
En varias columnas, esgrimiendo equivocadamente lo que sostenía Rousseau, que el hombre es bueno por naturaleza siendo la sociedad la que lo corrompe, había sostenido que a Evo Morales, en esa línea, lo transformó el poder. El tiempo y las altas dosis de concentración de poder, siguiendo las abstracciones de Robert Michels, inexorablemente lo habrían trasformado, incitando el peor lado de su naturaleza. Empero, la luz de los últimos acontecimientos, rebatió mis elucubraciones, pues estaba espantosamente equivocado: fue el poder más bien que puso de manifiesto su intrínseca naturaleza maligna.
Esto, esa naturaleza perversa, se expone en su cruda y verdadera magnitud, cuando pierde el poder. Acorralado por la circunstancias, como en un callejón sin salida, de manera absolutamente inesperada, más por errores de su propia soberbia que la demanda de las calles, abruptamente debe dejar el poder. Algo que, quizás, ni en sus más remotas elucubraciones habría imaginado. Sobre todo, en la forma en que fue desplazado. Para quien adolece del “síndrome de hubris”, la enfermedad del poder, sin duda, ha debido ser algo terrible.
Aferrándose todavía a la posibilidad de recuperar el poder -su droga-, aplica una macabra estrategia. Con las renuncias en cadena, provoca un inédito vacío de poder. El objetivo era sembrar caos y violencia extrema, con el fin de propiciar un “dantesco” escenario para su retorno “en hombros”. Esto provoca un incremento sustancial en el número de bajas, que hasta momento de su renuncia, solo alcanzaban a cuatro. Además, ordena a sus bases un disciplinado cerco a las ciudades para que no pase ningún alimento. Ante tanta violencia y caos, él imagino volver como el “salvador”. El único con capacidad real de pacificar el país.
Todas las bajas producidas después de su renuncia, que además uso como “trofeos”, son de su responsabilidad. Entre sus peores maldades, después del incendio de la Chiquitania, en su afán de conservar y aumentar su poder, está última, la de generar extrema violencia para propiciar su retorno, es la más truculenta. Ese inmenso temor de abandonar la situación política lograda, lo incentivo, sin escrúpulos de por medio, a ese extremo, poniendo de manifiesto, no solo su naturaleza perversa, sino también su tendencia sanguinaria.
Ahora bien, esa naturaleza perversa se va afianzando en estos casi catorce años en el poder. En un principio, pretendía reflejar una supuesta grandeza, de un líder con particularidades magnánimas y condiciones humanas admirables. El ejercicio del poder luego, paulatinamente, va reflejando su esencia y su condición de hombre común, pernicioso, aprovechador, ávido y ambicioso, persiguiendo siempre su interés por encima de cualquier otro. A parte de dañino y egoísta, es endeble a los placeres de la carne, el engaño y la mentira. Debe ser, quizá, uno de los exponentes más conspicuos de la mentira, ahora posesionado internacionalmente. Como sostiene un vecino columnista, “tal atributo, podría hacerlo acreedor a un doctorado en el “arte de mentir”.
Es poseedor también, dicho sea de paso, de terribles miserias. Su compostura y maniobras frente al indecoroso problema con su expareja sentimental, el hijo de ambos y la derrota del 21F; han develado a un hombre atiborrado de miserias.
Si, a esa naturaleza perversa le sumamos altos grados de concentración de poder y el tiempo de ejercicio: el resultado se expresa nítidamente en una hipertrofia de su ego y vanidad. De ahí sus síntomas de narcisismo y su convicción indebida de grandeza. Esa exagerada megalomanía, provoco esos incontenibles deseos de liderazgo perpetuo. En estos casi catorce años en el poder, con el estado de derecho conculcado, los bolivianos hemos estado vulnerables frente a los abusos y arbitrariedades de este gobernante.
Si bien fue alejado del poder, por su naturaleza, no cesará ni descansará tranquilo en su afán de recuperarlo. Los demonios nunca duermen. Desde la Argentina, no solo ejercerá el papel de jefe de campaña de su partido para las próximas elecciones. Como quiere retornar pronto y no soporta, dada su enfermedad, estar lejos del poder y como señaló textualmente que “aún se siente presidente”, puede preparar brotes insurreccionales y convulsión social, sin importar muertos ni nuevos enfrentamientos.
Esta espeluznante posibilidad no se puede descartar, en la medida en que el gobierno transitorio, o el nuevo gobierno, se equivoquen y no hagan bien las cosas. La proscripción de esta amenaza, está en manos de ellos.
Rolando Tellería es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón