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Opinión

#MarParaBolivia: gritar menos

1 de Abril, 2017
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GONZALO MENDIETA
Una opción estos días era pretender ser el Avaroa del siglo XXI, como el ministro de Defensa y poeta del sí (recomiendo ese monosilábico poema, obra de la antología de la patafísica, no es broma), y mentar la abuela a los chilenos. Y nobleza obliga: al leer sobre todo una declaración destemplada chilena y percibir la prepotencia, estuve a un tris de supurar pus y hacer comparsa con el ministro lírico. Luego pensé que una influencia intelectual superior al ministro, sin ánimo de ofender, es Cicerón. Para él, son los segundos pensamientos los mejores.

Conducirse con epítetos es una alternativa sencilla. En vez de dar la vida como el héroe nacional en 1879, al elegir la altisonancia ahora se está libre del riesgo de defender el puente del Topáter o de enfrentar a un riflero chileno con uniforme de moda prusiana del siglo XIX o con casaca azul napoleónica y poca paciencia para los circunloquios, al borde de disparar. Además, arrojar frases como cohetes alivia, pero es dudoso que sirva a un propósito nacional. Empero, quizá el ministro se dirigía en ese tono a una parte -la más dura- de su audiencia militar o política, con la que brega en largos y tediosos días. O a lo mejor aspiraba a la gloria; para la patafísica, todo puede ser.

Mientras, colegas del ministro y el agente Rodríguez Veltzé, más instruidos en las sofisticaciones de la demanda nacional en La Haya, prefirieron limitarse a declarar en defensa de los connacionales presos en Chile. Lo hicieron sin igualarle el tonillo agudo al canciller chileno, hombre de cuya simpatía y aptitudes para el cargo han de estar muy persuadidos en su casa, y entre sus protegidos.

Si la demanda de negociar una salida soberana en La Haya es una estrategia, flaco favor se hace jugando con Chile al trueque de agravios in crescendo, publicitando urbi et orbi que voluntad de negociar es precisamente lo que falta. Los jueces de La Haya son señores y señoras de currículo frondoso, toga y peluca, pero lo que los anima no es la generosidad. Anhelan quedar como quienes, a nombre de los más preclaros valores de la humanidad, evitan -con sus fallos- escabrosos conflictos a los países, no como los que los originan.

Cuando esos jueces sospechen que una sentencia favorable a Bolivia sería capaz de incendiar los ánimos ya caldeados, la argumentación jurídica y política se relegará a un discreto segundo plano. Ya Insulza admitió varias veces la simpatía que la causa boliviana concita en distintos escenarios, como para socavar esa ligera ventaja en el plan de quién pega más patadas.

Todo esto da para reflexionar si en verdad el Gobierno o, más grave, el país creen en la estrategia en La Haya. Después de la negociación de Charaña, Luis Jerez, un diplomático socialista de viejo cuño, no un pinochetista rudo, formuló una observación a propósito de la propuesta de canje territorial que acabó con la tentativa de Banzer y Pinochet. Jerez sostenía que en la negociación marítima se ignoraba “con ligereza el peso gravitante del elemento cultural (…) El mar no es más importante (para Bolivia) que la reivindicación histórica.” Es una cuestión que no hemos abordado en serio: queremos mar o solo deseamos devolver el golpe injusto de 1879 de alguna forma.

El tiempo de los empellones pasará, como pasó en 13 años entre la tórrida ruptura de relaciones por la desviación del río Lauca en 1962, y las negociaciones de 1975. El país ha de concentrarse por eso en preparar e inducir la negociación que nos acerque al Pacífico, en definir cómo lidiar con Chile y también con Perú.

Mientras, preocupan menos las ofensas que la política invisible. Por ejemplo, la diplomacia que en Chile y Perú nos considera unos intrusos en el norte de Arica. La misma diplomacia retrógrada que en el Tratado de 1929 decretó el orden de encierro para Bolivia. Hay quienes buscan reconstruir ese consenso chileno-peruano. La retórica alterada quién sabe sirva en un examen de testosterona, pero no previene esas amenazas silentes en manos de quienes sí conocen y practican su oficio.

Gonzalo Mendieta Romero

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