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Opinión

UN COCTELITO DE MAQUIAVELO Y LA COB

25 de Junio, 2016
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GONZALO MENDIETA

Voy a ensayar aquí un coctelito trepador entre Maquiavelo y los choques del Gobierno y la Central Obrera Boliviana (COB), que todavía son meros empujones de amigotes desencontrados por ENATEX. Nada aún que inspire broncas cinematográficas o mayor conmoción. Quién sabe Maquiavelo ayude a ver si hay algo más allá de estos altercados de camerino de fútbol.

Maquiavelo sostenía que el principio que lleva al poder suele ser el mismo que genera la caída. Entre otras cosas, agrego yo, porque el éxito político chupa el jugo de las naranjas que ha prodigado, agotándolas, hasta que llega el tiempo de los choclos o de la austera sultana, y los mercaderes de naranjas quedan desempleados (no relataré cómo llega el desempleo pues hay gente muy susceptible y, peor, poderosa).

Este imperecedero Gobierno (de cuya fatigosa jerga tomo recreo siquiera una vez por mes en esta columna) ostenta un pacto de reciprocidad con las corporaciones. Es uno de los principios maquiavelistas de su éxito. Las corporaciones son poderes que controlan la calle (sindicatos, gremialistas, etc.) o el Estado (Fuerzas Armadas, fiscales y empleómanos adictos al presupuesto nacional). El Gobierno se lleva bien con las corporaciones vitales, como los sindicatos y militares.

Ese pacto entre Gobierno y corporaciones tiene una parte cruda y una cocida. La cruda son los intereses toscos que cada quien defiende y asegura. La porción cocida es la ideología, el espíritu de los tiempos. Por ejemplo, muchas corporaciones comparten la Estadolatría -el lenguaje de estos años- de nuestros gobernantes porque creen que es suficiente para garantizar igualdad social, y también porque –ramplonamente- les conviene.

A modo de ejemplo, el sindicato de Huanuni es ideológicamente devoto de las empresas estatales. En los años 2000 ese sindicato solito le quebró el brazo al liberalismo, que no admitía minería del Estado (agotando su principio de que todo emprendimiento fuera privado). Al mismo tiempo, de los pingües salarios en Huanuni el Gobierno sólo habla cuando se cansa y muestra la cara cruda de su pacto. Los demás meses del año promociona el trozo más cocido de su alianza, cuyas partes son “patriotas y socialistas”, no pragmáticas y calculadoras. 

Y aquí calza otro precepto maquiavélico. El que clasifica a los Estados entre aquellos, tribales y divididos, en los que el poder se toma con facilidad y se retiene a duras penas; y ésos en los cuales el poder se adquiere apenas, pero se preserva tranquilamente, por la costumbre de someterse a un centro piramidal y duradero. Por didáctica, corro a clasificar a Bolivia entre los primeros. Incluso un Gobierno fuerte como éste ha debido armar una confederación de un sinfín de organizaciones y cacicazgos que lo sostenga.

Maquiavelo no era un nigromante ni un yatiri; sus reflexiones no vaticinan el curso de la política de modo infalible. Como sagaz mortal, Maquiavelo era un buen observador, no un fabricante de recetas de cocina. Así que nada certifica que siguiendo la sazón del florentino se encuentre -políticamente- el resultado gastronómico previsto.

No obstante, la pelotera COB-Gobierno de estos días puede leerse con ojos maquiavelistas. El pacto de convivencia actual depende excesivamente de los ingresos del país. El humor de la dirigencia cobista no se destempla por ENATEX, sino por las señales ominosas que transmite. Ni Huanuni ni otros centros del poder corporativo quieren asumir los costos de una futura etapa frugal, con un Estado más ocupado en cruzar el charco que en hacer amistades.

El agotamiento del principio de gobierno con las corporaciones suscitaría no ya simples problemas del Gobierno, sino del país. Lo que se logró distribuyendo canonjías no se hará igual repartiendo palos y, encima, contra la ideología reinante. ¿Los lances de estos días son un adelanto del porvenir?

No, nadie certifica la clarividencia de Maquiavelo. Porque hay un maquiavelismo de cafetín, para el que basta ser taimado y duro. Y hay otro, descreído de las recetas y temeroso de los giros de la fortuna.

Gonzalo Mendieta Romero





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