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Opinión

LIBERALES NATIVOS HUÉRFANOS Y, ENCIMA, SIN ABUELOS

19 de Marzo, 2016
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GONZALO MENDIETA

Me detuve en nuestros liberales por un añejo folleto que me llegó: Convención liberal de 1938, con discurso de su jefe, Alcides Arguedas, honrando el “respeto a las opiniones, respeto a la libertad”, y condenando “las (revoluciones) que verifica la autoridad contra las instituciones, que denominamos tiranías.” Las mismitas frases de los liberales hoy. Y pensé que al liberalismo nacional le falta un programa afirmativo, que esboce lo que hay por hacer, no solo lo que no debe hacerse (“no hostigar a la prensa; no espantar inversiones”).

En general, por el apogeo del sindicalismo revolucionario, el nacionalismo y el marxismo (y después de la “larga noche neoliberal”, como reza cualquier oficialista facilón), los liberales se limitan a reclamar. Por ejemplo por los abusos del MAS, de ideas de izquierda, maleables como la plastilina.

Por el folleto de 1938 que traigo entre manos, seguro que ningún liberal quisiera ser asociado con el “cucu” Arguedas. Encima, los liberales de los años 80 y 90 acabaron en la debacle y sus descendientes, huérfanos. No reconocen a sus abuelos ni a sus tíos (los “antisfascistas” de los años 30 y 40) y deambulan sin tradición. Pocos adoptan ahora el mote de liberales (algunos economistas: ¿Armando Méndez, Alejandro Mercado?). A los demás -como varios intrépidos periodistas- hay que pescarles su filiación por lo que alegan.

Es que los liberales no buscan héroes nativos ni apelan a una estirpe política local, pagando su precio o replanteándola para que se aprecie. No es raro así que para el electorado sean una opción menor, de fraccionadas élites o clases medias que los festejan.

Mientras, la izquierda y el nacionalismo seleccionan su pedigrí. En él entran los que convienen y se borra a los que incomodan. Katari, el Che, el 52, J.J. Torres y el nacionalizador Ovando conviven en el mismo saco, aunque algunos se sacaron los ojos (verbigracia: los guevaristas de Teoponte fueron abatidos bajo Ovando y Torres algo tuvo que ver en la muerte del Che). Los izquierdistas que colgaron a Villarroel no entran; tampoco los que se opusieron en los años 70 a la venta de gas al Brasil. La izquierda y el nacionalismo saben de tradiciones, incluso inventadas. Los liberales, janiwa.

En Francia nadie objeta la genialidad de Richelieu, aunque sea previo a 1789 y a la igualdad, fraternidad, etc. Los gringos aún rescatan a Jefferson, aunque sus esclavos le pesen. Pero aquí es anatema todo personaje de Estado previo al 52. 
La izquierda y el nacionalismo han copado el magisterio, los sindicatos, las universidades y las ONG, instalando su sentido común. El liberalismo ha de remontar décadas de esa educación, impartida hasta a los dentistas. Una narrativa ha vencido; los que se le oponen ni preguntan por qué.

Los liberales bolivianos son calcados de muchos en el mundo. Y no es suficiente que evoquen la Constitución. Eso basta para adscribirse a una ONG europea, no para hacer política con éxito, sin dioses locales. Paradójicamente, esos liberales también descienden del Partido Constitucional, llamado conservador, de fines del siglo XIX. Ese partido también habló de instituciones (si bien censitarias y de élite) y cultivó el horror al caudillo.

Un liberalismo afirmativo y con raíces encararía al país sin evadir las desigualdades étnicas o de origen y el racismo, bajo el manto de la ciudadanía. Y combatiría la idea de que es una ideología de mestizos blanqueados, un modo de premiar al rico o al criollo. E intentaría descifrar qué haría con gremiales, cooperativistas o pueblos indígenas, y sus organizaciones, que no fuera insinuarles que se adapten al lema “un ciudadano, un voto”.

A mí también me enflauta la petulancia de los “predestinados” a mandar a la mala, pero no soy liberal. Como el filósofo Carnéades, prefiero “la defensa del pro y el contra en toda doctrina, a fin de conservar el espíritu libre en toda circunstancia para juzgar razonablemente cuál podría ser la opinión más probable y verosímil.” A esto se le puede denominar casuismo o puro desorden mental. Pero me da para observar al prójimo.



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