
A casi una semana de los comicios del 20-10, salvo contingencias de último momento, que en política no se puede descartar, como aquella de las elecciones de junio del 2002, cuando el embajador Rocha de EEUU en las vísperas patea el tablero electoral; las “cartas están echadas”.
Tomando en cuenta la cronología de los datos y cifras que las empresas encuestadoras más serias nos proporcionan sobre la preferencia electoral, se perfila un claro ganador. Empero, solo con mayoría relativa. La gran incógnita reside en el triunfo de primera vuelta, que el oficialismo lograría consiguiendo una votación mayor o igual al 40% con la diferencia de 10 puntos en relación al segundo. En los hechos, hoy, ese es el centro de la disputa. Para el oficialismo este objetivo es capital pues, una segunda vuelta, es altamente peligroso. En ese horizonte, si tomamos en cuenta el papel, nada neutro e inclinado, del Órgano Electoral Plurinacional (OEP), no se descarta la manipulación de votos para alcanzar ese crucial objetivo; “forzando” el triunfo en primera vuelta.
Ahora, independientemente del papel, transparente o no, que podría jugar el OEP, lo cierto es que las fuerzas opositoras no le han dado batalla al oficialismo, no obstante el desgaste de 14 años y el gran descontento ciudadano.
El que eventualmente tenía la posibilidad de capitalizar ese descontento, Carlos Mesa, de Comunidad Ciudadana (CC), no estuvo a la altura de los desafíos, pues quedo estancado en las preferencias electorales. Desaprovechando la histórica oportunidad de poner un alto al proyecto hegemónico agotado del Movimiento al Socialismo (MAS), pues su posición como primera fuerza política de oposición, lo perfilaba como un gran contendor. Su campaña, acentuadamente débil, nada agresiva y muy pusilánime, careció de astucia y habilidad política para condensar a su favor ese gran descontento social. No obstante, de constituirse en la única fuerza política opositora con posibilidades y capacidad de competir por el poder.
La tercera fuerza política en las preferencias electorales, Bolivia dice No (BDN), con su candidato Oscar Ortiz, que en un principio mostraba ligeros crecimientos; en el último tramo cae estrepitosamente. Nunca amenazo siquiera la posición del segundo lugar. Por el entusiasmo invertido, sería el gran perdedor. Su campaña, absolutamente inusual y extraña, se concentró estúpidamente en atacar al segundo, develando su intención de no competir con el primero. Es decir, sin ninguna aspiración real de tomar el poder. Ese sospechoso accionar develaría no solo acuerdos subrepticios con el partido de gobierno, sino más bien una tacita alianza, para impedir el “balotaje”, restando votos al segundo. De consolidarse el triunfo del oficialismo en primera vuelta, la historia podría juzgarlos no solo como traidores, sino artífices de la derrota opositora; pues habría sido una candidatura instrumentalizada.
En el resto de las otras seis fuerzas opositoras, descolla la candidatura del médico coreano Chi Hyun Chung, del Partido Demócrata Cristiano (PDC). En el último tramo, poco después de su tardía habilitación, en remplazo del renunciante Jaime Paz Zamora; con un discurso ultra conservador, homofóbico y misógino, logra interesantes porcentajes de incrementos en la preferencia electoral. Incluso, desplazando, en algunos departamentos, a Oscar Ortiz, del tercer lugar. Sin embargo, no deja de parecer una extraña candidatura, pues en sus objetivos no está la intención de competir efectivamente por el poder. Otras serían sus metas, donde subyace la fragmentación del voto opositor, en la línea oficialista.
Las otras cinco fuerzas políticas opositoras, en ningún momento, superaron su condición absolutamente marginal. Siguiendo cronológicamente los datos de la preferencia electoral, ninguna logra alcanzar siquiera el mínimo del 3%. Lo más probable es que pierdan su sigla. Estaríamos asistiendo, entonces, al “entierro” de un legendario e histórico partido; el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). La misma suerte correría Unión Cívica Solidaridad (UCS) y las otras tres irrelevantes fuerzas políticas.
Ahora bien, hay un dato que no puede perderse de vista y que genera un interesante margen de incertidumbre al triunfo oficialista en primera vuelta. Es el porcentaje todavía de indecisos, que bordea entre el 10 y 12%. En manos de ellos reside la posibilidad de dilucidar esta delicada incertidumbre.
Una sorpresa, en ese sentido, podría cambiar el resultado de estas elecciones, cuyas cartas ya están echadas.
Rolando Tellería es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón