
Cuando en enero del 2020 oí por primera vez de la existencia de una rara enfermedad respiratoria que estaba matando gente en una ciudad de China, escuché también, y no de “tictoqueros”, que era más probable que un elefante se sentara sobre un coche en las calles de Berlín, que alguien en esa ciudad llegara a sufrir de esa enfermedad. Luego las cosas se precipitaron, y para marzo luego de la trágica situación en Bérgamo, en La Paz se dictaron medidas extremas. Estas me hicieron pensar en una guerra soft, una sin bombardeos, ni personas con miembros mutilados, pero con muertos y convalecientes en las casas, y con problemas de abastecimiento.
Al principio pensé en lo peor, en que llegarían momentos de hambruna, y de otro tipo de desesperaciones, pero salvo los momentos en que nuestros magros hospitales se llenaron, y cuando nos quedamos sin suficiente oxigeno para los enfermos, ( gracias al MAS, y al Mallku, dicho sea de paso), en realidad, y considerando lo que les tocó a otras generaciones, y a pesar de la muerte de seres queridísimos, a pesar de la cantidad de historias truncadas, y de seguro, del empobrecimiento general de muchos, ( tuvimos que comernos nuestros ahorros), este periplo nos ha sido relativamente leve.
Durante los días en que permanecimos encerrados en nuestras casas, una de las situaciones más lacerantes era la de no poder expresar con un abrazo el cariño que se sentía por el otro, el saber que el enfermo y el moribundo, además estarían en ese trance solo, sobre todo si terminaba hospitalizado.
Lo increíble es que los seres humanos tenemos tal capacidad de recuperación, que esa sensación, todo lo vivido hace tan poco tiempo, casi se ha olvidado. Y no vaya a creerse que se trata de una falta de sentimiento hacia los que no lo lograron, o de racionalidad, de “no haber aprendido nada de la pandemia”. Es posible que si se haya aprendido mucho, en primera instancia, en términos de no creer que algo es seguro. Pero lo fascinante, es que los seres humanos tenemos un motor y una energía que nos permite sobreponernos a situaciones muy duras, tanto como individuos, como en calidad de comunidades, y hasta como una sociedad global.
Estos días en que la guerra en Ucrania que nos hacen pensar demasiado en las mezquindades humanas, nos hace olvidar el lado amable del mundo. El combate al covid se ha hecho gracias a las vacunas. Para lograr un medicamento que ha frenado totalmente esa enfermedad en realidad se ha puesto a prueba buena parte de la ciencia y de la capacidad de trabajar como parte de un enorme engranaje a nivel mundial. En nuestro país, más allá de los pequeños tropiezos con la provisión de los vacunas contratadas a Rusia, el país ha logrado tener a disposición las dosis requeridas. Muchas, muchísimas, donadas por los países más ricos, en forma directa, cinco millones de estas, nada menos que por los Estados Unidos, país odiado y satanizado por el partido de gobierno.
La pandemia ha sido controlada gracias a una sociedad, que como nunca en la historia de la humanidad ha entendido de solidaridad, y de desprendimiento de los que más tienen hacia los que menos.
Lo que estamos viviendo hoy, con quintas olas, no es para no tomar en serio, como cualquier detalle de salud, pero casi podríamos decir que se trata de otra enfermedad, las consecuencias de contagiarse de covid son en general pequeñísimas, no mucho peores que un resfrío, no lo que una vez fueron, una eventual condena de muerte.
Un detalle más respecto a las pandemias y las memorias colectivas: acabo de enterarme FB mediante, que Egon Shiele y Gustav Klimt murieron, ambos víctimas de la fiebre española del año 19 del siglo pasado, esa terrible y mortífera pandemia que cobró dicen cincuenta millones de vidas, fue rápidamente olvidada, hasta convertirse en un dato difuso.
Agustín Echalar es operador de turismo