
La semana pasada el congreso de Chile ha aprobado la ley que permite a personas nacidas con el mismo sexo, a casarse entre ellas, este hecho jurídico tiene una serie de connotaciones y detalles que merecen ser mencionados. En primer lugar, vale recordar que hace poco menos de veinte años, no existía en ese país ni siquiera el divorcio, y que mientras en países como Alemania se discutía la pertinencia del matrimonio entre personas del mismo sexo, en Chile se discutía sobre el divorcio. (Dicho sea de paso, en ambos casos, las fracciones conservadoras, se referían a estas modificaciones en la ley, como atentatorias a la familia).
Otro interesante aspecto de este paso es que este tiene lugar bajo el gobierno de Sebastián Piñera, a quien sus oponentes de izquierda le colgaban la etiqueta de pertenecer al Opus Dei, la esquina más homofóbica de la Iglesia Católica.
Lo cierto es que el que se sancione una ley que permite el matrimonio entre personas del mismo sexo, es una valiosa normalización de la homosexualidad, incluido el tufillo conservador que esta normalización conlleva. No se debe olvidar que la fidelidad es parte inherente de ese contrato social entre las parejas y el estado.
Lo importante sin embargo, es que para las personas que quieren vivir una vida de pareja y que quieren construir una familia, y que son del mismo sexo, esta ley lo permite, y de seguro da estabilidad y un tipo de protección que antes les estaba negada.
Si pensamos que Chile está ahora viviendo un durísimo momento de enfrentamiento entre facciones políticas, algunos podrían ver esta ley como intrascendente. No lo es, y es que en realidad trata de uno de los aspectos más importantes de la vida de los ciudadanos, y significa una revolución cultural de enormes dimensiones. Una revolución que se está dando a nivel mundial, y aquí en el barrio ya está teniendo importantes ecos, Argentina, Brasil, Colombia, Uruguay, Ecuador y las Malvinas, se han adelantado a Chile.
La lucha por la libertad sexual cuestiona profundamente al cristianismo, y este solo podrá sobrevivir si logra “aggiornarse” y modificar su canon de valores de una manera profunda. No se diga que no podrá hacerlo. De hecho no debe olvidarse que la revolución de la libertad sexual se ha dado precisamente en la parte cristiana del mundo.
En casa estamos con problemas inmediatos casi tan grandes como los chilenos, con la insistencia de parte del gobierno de vengarse de quienes osaron cuestionar su poder eterno. Y podríamos también decir, que este tema no nos atañe en este momento, que hay cosas más importantes. Seguro que hay cosas más urgentes, pero disminuir la importancia de una condición primordial para el ejercicio de la libertad, es simple miopía política.
Fue la constitución del año 9 la que puso un candado innecesario al matrimonio entre personas del mismo sexo, curiosamente la anterior, tal vez por simple desidia, si lo permitía, puesto que entendía al matrimonio como un contrato entre dos personas ante el Estado, sin especificar, como lo hace la nueva, que debían ser hombre y mujer.
Aunque hace algo más de un año, tuvo lugar la primera unión civil de dos hombres reconocida por el Estado, este no ha permitido que otras parejas que se han presentado ante el registro civil, puedan concretar sus deseos, todo en base a burdas chicanas burocráticas.
Es por eso que la noticia que nos viene del Mapocho es muy buena, quien sabe si muy pronto, muchas parejas homosexuales bolivianas se irán a casar a Arica. Claro que lo ideal sería que eso no fuera necesario. Para empezar, las autoridades responsables de inscribir las uniones civiles deben dejarse de tonteras.
Agustín Echalar es operador de turismo