ROLANDO TELLERIA A.
Estimulados por varios factores, el sentimiento antimasista es cada vez más fuerte en las calles de las ciudades. Como había señalado en una anterior columna, tanto el presidente como el vicepresidente, ya no son dignos de asistir a actos oficiales, como inauguraciones, entregas de obras y peor en aniversarios cívicos, sin la presencia de rigurosos cordones policiales de seguridad y barras afines trasladadas desde zonas rurales y oficinas de reparticiones públicas; pues se expondrían a ese profundo repudio, expresado inclusive con exabruptos, como el escupitajo de días pasados.
Estos síntomas dan cuenta de que el régimen masista ha perdido al electorado medio citadino. Ese electorado que le dio abultados y cómodos triunfos el 2005, 2009 y 2014. Solo con su voto duro, sin apoyo de éste electorado citadino, las posibilidades de repetir esos triunfos merman considerablemente, pues el otro tercio del electorado es recalcitrantemente antievista.
Ahora bien, es importante preguntarse qué ha sucedido con el electorado citadino, para que se produzca esta significativa regresión. Intentaremos, en las líneas que siguen, esbozar algunas explicaciones.
Partiremos señalando que, en este negativo proceso, confluyen varios factores que provienen más de adentro que desde la periferia. Desde el propio “masismo” se están infligiendo una cantidad considerable de autogoles.
Las arengas del vicepresidente, por si no han tomado consciencia, alimentan e inflaman ese sentimiento antievista y antimasista. Su discurso, soberbio, confrontador y racista que destila odios viscerales, está expandiendo esos sentimientos. Stalin en lugar de Evo, ya hubiera instruido su fusilamiento pues, en términos de resultados, su conducta se asemejaría más bien a la de un traidor.
Nutren también este proceso, la enorme cantidad de jueces y fiscales que, con sus aberrantes fallos y conductas, han llevado a la justicia a los recovecos más fétidos inimaginables. Inocentes purgando culpas; delincuentes impunes; ciudadanos presos por denunciar ilícitos; opositores juzgados con mano dura, mientras que oficialistas soslayando condenas; extorsión a diestra y siniestra, y; fallos concertados cínicamente. Sin exagerar, parece que la justicia, habría descendido al mismo infierno. El impacto en el objetivo de reproducción del poder es, en sumo grado, nocivo. Stalin, en lugar de Evo, ya habría confinado a estos jueces y fiscales a la “Siberia” por traición al “proceso de cambio”.
Se suman a esta lista, los dirigentes de los llamados “movimientos sociales”. Sobre todo esos dirigentes que provienen de las zonas productoras del principal insumo para el narcotráfico en Bolivia, quienes arrogándose la propiedad, no solo del país, sino la del Estado, profieren un sin número de insultos y amenazas. El masismo no ha percibido que, en la dinámica de demostración de fuerzas, al convocar a los movimientos sociales a concentraciones, marchas de apoyo y de protesta, está agudizando más bien ese profundo rechazo de los sectores urbanos, al margen de alimentar, no sabemos si intencionalmente, el clivaje campo y ciudad.
A todo esto se suma, el no respeto a los resultados de la consulta popular del 21F y la habilitación de facto del caudillo, con un fallo, a todas luces, inconstitucional. Esa factura, el electorado se la cobrara en las elecciones del 2019. Ni el segundo aguinaldo, ni el Seguro Universal de Salud, podrán rectificar esa tendencia.
Esta regresión política y electoral, expresa que la elite masista agoto sus capacidades hegemónicas. El discurso, además de violento y provocador, ya no tiene ninguna capacidad de seducción, sobre todo, porque carece de credibilidad. La mentira, la megacorrupción y los desvergonzados abusos de poder, dilapidaron su gran capital político.
A un año de las elecciones generales, el panorama para el partido de gobierno es sombrío. Es imposible que reediten la mayoría absoluta, más lejos todavía la mayoría calificada. Lo más probable, sin el voto del electorado medio, es la segunda vuelta. Con resultados y sorpresas, ciertamente, imprevisibles.
Rolando Telleria es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.