo, porque le conviene, o porque le da la gana.
Agustin Echalar es operador de turismo