ROLANDO TELLERIA A.
Desde que Juan Guaido se proclamó, invocando la Constitución, en su calidad de presidente de la Asamblea Nacional, como encargado de la presidencia de la República Bolivariana de Venezuela, para encabezar un gobierno de transición, con el exclusivo mandato de convocar a elecciones libres; Venezuela cuenta, de facto, con dos presidentes. De manera inesperada se abre, entonces, una intensa lucha de poderes con dos presidentes enfrentados.
Maduro, a su vez, que asumió su segundo mandato, el pasado 10 de enero, como resultado de unas elecciones cuestionadas y nada transparentes; es considerado, interna y externamente, como un presidente ilegitimo. Tanto así, que solo cuatro presidentes latinoamericanos asistieron a su acto de posesión y juramento. Entre ellos, Evo Morales, cuyo apoyo incondicional, más allá de lo ideológico, se asemeja más bien a la lógica del “espíritu de cuerpo”.
Este nuevo escenario, ha ahondado, más aún, la aguda crisis política, económica y social que atraviesa el hermano país, que además esta soportando la peor catástrofe humanitaria que conoce la historia en América Latina. El caos es generalizado, ahora, estimulado también, por dos nuevos factores: la presión externa y la posibilidad de una intervención militar.
Empero, Maduro, continua casi intacto en el poder, pues, en el balance, salió airoso de los acontecimientos del 23 de febrero, fecha que había generado gran expectativa, pues se esperaba, como resultado del ingreso de la ayuda humanitaria, la probabilidad de un giro que conduzca al comienzo del fin del régimen dictatorial con tintes totalitarios.
En el intento de comprender, con mejores recursos, esta confrontación acudiré a la noción de la correlación de fuerzas de Julián Freud, para quien la relación de fuerzas seria como la “piedra angular” del análisis político. Entonces, en ese marco, veremos con qué recursos de poder cuenta Guaido y que tiene Maduro todavía a su favor.
Entre los recursos de poder, Guaido cuenta con el control de la Asamblea Nacional, un significativo apoyo popular y, aunque en estos momentos no es determinante, un gran respaldo internacional. En ese ámbito están: once países de la OEA, nucleados en el Grupo de Lima; el parlamento de la Unión Europea; el Grupo Internacional de Contacto –aunque con matices distintos al grupo de Lima-; y el respaldo de Estados Unidos. Empero, no controla a los Tribunales, a las Fuerzas Armadas, como tampoco a la Policía.
Maduro, por su parte, cuenta con el apoyo de Rusia, China, Irán, Turquía, Nicaragua y Bolivia. Este mapa internacional, deja entrever, dicho sea de paso, que en el conflicto de Venezuela hay importantes intereses geopolíticos. En el plano nacional, conserva el control del poder ejecutivo, el Tribunal Supremo de Justicia, la cuestionada Asamblea Nacional Constituyente y el Consejo Nacional Electoral. Mantiene además –y esto es determinante- lealtades en el alto mando militar y jefes policiales.
Ahora bien, como quiera que el régimen carece de respaldo popular y legitimidad; la coerción y la fuerza son sus principales recursos de poder. Con el monopolio de la violencia, pone en funcionamiento al feroz aparato represivo, compuesto no solo por militares y policías, sino también por milicias armadas (Algo parecido, se estuviera organizando en Bolivia). También, como instrumentos y recursos de poder, están presentes el miedo y la “administración del hambre”, con un aparato brutalmente eficaz que condiciona el acceso a la comida a la lealtad con el gobierno.
En este estado de cosas, para modificar esa asimétrica correlación de fuerzas, es fundamental y determinante romper la lealtad de los militares. Sobre la decisión y el cambio de conducta de ellos, depende el futuro de Venezuela. De otro modo, esta situación, podría permanecer indefinidamente.
Ahora, claro, romper la lealtad de los militares parece muy complicado, en virtud a que estuviera “sellado” con un descomunal “intercambio de recursos”. En manos de los militares esta PDVSA, los ministerios del Interior, Agricultura, Vivienda y Alimentación. Además tienen el control de áreas estratégicas, con total autonomía y sin ningún control, como la minería de oro y la explotación de diamantes.
La situación de Venezuela es, entonces, un laberinto complejo, más allá de la disyuntiva entre la salida política y la intervención militar.
Rolando Tellería A. es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón