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Opinión

“SOLO UN RAMITO DE DERECHOS”

18 de Marzo, 2014
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MIREYA SÁNCHEZ ECHEVARRÍA

Hace días atrás circulaban por las redes sociales felicitaciones por el “Día de la mujer”, la mayoría de ellas acompañadas del consabido ramito de flores ensalzando nuestras estereotipadas virtudes. Lindezas que despertaron en mí un deseo inmenso de mandar al garete y públicamente cada una de tan bien intencionadas manifestaciones, pero controlado por el temor de ofender al o la remitente. En esos lances me encontré con un notición: El gobierno mexicano otorgaba por primera vez el premio “Elvia Carrillo Puerto” a la reconocida feminista Marcela Lagarde de los Ríos, por su destacada labor en el estudio, la defensa, la protección y el ejercicio de los derechos de las mujeres y la igualdad de género, y ella en su discurso de agradecimiento pedía a ese gobierno y a la sociedad “solo un ramito de derechos, para hacer posible la vida de las mujeres”.

Y claro, Marcela Lagarde daba en el clavo, al pedir “ese”, y no otro ramito, el que todas las mujeres de aquí a la cochinchina debiéramos exigir recibir. Ese ramito de derechos humanos que incluye: el derecho a la vida en primera persona, sin tener que trascender por nadie y por nada; el derecho a una vida libre de miedo, de violencia, que pasa por el derecho a ser lo que una quiere ser; a la participación política y la toma de decisiones en condiciones de  igualdad. Un ramito de derechos que haga posible construir una cultura libre de la discriminación de género, del sexismo, del racismo, que permita a las mujeres el acceso a la educación; al trabajo digno, al salario justo, a la jornada justa, a la independencia y la autonomía, al fin de la doble jornada, a la ampliación de lo público en el soporte de los cuidados, que permita también el acceso a la salud de calidad, y a los derechos sexuales y reproductivos sin restricción, al amor libre; a ejercer la libertad de pensamiento, de afiliación política, de participación, de comunicación, de tránsito y de acceso al sufragio, que incluye el derecho a ser votada, a representar los intereses públicos, colectivos y comunitarios, y a gobernar en igualdad y paridad.

¡Un ramito de derechos para cambiar sustancialmente la vida de las mujeres, los hombres y las instituciones! Lagarde sueña con un país −que es el sueño de muchas, de todas− en el que se luche por erradicar la violencia, la pobreza, la mortalidad materna, el embarazo adolescente, el contagio del VIH, la extensión del papiloma entre las adolescentes y las jóvenes. Un país en que las instituciones de justicia hagan justicia a tiempo, sin dilación, sin equivocaciones, sin omisión, sin negligencia, sin corrupción, y en que las instituciones en general sean efectivas, transparentes, honorables y confiables que superen la ilegalidad y hagan prevalecer el Estado de derecho. Un país así –continúa Marcela− el soñado, es aquel que cumple sus compromisos internacionales, que es solidario y capaz de sentir empatía y movilizarse por la vida de las mujeres, y que tiene como principio la valoración y el respeto por la diversidad, que significa el reconocimiento y respeto en su dignidad y derechos en igualdad y en libertad de todas las mujeres: indígenas, ancianas, niñas, lesbianas, bisexuales, transexuales, transgénero, enfermas, con discapacidades, y de sus familias, para que podamos vivir investidas de derechos, en convivencia democrática, con bienestar social y donde se pueda desplegar una cultura de paz.

Por todas estas razones que tan bien las manifiesta en su discurso, que ya más de agradecimiento al merecido premio, es un reclamo agudo, incisivo y contundente a todos los gobiernos latinoamericanos, pensamos y pedimos como Marcela, que no solo los Días de la Mujer, sino todos los días, las mujeres podamos recibir y tomar esos ramitos… aquellos que Marcela tanto anhela.

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