FRANCESCO ZARATTI
Que una de las causas del cáncer reside en las fallas de las mutaciones de las células, se sabe desde hace tiempo. Los factores hereditarios (genes defectuosos del ADN) y ambientales (altas dosis de radiación nuclear y solar; tabaquismo, gases tóxicos y otros agentes) tienen también una alta probabilidad de producir cáncer. Lo que no estaba claro era la importancia del factor aleatorio (“relacionado con los dados”) en la aparición de células cancerígenas, debido al ordinario proceso de “mitosis” o replicación de las células, mediante el cual se “copia” la información genética contenida en el núcleo. En efecto, al igual que al copiar un número de teléfono de una libreta a otra podemos alterar un dígito, del mismo modo se puede producir al azar un costoso error en el ADN.
La novedad de un reciente trabajo de C. Tomasetti y B. Vogelstein, publicado en la revista Science, reside en el cálculo del peso de los errores de replicación celular. Sorprendentemente, los autores han hallado que el 66% de las mutaciones que derivaron en tumores se debe al azar en el proceso de replicación, un riesgo que se incrementa con el número de divisiones de las células, independientemente de factores ambientales o hereditarios. Por tanto el azar es responsable de casi “siete de cada 10” tumores, por lo menos en el caso de tejidos cuyas células tienen una alta tasa de replicación, como son los tumores de mama, hígado, riñón o colon. El cáncer de pulmón y de esófago sigue dependiendo de factores ambientales y puede ser prevenido, pero para aquellos que surgen “al azar”, o que tienen origen hereditario, no hay “vida sana” que los prevenga, sólo pueden ser detectados y tratados a tiempo.
La anterior investigación genética me inspira dos reflexiones.
La primera es que vivimos en un mundo donde el azar juega un papel más importante de lo que imaginamos: en los estudios (“me tocó el tema que más había estudiado”); en los negocios (“me cayó” la Renta); en el amor (el encuentro inesperado e inexplicable con la pareja de toda la vida); en la investigación (¡cuántos descubrimientos – penicilina, rayos X, entre otros – se debieron al azar!) y hasta en la guerra (Napoleón confiaba más en la suerte de sus generales que en su destreza). El azar es en el fondo un factor que no controlamos y que nos hace sentir vulnerables y frágiles, como si nuestra vida pendiera del caso. Definitivamente no somos dueños de nuestra vida, en lo bueno y en lo malo que eso significa, y este pensamiento debería relativizar la arrogancia con la que tratamos a los demás.
La otra reflexión tiene que ver con la fe y la oración. Habiendo dedicado gran parte de mi vida a la ciencia, muchas veces me he cuestionado (y me han cuestionado amigos y colegas) sobre el sentido de la oración. En efecto, en un mundo determinista donde las cosas suceden sólo por una concatenación de causas naturales, ¿qué sentido tiene orar a Dios para que las cosas resulten de una cierta manera y no de otra?
Desde luego, la oración de petición no es la única ni la más noble forma de orar. De hecho, se ora para dar gracias, bendecir, adorar o pedir perdón; no obstante, hasta la oración de petición adquiere sentido en un mundo donde no tenemos control de todo, donde el azar puede determinar que un tumor aparezca o desaparezca. En el primer caso acusamos a la “mala suerte”, en el segundo gritamos “¡milagro!”. En ambas situaciones, un creyente debería ver el “dedo de Dios” que actúa misteriosamente dejando huellas invisibles de su paso mediante el azar.
Si así fuera, la célebre negación de Einstein se volvería una afirmación: “¡Dios sí juega con los dados!”. Y no sólo juega, sino que, a veces, incluso hace trampa.
Francesco Zaratti
Es físico y analista – Twitter: @fzaratti