AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ
De la China y de otros lados llegan noticias sobre cuán claros se han puesto las aguas y los aires, sobre venados acercándose a las plazas de ciudades medianamente grandes, y también jabalíes, aún en La Paz hay quienes aseguran que el Orkojawira está más claro, y que las noches están más estrelladas.
Parecería un consuelo importante para la terrible historia que estamos viviendo, y a eso se añaden ciertas voces que dicen que lo que nos está pasando debería servirnos de algo, porque hemos estado maltratando demasiado al planeta. Dicen estas voces, que tenemos que salir de esto diferentes, dicen que va a ser una gran lección, hay quienes afirman que esto da una oportunidad para ver cómo se pude frenar el cambio climático.
El problema es que todas esas pequeñas ventajas en medio de la tragedia, son precisamente el resultado de la tragedia, más allá de que salvar vidas es lo más importante, esta pandemia está arrasando con la economía del globo, y no son los más ricos, ni siquiera el 10 % más acaudalado, ni aún la cantidad de gente que conforma la clase media global la que va a sufrir de verdad esto, sino los más pobres. Esa es la tragedia de dejar de producir.
Si señores, ese aire limpio, esas aguas claras, tan bellas, significan que millones están viendo el futuro como algo tremendamente incierto, aún más incierto de lo que era para ellos hace tres meses.
Pero hay algo más en ese discurso, de castigo y regeneración. Las redes, que son hoy más importantes que nunca, porque solo por ellas nos comunicamos con el mundo de afuera, insisten en que deberíamos aprender alguna lección, salir fortalecidos. Suena bien, pero aclaremos que lo que estamos viviendo, es solo producto del capitalismo, en la medida de la velocidad en que se ha expandido, cualquiera que conoce la historia de la humanidad sabe que las pandemias se dieron de una u otra forma, y que posiblemente no se diseminaron tan rápido, pero al cabo de unos años, llegaron a confines insospechados. La rapidez de los acontecimientos, es por lo demás, equivalente a la posibilidad de encontrar una respuesta (no lo suficiente) rápida al problema que tiene el actual estado de la ciencia y la tecnología.
Pero hay algo más, ese espíritu milenarista, de castigo divino, sea de un dios vengativo, o de una naturaleza idéntica al dios, ese deseo de vernos culpables, abyectos, merecedores de castigo, y si nos enmendamos de redención, no cuadra. Creo que a pesar de todo, este sigue siendo el período más amable de la historia de la humanidad, que a pesar de la ira que despierta cada 8 de marzo en muchas mujeres, y a pesar de lo mucho que falta en las reivindicaciones de estas, es esta época, son estas últimas décadas, los tiempos en que mayor respeto hubo hacia ellas. Creo además que nunca tuvimos un mayor respeto a los diferentes, a la libertad sexual, algo importante no solo para los homosexuales. El respeto a los más débiles de la sociedad, a los que padecen enfermedades, o condiciones físicas adversas, se ha desarrollado mucho en estos últimos tiempos, y esas personas nunca han sido mejor tratadas, aunque aún falte mucho. Y aunque parezca mentira, nunca ha habido una élite que se preocupe y actúe en consecuencia por los más pobres, como está sucediendo hoy en día.
Estas certezas son las que me hacen ver esta terrible tragedia con un cierto optimismo, no se trata de que aprendamos algo de esta circunstancia, (aunque siempre se puede aprender), se trata ante todo que en medio de la tragedia, en medio del miedo, no olvidemos nuestra humanidad de segunda mitad del siglo XX, o si se quiere de los primeros veinte años del nuevo milenio.
Bolivia está entre los países que la tiene más difícil, porque somos muy pobres, los más pobres de la zona. Nos espera un tiempo extremadamente duro, habrá que buscar la receta de capear el temporal de acuerdo a nuestras posibilidades.
Agustín Echalar es operador de turismo