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Opinión

PRISIONEROS DEL MELODRAMA, COMO EL CAPITÁN AMÉRICA

5 de Marzo, 2016
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GONZALO MENDIETA

El melodrama está muy a gusto instalado en nuestra política. Nada se concibe -por ejemplo en el Gobierno- sin pensar en una audiencia impresionable o en la forzada presencia de ánimo del galán de la novela, sea el Presidente u otro el intérprete de turno. Todos van pendientes del golpe emotivo, de la sinuosidad de la trama y del inminente desenlace de cada capítulo, al final inocuo. El melodrama devora a la política, como Percy Fernández da fin a una marraqueta.
La política de estos años es una adaptación del añejo teatro popular, del estilo Raúl Salmón, pero ahora con un guionista re-chacra. Los últimos episodios de nuestra vida pública se inscriben fielmente en ese género, no son una anomalía. Calzan en el espíritu de la época, en el que andamos apasionados, oh cuánta emoción.

Ofrezco un personaje ideal para ilustrarlo. En general, los opositores tampoco destacan por su ingenio, retórica o imágenes -y por eso aportan al melodrama-, pero el otro día Tuto Quiroga bautizó, certera y satíricamente, Capitán América al ministro de la Presidencia, alias “JR” (no se inquieten, no seguiré los pasos de Valverde; para la RAE alias significa apodo nomás).

Esa punzada tutista a JR me destapó más significados que la gracia de llamarlo Capitán América, aunque por la risa me perdí un poco (imaginé que para afirmar su papel de superhéroe antigringo, a JR le falta el bucito con rayas verticales a la altura de la barriga, capucha y escudito estrellado. El azul y las franjas rojiblancas se remplazarían por un color amarillo que desearía ser patriótico, como el de la bella casaca del Regimiento Sucre de línea, 2º de Infantería. Si recuerdan, es la versión “amarilla” de los Colorados de Bolivia, y discúlpenme esta metafísica popular).

Incluso si rehúsa definitivamente a ajustarse el disfraz del Capitán América, JR cumple la primera regla del melodrama: es un personaje simple. A donde va, JR carga un pesado cartel y una ciclópea banderola. En ambos solo se lee: “soy un halcón, archienemigo del imperio”. En JR no brotan en público otras inclinaciones del alma: la pena, la meditación, la franqueza.

Es que aunque alardee de ideas de avanzada, el melodrama político descansa en estereotipos. Por eso la nacionalización de los hidrocarburos de 2006 recurrió a soldados, antes que a estrategas del largo plazo de esa industria. El melodrama no se atreve sin parafernalia; prefiere los adornos -warawas, dicen en quechua- a cualquier sustancia de fondo. Así llegamos al oxímoron de que el Gobierno combatió al agroempresariado cruceño en la Constituyente, para después pactar con aquél bajo la mesa. La razón política indica que es más defendible un pacto abierto que uno espurio; el melodrama, no.

Evo también viste chalecos de este tejido. Aunque estas semanas deambula como todo un mortal en líos, insiste en el gesto indómito o heroico, alternándolo –cuando el héroe simplemente no da- con el del hombre sencillo, inocente y hermoso, al que la bajeza (encarnada en el villano prefabricado del día) hostiga. Evo transformado en un pastiche de personajes semimíticos, como Genoveva Ríos custodiando la bandera. El show contra una cultura mínima de razones y matices.
“Después de haber visto un melodrama el público no recuerda  cómo  terminó, pero vive intensamente las emociones, tiene un sentido catártico momentáneo.” Esta frase de la web me ahorra explicaciones. Es el sentido de esta política; las simplificaciones abundan en la democracia moderna pero entre nosotros hoy no hay lugar más que a simplificaciones. La pose se morfa a la política y ésta pierde su función elemental. 

Por el melodrama, el Gobierno se contorsiona para que las petroleras reciban incentivos para invertir, sin quebrar el espectáculo nacionalizador. Por el melodrama, medio gabinete se dedica no a la “revolución” sino a menesteres de recámara. Por el melodrama, al líder le queda cumplir, obediente y tedioso, su papel. Y el precio de la actuación es el del poder para nada que construya. Y ahí estamos, en la nada. Gracias.



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