
Este 21 de junio no será de grandes ceremonias en Tiahuanacu, no habrá rituales ni borrachera, y no da para rasgarse las vestiduras. Y es que aunque todos los mitos y sus ritos tienen un origen similar, fantasioso, a veces a partir de malos entendidos, otras de tergiversaciones de la (supuesta) historia verdadera, el festejar los 5528 años de la era aymara, y hacerlo en las ruinas que hoy llamamos Tiahuanacu, es un colmo, precisamente porque siendo una tradición “ancestral” tan joven, brilla en toda su impostura. Vale la pena recordar que ninguno de los edificios o monumentos importantes del antiguo complejo de templos está orientado a donde sale el Sol en los últimos 10 días de Junio.
Si añadimos que quien fue en los momentos más “gloriosos” de los festejos del año nuevo Aymara, el “sumo sacerdote” resultó siendo un narcotraficante, y el “jefe espiritual de todos los indígenas del mundo mundial”, un tramposo, estamos servidos con la degradación simbólica del evento.
No, los festejos instaurados con feriado incluido en la era masista, no parecen tener la solvencia suficiente, aunque no está dicha la última palabra respecto a su sobrevivencia o su desaparición. Eso porque a pesar de que somos un Estado Laico, por el que algunos se rasgan las vestiduras cada vez que hay algún gesto religioso de parte de autoridades gubernamentales, en realidad la mayoría de las personas necesita algo de fe, y si esta no llega, recurren por lo menos a algo de religión o aunque sea a rituales.
Los festejos de Junio siempre me han parecido un poco absurdos, esto por temas netamente técnicos, de fecha, mejor dicho de temporada, y es que aunque ando en mangas de camisa muy a menudo, soy un tanto friolento. Hacer fogatas en la noche del 23 de Junio, y pasársela en la intemperie cuando supuestamente es la noche más fría del año es una demostración de tontera colectiva. Lo lógico en esta época del año, es quedarse en casa, hacer picnic a la potosína, vale decir, comer algo en cama, o en el rincón más caliente del hogar. Eso de pasar la noche al aire libre, se da mejor en un clima cálido, en el verano.
Si hay algo que supera eso de pasar la noche delante de una fogata, es ir a pararse delante de un cerro, o lo que sea, en la madrugada, ojo,la hora más fría del día, para recibir los primeros rayos del Sol, peor si se lo hace en Tiahuanacu, porque para eso realmente uno ha tenido que o incomodarse enormemente la noche anterior, o salir a las 3 de la mañana de La Paz.
Lo más absurdo es que posiblemente quienes construyeron los edificios cuyas ruinas son hoy escenario de ese ritual, jamás adoraron al sol, y si lo hicieron no fue en un día equivalente al 21 de junio, y por supuesto que eso no sucedía ni hace 5000, o 4000, o 3000 años.
La cuarentena está haciendo que se deje de lado por un año esa celebración, que es parte decorativa de un proyecto político, dicho sea de paso, tal como lo fueron seguramente las procesiones en tiempos virreinales, o las fiestas del Sol en tiempos de los conquistadores cusqueños.
Nos podemos alegrar de que así sea, porque aglomeraciones como la de Tiahuanacu o la Cumbre podrían ser fatales por el virus que anda suelto. Y el fin de semana largo y encapsulado puede servir una vez más meditar sobre las cosas grandes y las pequeñas de la vida, entre las que están las elecciones que toca llevar a cabo tarde o temprano, y la frustrante posibilidad de que volvamos a donde estábamos, solo que peor.
Agustín Echalar es operador de turismo