Ir al contenido principal
 

Opinión

Silencio, somos humo para adoquines en el cielo

24 de Diciembre, 2016
Compartir en:
GONZALO MENDIETA
Dónde habré leído esa frase sencilla que dice que somos apenas sombras, sombras fugaces. La mezclo con Benjo Cruz, el guitarrista muerto en Teoponte, que declamaba en sus conciertos: “Voy a cantar una copla por si acaso muera yo, porque los hombres hoy somos, mañana no.”

Para seguir con el juego, uno de los míos de antaño que quedan vivos, mi viejo, tenía un disco de Benjo Cruz. Es que su generación fue conmovida por la muerte precoz de sus coetáneos. Cruz hizo también huella en gente sin inclinación de izquierda pero con ternura, como mi madre. Ella partió, por su decisión, a mundos con mejores adoquines que éste, donde estará también Benjo. La recuerdo jovencita, contando cómo marcó la muerte de ese cantor a los que lo vieron una o dos veces, en un pequeño teatro o en una guitarreada, tensando sus cuerdas.

Como todo tiene que ver con todo -o eso dicen holistas y místicos-, entretejo esas memorias con la idolatría de uno de mis abuelos por el poeta persa, desencantado y ebrio, Omar Khayyam. Su afición al vino y el que mi abuelo insistiera en aquél, me han legado el placer vinero, ese puente sosegado a mundos dionisíacos.

Khayyam le da vueltas a una idea que ronda esta columna: \"Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, esfuérzate por ser feliz hoy. Coge un cántaro de vino, siéntate a la luz de la luna y bebe pensando en que mañana quizá la luna te busque en vano\".

Ese mi gusto heredado -y superficial- por Khayyam resuena también al abuelo repitiendo que, para el poeta, “el enemigo” era la estrella Sirio. Ésta se ve súperpotente en las noches, Wikipedia dixit. Era “el enemigo” porque -historias del abuelo o del poeta, no sé- algún momento chocaría con la Tierra. Mitos que el futuro recreará, cuando todos seamos menos que humo.

De esas ideas sueltas, en un guiño a quienes minimizan las fronteras entre religiones y culturas, la Carta de Santiago contiene la misma obsesión, colectiva y milenaria: “ustedes no saben lo que será el mañana. ¿Estarán con vida todavía? Pues no son más que humo que se ve por unos instantes y luego se disipa.”

Mis muertos han nutrido esa sensación que hasta hace poco no supe que era bíblica. Ponderar el humo que somos hace que nuestras disputas cobren un sentido risible. De ahí que prefiero ver la luna cuando me acuerdo del abuelo y su poeta embriagado. O cuando, despreocupado, elijo escuchar, como ahorita: “Who knows where the road will lead us/ only a fool would say”, con la misma incertidumbre humana, en la voz áspera de Dylan (que motivos le ha dado a Jorge Patiño para divertirse a costa de los que, ingenuos, juramos que es un poeta para el Nobel). Ese verso no es de Dylan ni es especialmente bello pero le incumbe a este mi compendio sobre el humo.

Todo eso vino a mí al leer la novela Silencio, del japonés Endó Shúsaku, que Martin Scorsese popularizará como película estos días. Tres cristianos japoneses atados a estacas en la playa para que la marea los atormente y mate, como hizo. Y la duda de un jesuita portugués, que se pregunta por qué Dios permanece en silencio como la mar que mata. Mas no por esa duda uno de los nipones mártires deja de susurrar, mientras sucumbe: “Vamos marchando/vamos marchando/vamos marchando al templo del paraíso/al gran templo.”

En ese paraíso tal vez se encuentre también Mezo Bigarrena, un cantor vasco inicuamente ignorado, a quien Sabina dedicó una canción. Llevaba una cicatriz en el pómulo y murió en Palermo, Buenos Aires, ahorcado por suicida y depresivo. Pero canta todavía en YouTube su tema Adoquines en tu cielo.

Y yo me entiendo con los muertos que no me rehúsan nada de lo que se salva aquí: el calor de esos que ya no están, el templo, Santiago, Sirio, Benjo y Mezo. Todos pasarán esta Navidad conmigo, junto a los humitos no disipados que nos acompañan y hacen felices. Los otros seguramente estarán en una republicana calle de adoquines en su cielo, nostálgicos de cuando todo era hablarnos y querernos, como ahora, aunque sea sólo en silencio. Gracias a ellos ya no temeremos (tanto) la amenaza de Sirio.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado.

Etiquetas