
Un aspecto que se presta a la sardonia en la vida política de este peculiar país, es contrastar el discurso de gobernantes con indicadores de instituciones encargadas de auscultar con un estetoscopio a las naciones. Por ejemplo, respecto a la corrupción y la pobreza. Revisé algunos datos para probar mi aserto, no sea que se corrobore la imagen de ser patológico en mis apreciaciones, obsesivo que soy en mi pesimismo. La sardonia que me distingue se representa con una máscara que en una cara es triste y en otra risueña; en la acepción patóloga, descompongo la palabra y me quedo con que signifique palmípedo loco y torpe, pero con razón. Tal vez por eso me gusta el Pato Lucas.
Semejante derrame cerebral no es lo mismo que la apoplejía que para acallarme algún “yatiri” oficialista pudiera sahumar por ahí. Fue un desborde de ideas propiciado por el artículo de un destacado intelectual, tal vez cansado del tufillo de corrupción que hiede al país en general, y al actual régimen de gobierno en particular. Censuraba la calificación de corrupto que endilga Transparencia Internacional (TI) a Bolivia, porque el índice de corrupción de TI se basa en percepciones; para peor, de empresarios y analistas.
Primero, las ciencias sociales intentan salir del atolladero de la subjetividad mediante técnicas de investigación -entre ellos, el método de las encuestas basadas en percepciones- en la medida de que la vivencia de las personas es limitada. Se han escrito ensayos y libros ponderando unas técnicas sobre otras, pero algo para sopesar es el sesgo, sea subjetivo, propagandístico o ideológico, entre otros. Al final, son aproximaciones que miden tendencias. Si hasta las estadísticas mienten, ¿por qué no las encuestas?
Segundo, si para dicho analista los empresarios son sospechosos, ¿cambiaría la percepción sobre la corrupción en Bolivia si incluyesen la opinión de quince mil reportados con conexión fulera de cable en La Paz? Si los medios de comunicación privados sesgan las noticias, ¿son más confiables la red radial Patria Nueva y el canal de televisión estatal, deformados a ultranza a posiciones oficialistas? Si analistas tienen tachas en cuanto a formación, ¿disminuiría la percepción de la corrupción una muestra del cuarto de millón que legalizarán su contrabando de autos usados con una amnistía más del MAS?
Mal de muchos, consuelo de tontos es citar la corrupción en México y Brasil para desodorizar la podredumbre en Bolivia. Quizá más ilustrativo sería una relación entre la corrupción y la pobreza. Digamos, entre Finlandia y Bolivia, ambos cuarteados por diversidad de idiomas. El primero punteando como país rico y probo; el segundo, corrupto hasta la médula. Imperfecto indicador que pueda ser, la pobreza medida por el producto interno bruto per cápita ubica a Bolivia como el más pobre de Sudamérica, y gracias a Dios que en el hemisferio está Haití para arrebatarnos el primer lugar. Si la desigualdad campea en nuestra parte del mundo, ¿acaso el coeficiente Gini no sitúa al país como puntero en ese indicador de diferencias odiosas de la población de las naciones sudamericanas?
Pero Bolivia tiene territorio que lo hace el “microcosmos del universo”, como decía D’Orbigny; posee riquezas que lo tildan de mendigo sentado en trono de oro. Entonces, ¿qué es lo que impone tales contrasentidos? Con el derecho a la libertad de expresión que me asiste y algo de lecturas que me ayudan, postulo que el meollo del problema yace en los gobernantes que nos merecemos. La gente persiste en auto-engaños ignorantes, quizá influidos por el discurso y la propaganda del gobierno. ¿Acaso Evo Morales no prometió hacer de Bolivia una Suiza en veinte años? ¿No habló Álvaro García Linera de que nuestro país estaba en el umbral de ser potencia mundial?
No hay duda que Bolivia está en los primeros lugares del mundo en un sinfín de indicadores, pero para bochorno de ese grandilocuente representante boliviano en cónclaves de impostores o ingenuos -el Vicepresidente- solo si se lee la lista de atrás para adelante. Ejemplo de mal gobierno es su reciente rogativa para lograr inversiones, luego de la sequía lograda con la llamada nacionalización de hidrocarburos. El trasfondo es la emulación de Hugo Chávez por Evo Morales, que a la luz de los ingresos petroleros del venezolano, es como un changador imitando a un ricachón fumando el pucho de un habano encontrado en la basura. Se ahuyentaron las inversiones al extremo de que el brazo de inversión privada del Banco Mundial, sitúa a Bolivia en el lugar 149 entre 183 países, detrás de la africana Sierra Leona, ningún ejemplo de prosperidad, y Siria, una feroz dictadura. O el desacierto de emitir un gasolinazo y después recular, no sin antes desencadenar la inflación, que hace más pobres a los más pobres, que en Bolivia son 3.7 millones.
Finalizo con el comentario que algún conocido escucha quizá en desacuerdo cada vez que lo digo. ¡Mierda que los anteriores mandamases pusieron la mesa y tendieron la cama de mal gobernar esta infortunada patria, para que Evo Morales y su claque se sirvan el banquete y luego duerman la digestión a pierna suelta! El cambio existe, pero parece relevo de rateros en lo que a corrupción respecta. Después, el “ch’aqui”, el “guayabo”, el “hangover”, o como se quiera llamar a la resaca de la desilusión sobre uno que tuvo la oportunidad histórica de cambiar el país para bien de la gente. Y otra década perdida.
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